Cristina Fernández de Kirchner no habla "porque probablemente esté virando hacia la responsabilidad. Ya se debe haber dado cuenta de que criticar, erosionar al Presidente, voltear ministros y tratar de despegarse no le sirve. Acá nadie puede salvarse solo", conjeturó en diálogo con Letra P una fuente oficial cercana a Alberto Fernández. La interpretación es interesante porque se suma a las hipótesis del apoyo tácito al ajuste que intenta llevar a cabo la valiente y, a la vez, desvalida Silvina Batakis, y a la de una recelosa toma de distancia. El silencio es polisémico.
La escalada de los tipos de cambio –incluso del oficial, cuyas minidevaluaciones ya no son tan mini– conlleva dos riesgos: uno, el de un estallido del dólar oficial; otro, el de un impacto severo sobre una inflación que amaga con desbocarse definitivamente.
Economistas del sector privado que militan en el ala racional y no agrietada de la profesión no se ponen de acuerdo.
Para algunos, una megadevaluación del peso oficial es inevitable y solo queda ponerle fecha y porcentaje; para otros, eso dependerá de qué precio esté dispuesto a pagar el Gobierno en términos de recesión y hasta escasez de productos por sentarse encima de la caja semivacía del Banco Central.
Por ahora, las señales apuntan en el segundo sentido, con restricción sobre restricción en torno a un cepo ya inabarcable, lo que hace que el afán por emparchar una pinchadura de caño genere mil y una fugas.
En un interesante hilo de Twitter, el economista Eduardo Levy Yeyati ponderó cuán corta es la frazada que cumbre –poco y mal– al Frente de Todos. "Cada vez que hay un dilema temporal, el Gobierno prefiere el pan para hoy. El problema es que los días se acortan", concluyó.
Incluso quienes ven un hecho inevitable en una devaluación del oficial –mirada alimentada por indicios preocupantes en materia comercial y una ya perceptible retención de granos– advierten que eso debe hacerse en el marco de "un plan integral", a la vez cambiario, fiscal y monetario, esto es con anclas para las expectativas. No hacerlo de ese modo sería una invitación a una inflación anual de tres dígitos o, incluso, a una híper, vaticinan.
Con "salto discreto" del dólar oficial o no, todo parece confluir en un riesgo más concreto: el IPC. Julio entrega una muestra gratis de eso: aunque el Gobierno ningunee el impacto del blue y evite hablar del dólar que sí cuenta para la formación de precios, el "contado con liquidación", la escalada de este último en las tres primeras semanas del mes le agregó al índice que proyecta una consultora de primera línea al menos 0,8 punto porcentual a lo que esperaba para todo el período. Es natural: al excluir tramos significativos de las importaciones del mercado oficial y ordenar a las empresas financiarlas por sí mismas, el Banco Central se saca un elemento de pérdida de reservas, pero abulta la demanda del CCL.
Algo más para "la frazada de Yeyati", que no es una banda de rock. El “dólar Lammens" para los extranjeros que hacen turismo en el país podría derramar algún billete –no más que eso– sobre las reservas del Central, pero, en caso de tener algún éxito, retiraría oferta en el segmento ilegal y el límite del blue, en tal caso, se haría difícil de predecir. Aunque, a diferencia de lo que algunos sostienen, todo tiene eventualmente un techo, cabe destacar que el cierre de esa cotización el viernes último equivale, con las debidas actualizaciones, a unos 430 pesos de octubre de 2020, cuando el país se asustaba por una paridad nominal de 195. Más concreto: si aquello es un parámetro, el blue todavía podría tener recorrido.
De acuerdo con un relevamiento realizado por Letra P, julio entregará un índice de precios al consumidor de entre 7 y 8%, mientras que las proyecciones anuales que tenían el 80% como techo ya no son tales. Así, esos y esas economistas creen ahora que la inflación finalizará 2022 entre el 80 y el 90% si todo sale bien, esto es si el Gobierno evita un estallido cambiario y le pone un tope a la brecha. Si no, ese límite se suma a la lista de la Argentina imprevisible.
Las recesiones macristas de 2016, 2018 y 2019, sumadas al Gran Confinamiento de 2020, redujeron tanto los márgenes de ganancia de las empresas, que estas se entregaron, cuando llegó la hora del rebote, a un feroz proceso de recomposición que explica, en parte, lo que pasa hoy. Como muestra, vale comparar el IPC de junio con el índice de precios mayoristas del INDEC: 5,3% uno, 4,8% el otro o, si se prefiere, 64% y 57,3% interanual. La diferencia es margen que ganan las compañías que venden al detalle.
Es la política…
Megadevaluación, más inflación… Los peligros son severos y el tiempo hasta la entrega del mando en diciembre de 2023, demasiado largo. Si el Gobierno no se ordena, si no se arriesga a hacer –en su hora de mayor debilidad– lo que evitó cuando su credibilidad era alta y si sus principales referentes no se alinean, es mucho lo que le puede salir mal.
Lo primero que debería evitar en los próximos 17 meses es que se cumplan las profecías temerarias de Juan Grabois, hechas de sangre y saqueos. Con ello, las de analistas que juegan livianamente con ideas de renuncias y elecciones anticipadas.
No porque sea lo que vaya a ocurrir, pero sí porque es lo que está en juego, el Frente de Todos debería evaluar el escenario de una salida desordenada de la triple crisis: la económico-financiera, la social y la política. Para eso, debería madurar y entender que en la campaña de 2019 le habló a la Argentina como si lo que estaba por delante era un panorama similar al de 2003 y no lo que, ahora se sabe, es el final inapelable de todo un régimen económico. Más que una corrida contra el peso, lo que se ve hoy es un nuevo episodio de un proceso de larga duración que, en verdad, comenzó con Mauricio Macri en 2018, uno que el ingeniero no hizo más que acelerar al agotar el recurso al endeudamiento, dejando al país sin margen para poner sus cosas en orden de modo humano. Desde entonces, con las esperables mesetas en el camino, todo ha sido una corrida permanente hacia el billete verde y hacia cuentas en el exterior.
La salida del supuestamente ortodoxo Martín Guzmán derivó en la llegada de una Batakis tanto o más convencida que aquel de que ajustar es inevitable. La duda es si puede hacerlo.
Acaso el Frente de Todos no sea una herramienta apta para dicha tarea, lo que equivaldría a decir que no lo es directamente para gobernar la Argentina del presente.
El problema es que, si no lo es, corre el peligro de precipitarse al escenario de una salida desordenada. En ese caso, el peronismo no solo no tendría 2023, sino que ni siquiera podría plantearse el objetivo de jugar a perder, atrincherándose en la provincia de Buenos Aires y en el Congreso. Asimismo, dejaría en el camino el prestigio de ser el partido de la gobernabilidad. De allí a una fragmentación de Todos no mediaría más que un paso.
Dan cierta ternura los defensores del déficit de ayer que llaman hoy a la oposición a un gran acuerdo: Juntos por el Cambio solo espera saber si habrá o no estallido cambiario, variable que determinará si, por primera vez en la historia, el peronismo hará el trabajo sucio de la megadevaluación, el gran ajuste que licuaría el gasto público y la calidad de vida de la población; uno que le evitaría el costo de aplicar el blitzkrieg de las "cien horas" que anticipó Horacio Rodríguez Larreta.
Sería algo así como un Jorge Remes Lenicov sin que detrás llegara, precisamente, un Néstor Kirchner.