Hoy, pensar en el mundo del trabajo desde una perspectiva de género implica hablar de desigualdades. Frente a las voces que sugieren livianamente que ya está todo ganado, que no tiene sentido seguir reclamando por nuestros derechos, la evidencia demuestra lo contrario.
Cinco de cada diez mujeres no tienen trabajo remunerado ni lo buscan, mientras que sólo ocurre esto en tres de cada diez varones. El desempleo de las jóvenes duplica al promedio nacional. Las mujeres también tienen mayores tasas de informalidad y trabajan menos horas por semana que las deseadas. El resultado es una brecha de los ingresos del 26% y que seis de cada diez personas pobres son mujeres. Esta desigualdad se traduce en peores condiciones para enfrentar la vejez: solo la mitad de las mujeres cuenta con los aportes necesarios para obtener la jubilación, solo uno de cada diez logra tener más de 20 años de aporte al momento de la jubilación.
Nada de esto se explica sin ver el lado B del trabajo: el no remunerado, invisible, silencioso, que transcurre todos los días, que sostiene nuestra vida y a nuestra economía pero que no entra en ninguna cuenta. Ese trabajo que en un 76% recae sobre las mujeres.
No es casualidad, son los roles de género
La vida laboral de varones y mujeres no transcurre de la misma manera. Ellos suelen tener trayectorias sin interrupciones más allá de las que se originan por las crisis estructurales (crisis económicas, recesión, crecimiento del desempleo...). Sin embargo, en el caso de las mujeres se agregan otros condimentos: desde muy jóvenes, muchas mujeres deben asumir tareas de cuidado familiares que impiden o interfieren con el desarrollo de su proyecto de vida.
En Argentina, el 10% de las adolescentes de entre 16 y 17 años realiza tareas de cuidado y dedica, en promedio, 5.3 horas diarias a este tipo de tareas. Para el caso de las mujeres mayores de 25 años, la tasa de actividad se reduce de manera significativa a medida que aumenta la cantidad de personas menores de diez años en el hogar y, por eso, ocho de cada diez mujeres que no tienen hijos a cargo participan de la actividad económica remunerada mientras que esto se reduce a sólo cinco de cada diez entre quienes tienen más de tres hijos. En el caso de los varones, sucede lo contrario: cuantos más hijos a cargo, más participación en la actividad.
Si bien hemos logrado avanzar en el cuestionamiento de los roles de género, el imaginario del varón proveedor y de la mujer cuidadora sigue teniendo peso e incidencia en la manera en que se estructura y se organiza el mundo del trabajo.
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Las tareas de cuidado no se cuenta como trabajo en las estadísticas.
No es casual, por ejemplo, que, por ley, sigamos teniendo tan solo dos días de licencia por paternidad y 90 por maternidad. La brecha se explica por el racional detrás, que ya tiene más de cuatro décadas: en el caso de los padres, se estableció con el objetivo de brindar suficiente tiempo para ir al hospital a conocer al bebé y luego ir al registro civil a anotarlo/a. ¿Y los cuidados? Si interpretamos el mensaje de la normativa, podemos deducir que no es tarea del padre, sino exclusivamente de la madre. Mientras una se queda cuidando, el otro debe volver al trabajo lo antes posible.
Mientras la normativa y las prácticas laborales siguen reproduciendo roles tradicionales, no sólo las mujeres resultan afectadas. Los varones también se ven impedidos de ejercer su derecho y su responsabilidad de cuidado de sus hijos e hijas. Tener tiempo para cuidar resulta clave para desarrollar y fortalecer vínculos afectivos, tanto para madres como para padres. Un estudio que indagó sobre experiencias de uso de licencias de cuidado extendidas de trabajadores y trabajadoras del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires lo muestra.
Así como podemos pensar en la diferenciación de roles de cuidado que refuerza el esquema actual de licencias, existen numerosas prácticas organizacionales que se fundan y a la vez sostienen estereotipos de género: que sea más habitual que las mujeres se tomen días por enfermedad de algún familiar, que hagan la adaptación escolar o que decidan reducir su horario de trabajo cuando son muy pequeños/as.
No es sorprendente entonces que, a pesar de que las mujeres en promedio tienen mayor nivel educativo que los varones, sobre todo en estratos socioeconómicos medios y altos, esto no se traduzca en mayor participación en puestos gerenciales y de toma de decisión. Según el estudio de ELA Sexo y Poder: ¿Quién manda en Argentina? Edición 2020, en nuestro país sólo el 5% de los puestos de máxima jerarquía en las empresas está ocupado por mujeres y solo ocupan el 3% de las secretarías generales de los sindicatos.
¿Por qué las mujeres siguen sin estar representadas en estos espacios? Una gran parte del problema es que, mientras las tareas de cuidado continúan siendo un asunto privado, las mujeres siguen siendo vistas más como cuidadoras que como trabajadoras y políticas sindicales, porque ¿quién más que ellas puede quedar fuera de una reunión importante porque coincide con el horario de retirar a los chicos del colegio o ir a una asamblea cuando es la hora de preparar la cena?
El desarrollo es con nosotras
El cuidado debe dejar de ser tratado como un problema individual de las mujeres para convertirse realmente en un asunto de todos y de todas. Sin cuidados no es posible pensar nuestra vida, pero tampoco el funcionamiento de la economía. Es falaz pensar que son dos mundos separados. Toda nuestra actividad y nuestro funcionamiento productivo se sostiene gracias a ese trabajo invisible, gratuito y silencioso de millones de mujeres y de ahí surgen las propuestas de los paros de mujeres e identidades feminizadas, para dar pistas a la pregunta sobre qué pasaría con la actividad cotidiana si todas las mujeres dejaran de limpiar la casa, lavar los platos, preparar la comida, bañar al hijo, darle de comer a la familia, acompañar a un turno médico a la suegra, gestionar el acompañante terapéutico para una hermana, agendar turnos médicos y un gran etcétera.
Hoy, este trabajo imprescindible se realiza a costa de la libertad y el desarrollo de las mujeres y esto no sólo lo hace injusto, sino ineficaz e ineficiente: hace que el desarrollo de la sociedad en general sea menor y produce profundas heterogeneidades y desigualdades en el mercado laboral.
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La brecha salarial entre varones y mujeres es de 26%.
NA
Cuando en Argentina cuatro de cada diez personas son pobres, cuando el trabajo precarizado sigue en aumento, cuando trabajar no asegura llegar a fin de mes y cuando se discuten distintas salidas a la crisis y modelos de desarrollo, es fundamental que la discusión tenga perspectiva de género. Cuando los miramos por género, cada dato y cada problemática del mercado laboral que analizamos muestra una clara desventaja para las mujeres.
Es clave que resolvamos la provisión y la distribución inequitativa de los cuidados para liberar de la sobrecarga a las mujeres, para que puedan desarrollarse y a la vez desaten todo su potencial, que además será un fuerte motor para el crecimiento. Estamos hablando de igualdad, de justicia y de derechos, pero también de desarrollo. Uno que nos incluya.