Los tiempos son crueles. El Gobierno abraza al negacionismo sin vergüenza, coquetea con recetas represivas que recuerdan a la última dictadura y avanza, con más esfuerzo del que esperaba, en su plan de ajuste feroz. En ese marco, el movimiento de derechos humanos resiste las ofensas y las ausencias, que crecen al ritmo del paso del tiempo y que no abandona su rol de denunciar ultrajes y abrazar a ultrajados, dejando a su paso un legado poderoso que tiene quién lo sostenga.
Entre tanto adiós, se abren las preguntas por el futuro y el sostén de lo que estas mujeres supieron construir desde el dolor más profundo, la desaparición de un hijo, el arrebato de un nieto. Abuelas, Madres y Familiares surgieron en plena dictadura y persisten hasta hoy, reconfigurando en su reclamo de memoria, verdad y justicia los derechos humanos contemporáneos. Años después nació H.I.J.O.S., en los últimos tiempos se forjó Nietes, conformado por jóvenes que, en su mayoría, tienen tíos o abuelos de desaparecidos. Junto a esas nuevas organizaciones, ¿quién toma la posta en los espacios originarios que van perdiendo a sus fundadoras?
Los derechos humanos como herencia
“Las palabras derechos humanos no existían en el '76, '77. La fuimos gestando nosotros, los organismos de afectados, como decíamos en ese entonces”, dice Graciela Lois, quien sobrevivió a las garras de la última dictadura cívico militar –su compañero Ricardo Lois fue secuestrado en noviembre de 1976– y es de las primeras integrantes de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas que permanece en el organismo.
Graciela fue quien recibió a Lita Boitano en las oficinas donde se reunían y trabajaban hábeas corpus hermanos y hermanas, padres y madres, tíos, maridos y esposas de presos políticos y desaparecidos. Conocía a Miguel, el primero de los hijos de Lita en ser cazado por los genocidas, ya que estudiaban juntos.
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Lita Boitano y Graciela Lois.
Graciela reconoce que “pesan las ausencias”, pero también que “hay un legado” que dejan los organismos como el que encabeza. Por un lado, el que fueron gestando “con los años de lucha y que dio a luz la conformación de comisiones de derechos humanos en sindicatos y en organizaciones sociales y políticas, en grupos de estudio y de trabajo” y, de manera general, “el ejercicio de defender derechos y libertades de todas las maneras y en todos los ámbitos en donde fuera necesario, de exigir respuesta, de no bajar los brazos nunca, pese a quien le pese”.
Abuelas de Plaza de Mayo, el desafío de la legitimidad
“Hay una inteligencia especial en las Abuelas: empezar a ver venir el futuro y tomar decisiones”, dice Claudia Poblete Hlaczik en referencia a la capacidad que las “viejas” tuvieron de, tempranamente, sumar institucionalmente a las generaciones que les continuaron y acompañaron en la búsqueda de los bebés apropiados durante el genocidio de la última dictadura y también a quienes han encontrado en el camino.
Claudia es una de ellas: supo que era hija de José Poblete y de Gertrudis Hlaczik en 2000. Su abuela, Buscarita Roa, junto a Estela de Carlotto y Rosa Roisinblit son las Abuelas que “quedan” en el organismo que nació en 1977 con el objetivo primordial de hallar a los más de 500 bebés arrebatados de su historia en plena dictadura.
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La última década comenzó a nutrir las ausencias en el colectivo, que golpearon con fuerza desde la pandemia de Coronavirus, pero no están solas. Jóvenes que buscan a hermanos apropiados y nietos restituidos, como Claudia, vienen ocupando lugares no sólo en el trabajo cotidiano de buscarlos, sino también en el sostenimiento institucional y político de uno de los principales organismos del movimiento de derechos humanos. “Nos consultan todo, pero trabajan los jóvenes”, se la escucha a Estela en un documental breve que emitió Revista Anfibia en marzo pasado. Lo dice en cada oportunidad que tiene.
“Más que un traspaso generacional, en Abuelas se da un solapamiento, porque convivimos varias generaciones”, postula Poblete, que es vocal en la comisión directiva. También lo son los nietos restituidos Guillermo Pérez Roisinblit, Juan Pablo Moyano, Belén Altamiranda Taranto –referente de Abuelas Córdoba–, Guillermo Amarilla Molfino. Manuel Goncalves, que restituyó su identidad en enero de 1997, es prosecretario y autoridad en la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad, organismo originado por impulso de la búsqueda de Abuelas. Leonardo Fossati supo quién era en 2005 y desde entonces se sumó al colectivo: es tesorero y está a cargo del espacio de memoria Comisaría 5ta, en La Plata, que fue también el centro clandestino donde él nació en cautiverio junto a su madre. Miguel Santucho, hermano del nieto 133, y Adriana Metz, que busca a su hermano apropiado, completan la comisión.
El desafío de todos ellos es consolidarse como “herederos legítimos” de la búsqueda de los nietos que faltan encontrar, así como de las banderas de Memoria, Verdad y Justicia, fundamentales para quienes están implicados en los hechos que le dieron origen y para toda la sociedad argentina: el país es reconocido a nivel mundial por esta lucha.
“Para los que somos nietos o nietos restituidos, la tarea es poder enmarcar la experiencia propia en una historia que es la de una institución y de un país”, explica Poblete. El trabajo colectivo es la impronta de la organización, porque las Abuelas nunca buscaron cada una a su nieto solamente: todas buscaron y buscan a todos. En ese sentido, asegura Claudia, “los nietos también nos movemos por ese deseo de que aquellos que aún no lo saben, puedan conocer la verdad y recuperar su identidad”.
Legado y herencia
“Ellas son irremplazables. A nosotros nos queda proteger y mantener vivo su legado”, dice Pascual Spinelli, integrante del grupo de apoyo a las Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora. Habla del “trasvasamiento general de la memoria”, de “poner las manos para que las banderas no caigan”. Algo de eso, literalmente, ocurrió en marzo de 2021, cuando la pandemia, que ya llevaba un año de azote en todo el mundo, “dejó el aniversario del 24 de marzo sin Madres y sin pueblo en la Plaza”. Entonces, organizaron una acción que les confirmó que “había manos y fuerza para continuar” pese al paso del tiempo: desde el grupo de apoyo articularon la extensión de todos los paños azules con las caras de los desaparecidos –la clásica bandera que marcha con la multitud cada Día de la Memoria– en la Plaza de Mayo. “Fue muy emocionante, porque logramos ver y confirmar que había un horizonte posible”, cuenta Pascual.
El legado de las Madres –las más activas siguen siendo Taty Almeida y Elia Espen, en algunas ocasiones Vera Jarach, Enriqueta Maroni y Mirta Baravalle–, que cada tanto convocan a los “pendex” a “tomar la posta” es “político”, asegura Spinelli. Militante histórico, primero de la generación de los 30 mil y luego de la “aparición con vida y castigo a los culpables”, más acá del “Memoria, Verdad y Justicia”, comparte el grupo de apoyo con familiares de detenidos desaparecidos y de referentes de la lucha por los derechos humanos: Mercedes Mignone, María Adela Antokoletz, Estela Maroni, Alicia Furman, entre tantos otros.
“Hay que sumarle al movimiento obrero, porque las Madres desde siempre forjaron un vínculo especialmente cercano con los sindicatos. Sus hijos, los desaparecidos en su mayor medida, son parte del movimiento obrero”, indica Spinelli. El legado, entonces, “es político, porque la militancia es por el sentido y tiene garantía de continuidad”, concluye.