En Río Cuarto, con Juan Schiaretti entremezclado entre sus nuevos socios políticos, Martín Llaryora fundó este lunes su Hacemos Juntos por Córdoba, la alianza con la que busca escribir su propia historia en el cordobesismo arañándole un pedazo de identidad a Juntos por el Cambio, la fuerza que se propone frustrarle el sueño de convertirse en el próximo gobernador.
Llaryora quería que el armado que terminó presentando a dos semanas de la oficialización de los frentes y las alianzas surtiera un mayor efecto en los acuerdos “de cúpulas”.
“No queremos dirigentes sueltos”, había dicho a su equipo de asesores tiempo atrás. Sin embargo, el resultado le ofreció un panorama un poco más mezquino. La unidad opositora, inédita en las últimas décadas, le embarró la cancha pero, a su manera, logró sostener la pelota y plantear el juego de transversalidad cordobesista que el propio Schiaretti expone a nivel nacional.
En el equipo dejan la puerta abierta para que las negociaciones avancen en las próximas dos semanas y pueda haber más novedades respecto a incorporaciones sueltas que permitan darle al frente electoral un mayor peso. Será a partir del plano individual, desde los nombres, porque institucionalmente las persianas parecen haberse bajado.
La alianza Hacemos Juntos por Córdoba que se inscribirá este miércoles estará integrada por 15 partidos: Partido Justicialista, GEN, Partido Acción por el Cambio, Partido Demócrata Cristiano, Partido Socialista, Partido Intransigente, Unión Vecinal Federal, Federalismo Independiente, Movimiento de Acción Vecinal, Partido Estamos, Movimiento Libres del Sur, Partido Fe, Frente Federal de Acción Solidaria y los partidos País y Compromiso Federal. Apenas tres más que los que en 2019 había reunido Schiaretti para dar nacimiento a Hacemos por Córdoba.
Sin embargo, el aporte de Llaryora a este nuevo capítulo de la política cordobesa y, puntualmente, del peronismo no debería medirse a partir de una simple cuestión matemática, sino que debe observarse en función de lo que aportan los nuevos socios al armado político con el cual se imagina gobernando la provincia.
La vuelta al centro
“Gestión pluralista, federal, de acuerdos, que da certezas y que trabaja poniendo por encima de cualquier circunstancia los intereses de nuestra provincia”, dijo Llaryora al presentar a su nueva escudería. Casi un calco de lo que propone Schiaretti para el país. Es lógico.
Cuando José Manuel De la Sota inventó Unión por Córdoba, allá por 1999, sentó a la mesa del Partido Justicialista cordobés a todo un sector político que se había empezado a acercar al peronismo a partir de la presidencia de Carlos Menem, pero que en el centro del país no había confluido en un armado conjunto. “Menemismo tardío”, le decían sus principales detractores. Sin embargo, el engranaje se convirtió en una aplanadora y el peronismo nunca más abandonó el gobierno provincial.
Con un perfil más conservador, los principales aliados de De la Sota de aquel momento fueron el Partido Demócrata Cristiano y la Ucedé, partido al que pertenecía Germán Kammerath, vicegobernador electo y luego intendente de la capital provincial.
Pasaron las crisis, los años del kirchnerismo, el gobierno de Cambiemos y, ya sin De la Sota, Schiaretti quiso ponerle su sello a la fuerza con la que se proponía gobernar la provincia por tercera vez. Entonces, en medio del fracaso liberal que significaba el gobierno de Mauricio Macri, decidió imprimir al espacio un sesgo progresista del que siempre había hecho gala. Agregó al Partido Socialista y al GEN de Margarita Stolbizer, además de sumar a su equipo de trabajo a algunos intendentes como Esteban Avilés, de Villa Carlos Paz; y Gabriel Musso, de Cosquín. Ese también fue el principio del fin de la relación con Carlos Caserio que, para cuando la alianza se lanzó, en marzo de 2019, todavía representaba al cordobesismo en el Senado. Faltaban todavía dos meses para que el país se enterara de la existencia del Frente de Todos.
La tercera etapa del frentismo peronista cordobés del siglo XXI no tiene un sesgo ideológico tan marcado, aunque sí un anclaje en algunos enclaves de gestión que el equipo del intendente que quiere ser gobernador puede considerar centrales a la hora de conducir los destinos provinciales. El primero, notorio, es el peso territorial que expresan los intendentes.
El caso de Miryan Prunotto (Juárez Celman), Gustavo Benedetti (Arroyito), Oscar Fasolis (James Craik) y Marcelo Bustos (Salsipuedes) parecen ser los más resonantes por sus identidades partidarias previas, que permiten al peronismo hacer gala de “robar jugadores” del cambiemismo, pero su activo mayor no está en ese lugar, sino en la significancia territorial sobre la que Llaryora, que se reconoce como un intendente del interior, pone un particular énfasis. El intendente de Córdoba fue intendente de la ciudad de San Francisco entre 2003 y 2011. Luego fue ministro provincial, vicegobernador y diputado.
Aunque no deben representar una novedad si la comparación es con el armado de Schiaretti en 2019, la presencia de Martín Gill y el grupo de intendentes que lo acompaña también debe leerse en esa clave. “Era el único que queríamos”, dicen en el PJ provincial cuando miran al Frente de Todos. Posiblemente haya sido el que más querían, pero el mundillo político de Córdoba sabe que las conversaciones apuntaron también a otras figuras que, tras las elecciones 2021, decidieron ya no volver al armado cordobesista.
En la importancia que Llaryora le da a sus planes de gestión también ingresa el componente del radicalismo identificado con Rubén Américo Martí, el intendente que gobernó la capital entre 1991 y 1999 y que el sanfracisqueño toma con referencia para el grueso de sus planes en la ciudad. Allí se suman el Ateneo Rubén Américo Martí, el Radicalismo Auténtico fundado por Prunotto y la agrupación Dignidad Radical.
Por último, también se destaca una incorporación de anclaje territorial que incorpora oficialmente a una pata de la militancia social al armado oficialista: el movimiento Libres del Sur. Con pasado en el juecismo y una posición histórica crítica al peronismo provincial, la fuerza que a nivel nacional conduce Humberto Tumini se suma formalmente al oficialismo. Al mismo tiempo, lanza un guiño que también toma el schiarettismo a nivel nacional, y que junto el Movimiento Evita le ofrecen a Llaryora una herramienta que puede garantizar la contención social en tiempos que se avizoran complejos.