El miércoles pasado, la máxima autoridad de la Iglesia católica pisó por primera vez el Museo Sitio de Memoria ESMA. El presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, Oscar Ojea, recorrió el circuito que hacía cada víctima que era secuestrada y llevada al centro clandestino de detención, tortura y exterminio que la Armada montó en el Casino de Oficiales de su Escuela de Mecánica durante la última dictadura. Una dictadura que el movimiento de derechos humanos describe como “cívico-militar-eclesiástica” debido, justamente, a la participación por omisión, silencio o acción de la Iglesia en el terrorismo de Estado. Una participación que en la ESMA tiene evidencias muy claras, pero que no tuvo hasta ahora su correlato en el proceso de juzgamiento de los crímenes de lesa humanidad.
La "visita interreligiosa" fue iniciativa del Museo Sitio de Memoria en el marco de la conmemoración del 24 de marzo, aniversario del último y más sangriento golpe de Estado que sufrió el país. La convocatoria la motorizó el secretario de Culto, Guillermo Oliveri, quien además es sobreviviente de la ESMA. La comitiva de referentes de los credos fue recibida por las autoridades del Museo y de la Secretaría de Derechos Humanos, guiada por el nieto restituido Guillermo Amarilla Molfino; acompañada por Fátima Cabrera, integrante del Espacio Interreligioso Patrick Rice; Ramiro Varela, de Palotinos por la Memoria, la Verdad y la Justicia y Ana "Rosita" Soffiantini, sobreviviente del centro clandestino.
https://twitter.com/MuseoSitioESMA/status/1641503800807546891
A la Iglesia católica, que está en plan de reconocimiento tímido sobre su rol frente al terrorismo de Estado con la publicación del libro La verdad los hará libres; una investigación puertas adentro con base archivística, la visita le vino como anillo al dedo. “Lo que hemos sentido es como estar heridos por el silencio”, opinó Ojea según recoge un comunicado del Museo, al cierre del recorrido. “Frente a tamaño error uno hace silencio naturalmente; y después de esa herida de silencio sería bueno reconstruir memoria”, completa la declaración. Para Soffiantini la visita es un "histórico primer paso que hay que aprovechar". "Hay que invitarlos a hurgar en sus memorias, en la memoria de la institución, hasta que encuentren la información que nos ayude a llegar a la verdad; porque es imposible que no sepan", dijo la sobreviviente.
El "fichero de inteligencia" del capellán
“No tenemos duda acerca de la implicancia de miembros de la Iglesia en el terrorismo de Estado", dijo Soffiantini a Letra P. Tampoco le faltan pruebas. Ella es una de las cautivas de la ESMA, a quienes el 1979 el grupo de tareas trasladó a El Silencio, una isla ubicada en el Delta del Paraná, durante la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. El Silencio era propiedad del provicario castrense Emilio Grasselli y otras tres personas, según informó el periodista Horacio Verbitsky, y fue “vendida” de manera irregular a la patota de la ESMA.
Grasselli es uno de los nombres más conocidos cuando se piensa en la connivencia de la Iglesia con la dictadura. Fue varias veces mencionado por madres, abuelas, hermanos y hermanas, como fuente de consulta y receptor de reclamos de quienes buscaban tener alguna noticia de sus familiares desaparecidos. Su fichero con datos de víctimas de la dictadura, con información sobre si estaban muertos, secuestrados, desaparecidos o con posibilidades de “recuperación” es "tristemente célebre y maquilló un fino trabajo de inteligencia”, puntualizaron el historiador Lucas Bilbao y el sociólogo Ariel Lede en su investigación sobre el rol del Vicariato Castrense durante la dictadura.
El sobreviviente de la ESMA Raúl Cubas lo señaló como el capellán que ofició misa a un grupo de secuestrados que estaban encapuchados y engrilletados. Fue citado a declarar como testigo en cuatro oportunidades y negó siempre todo vínculo con el terrorismo de Estado. El fiscal Federico Delgado pidió su indagatoria en dos oportunidades, pero las requisitorias no prosperaron.
Soffiantini señala que muchos más miembros de la Iglesia, además de Grasselli, fueron cómplices de los padecimientos de quienes fueron secuestrados. "Integraron los grupos de tareas de la ESMA”, aseguró al referirse a los capellanes que cumplieron funciones en el predio donde funcionó el centro clandestino. Además de Cubas, hay otros sobrevivientes que declararon sobre este accionar eclesiástico en la causa judicial y también en los juicios orales. Carlos García contó a su tiempo que en el primer piso del Casino de Oficiales “había un atrio donde los oficiales iban a misa. Daba misa uno de ellos, un capellán (...) el mismo que te daba la bendición para los vuelos de la muerte”. Alicia Ruszcowski de Pecoraro también habló de “capellanes que bendecían a los marinos que tiraban a la gente”.
Esquivar a la Justicia
Según consignan Bilbao y Lede en un artículo que publicaron en El cohete a la luna, son nueve los sacerdotes que cumplieron funciones en la ESMA entre 1975 y 1983: Pedro Fernández, Laureano Cangiani, Alberto Zanchetta, Domingo Alfonso, Luis Manceñido, Francisco Cervera, José Luis Guaglianone, Néstor Sato y Miguel Killian. Eran todos capellanes miembros del Vicariato Castrense, la diócesis de los militares y sus familias. “Extendía su jurisdicción a donde hubiera personal de las Fuerzas Armadas”, dice la investigadora del Conicet Soledad Catoggio. Eran miembros de la Iglesia, y también de la fuerza, con grado militar y permiso de portar armas.
Durante el tercer juicio oral por la Megacausa ESMA, el testigo sobreviviente Alejandro López señaló al capellán Fernández como quien lo fue a ver en cautiverio. “Una vez vino ‘Pedro de Guardia’ y me levantó la capucha. 'No abras los ojos, que te quiero ver la cara’, me dijo. En realidad era el padre Fernández, capellán de la Escuela”, declaró López. Muchos años antes, en 1995, el capellán Cangiani ya había confirmado el compromiso de Fernández con los represores de la ESMA en una entrevista concedida a la revista La Maga, en la que sostuvo que “había capellanes que eran más militares que curas”.
El confesor de los vuelos de la muerte de la ESMA, el represor Adolfo Scilingo, mencionó a Verbitsky que Manceñido fue el capellán del campo de concentración que lo tranquilizó después de una matanza. “Me comentó sobre la importancia de eliminar la maleza. Nosotros debíamos hacerlo para permitir que el trigo creciera. No había pecado”, reproducen Bilbao y Lede en un anexo de su investigación. Otro de los mencionados por Scilingo como quien bendijo los vuelos de la muerte y consoló a los asesinos es el capellán Zanchetta, quien se quedaba a dormir tres días por semana en la ESMA; y, aunque fue capellán entre 1975 y 1977, no figura en el listado oficial de la Armada hasta 1984. El Ministerio de Defensa lo pasó a retiro por fuerza de escrache de H.I.J.O.S. En 2015, la curia intentó ubicarlo en el Hospital Italiano, pero los trabajadores lo rechazaron por sus vínculos con el terrorismo de Estado.
Ninguno de ellos fue citado a prestar testimonio, muchos menos a indagatoria, en la causa judicial. Este año, la Conferencia Episcopal Argentina entregó al juez federal Ariel Lijo documentación recopilada para la investigación sobre sus archivos, muchos de ellos inéditos, que están siendo publicando en formato de libros desde febrero pasado. No obstante, ninguno de los capellanes de la ESMA son mencionados en los dos tomos de La verdad los hará libres que hasta ahora están en circulación.