Un superministro con poderes especiales, una vicepresidenta con la capacidad de vetar y un presidente bajo los efectos de la kriptonita de la crisis protagonizarán los próximos capítulos de esta zaga digna de Marvel Studios. Queda claro que nunca se trató de “funcionarios que no funcionaban” sino de un Gobierno mal concebido para tomar decisiones.
La cercanía del abismo y la espiralización de la crisis amenazando el colapso desembocaron en un nuevo intento (¿el último?) por arreglar la falla estructural. Supone una innovación por fuera de los manuales y la práctica política. Por el momento, el presidencialismo queda stand by como consecuencia de la necesidad y la urgencia.
Lo que viene es todo construir sobre la marcha, armar -con los pocos instrumentos que quedan- un artefacto para destruir a los cuatro jinetes del apocalipsis que amenazan a la Argentina: la corrida cambiaria, la corrida contra los títulos públicos, la corrida contra los precios y la corrida contra los bienes.
Un clamor interno dentro de los distintos sectores del oficialismo terminó forzando a Alberto Fernández a hacer aquello a lo que se había negado apenas un mes atrás: reestructurar de plano la administración. Bajo la promesa de un “giro” pragmático, los mercados le dieron la bienvenida a un político como ministro de Economía. Quizás porque siempre advirtieron que primero el problema respondía a las disfunciones en el ejercicio del poder y, luego, a las instrumentaciones técnicas. Antes que la “cuenta única” para controlar los gastos observaban la necesidad de “una ventanilla única” para negociar y dialogar con el gobierno.
Las próximas semanas dirán si el camino conduce a esa realidad. La música suena con esos acordes. Falta la letra. Cuando se conozcan los nombres del equipo y las medidas específicas, se podrá comenzar a evaluar la consistencia entre las expectativas generadas y los hechos. Será Sergio Massa, un profesional de la política respetado por esa condición en el círculo rojo y por esa misma condición postergado en las encuestas de opinión pública, el encargado del rescate. Cuenta con la audacia que requiere el momento y con la conciencia de saber que solo un logro épico lo puede sacar de los umbrales mínimos en los que se encuentra su imagen.
Probablemente esa lectura sea la que haga Cristina Fernández de Kirchner para admitir la jugada y asimilar la necesidad de acciones alejadas de su marco conceptual. Si funciona, ella recogerá también los beneficios. Si no, aunque intente distanciarse y obtenga la indulgencia de sus seguidores, difícilmente escape a las consecuencias.
Mientras tanto, cabe preguntarse cuál será el impacto en la oposición, particularmente en Juntos por el Cambio, de los movimientos en el oficialismo. ¿Será una oportunidad para los halcones o para las palomas? ¿Los buenos vínculos del hasta ahora presidente de la Cámara de Diputados con los moderados de la otra vereda será para ellos una oportunidad o una amenaza? Resulta temprano para responder a estas preguntas pero quizás sea oportuno dejarlas abiertas para seguir a través de ellas los comportamientos de quienes aspiran a regresar en el 2023. Nadie explicita el 2023 en un contexto convulsionado, pero todos calculan y actúan en función de él. No hay ningún pecado en ello. La única falta es equivocarse en los cálculos. Eso se paga con la derrota.