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Twitter: te amo, te odio, dame Musk

Las promesas del nuevo dueño de la red del Círculo Rojo: libertad sin restricciones y autenticación. Deudas, especulación y cambio de paradigma en los medios.

Con un fondo de 44 mil millones de dólares que provienen de su propia fortuna y de préstamos e intereses que deberá afrontar en los próximos años, Elon Musk compra Twittertras una campaña repleta de consignas grandilocuentes y documenta el cambio de época en las comunicaciones. Si hasta hace unos años los multimillonarios adquirían directa o indirectamente medios periodísticos, ahora las plataformas digitales son el relevo ideal para lubricar sus negocios, condicionar la agenda pública y controlar daños a su imagen. Musk está entrenado en la materia: con un tuit sabe especular afectando acciones empresarias y criptomonedas y, en su papel de enfant terrible, es capaz de celebrar un golpe de Estado en Bolivia y de justificar la conquista de Twitter como parte de un programa democratizador.

 

A pesar de estar lejos de los niveles de masividad de las redes de Meta (Instagram y Facebook) y de Google (YouTube), Twitter, con sus 450 millones de personas usuarias, concentra la atención y los debates de las élites políticas, periodísticas y culturales de Occidente, lo que en palabras de Musk la convierten en un foro público. Ahí navega el Círculo Rojo del capitalismo. Que el provocador e innovador cerebro de PayPal, Tesla y SpaceX y sus millones de seguidores crean que la preservación de ese foro público depende de la mayor concentración de poder posible, la unipersonal, es toda una paradoja de esta movida.

 

Entre la compra de The Washington Post por Jeff Bezos (Amazon) en 2013 por 250 millones de dólares y esta de Twitter por Musk no solo media casi una década y una valorización muy superior de los negocios de las comunicaciones, sino también la consolidación de las plataformas digitales y sus sesgos algorítmicos como espacios privilegiados de producción y circulación de noticias y opiniones.

 

Intensidad, violencia expresiva y radicalización: los algoritmos premian la permanencia de tiempo en las plataformas para extraer y comercializar datos personales de quienes las usan. Si la promesa de Musk de abrir el algoritmo se concretara, la evolución del negocio de las big tech cambiaría. Ver para creer.

 

Mientas tanto, en su campaña para controlar Twitter, Musk hizo dos planteos tan efectistas como incongruentes: en primer lugar, prometió eliminar las restricciones a la circulación de contenidos que se vieron crecientemente afectados por las políticas corporativas de moderación y gestión, con casos emblemáticos como la expulsión del entonces presidente estadounidense, Donald Trump, de la plataforma, cuando el líder del Partido Republicano llamó a tomar el Capitolio en Washington, en enero de 2021. Musk le ofrece a Trump la alfombra roja para regresar a una red que le rindió tantos beneficios, que le permitió manipular la agenda pública y erigirse en un troll capaz de instigar agresiones contra opositores, periodistas y ciudadanos de a pie.

 

Hay varios obstáculos para que el ideal de circulación de contenidos sin límites se concrete: en varios países de la Unión Europea, por ejemplo, no se permite la apología de la violencia nazi ni la discriminación racial. Tampoco las amenazas de muerte. Allí no serían legales transmisiones de masacres en vivo como el ataque terrorista ocurrido en Christchurch, Nueva Zelanda, en marzo de 2019 (difundido en directo por Facebook). Sin embargo, Twitter comercializa sus servicios en Europa. ¿Musk respetará las leyes europeas? Si la respuesta es afirmativa, los contenidos tendrán límites. En cuanto a derechos de autor, la regulación vigente en EEUU -la Digital Copyright Millennium Act-, que las grandes plataformas tecnológicas aplican de facto en el resto del mundo con su rígida regla de "notificación y remoción" (notice and take down), ¿tendrá mayor o menor valor que la promesa demagógica de Musk de eliminar toda prohibición a la circulación de discursos? ¿Levantará la red Twitter en manos de Musk el etiquetado, la disminución de visibilidad y la eliminación de cuentas de medios rusos que impuso en consonancia con las presiones de líderes de las potencias occidentales?

 

El programa de apertura total vaticinado por Musk ignora el desempeño y los problemas de las plataformas en los últimos diez años. Es como si la convocatoria de Trump a reprimir violentamente a quienes protestaban por el asesinato de George Floyd en 2020 o las campañas de odio y limpieza étnica en Myanmar, no hubiesen existido. Ahora bien, una cosa es ser un alborotador sin cargas de conducción en la plataforma y otra distinta es tener responsabilidad en un ámbito en el que hay operaciones de acoso, discriminación racial, violencia de género y otros discursos que los estándares de libertad de expresión clasifican dentro de los límites legítimos.

 

En segundo lugar, Musk afirmó que con él como monarca absoluto de Twitter, la plataforma autenticará la "humanidad" de las cuentas activas, lo que es, también, un tema muy sensible, puesto que hay muchas personas que emplean seudónimos porque no pueden blanquear su identidad, por ejemplo porque viven o trabajan en contextos autoritarios y su vida, su trabajo o su posición personal correría riesgo si lo hicieran. En este caso, la consigna de Musk reposa en un prejuicio respecto de que los trolls son anónimos, cuando el trolleo en muchos casos es ejercido por líderes políticos identificables (como Trump o Jair Bolsonaro fronteras afuera, para no mencionar a notorios políticos y animadores mediáticos argentinos que agreden sistemáticamente a periodistas mujeres, por ejemplo). Nuevamente, una cosa es presentar una idea provocadora anclada en la mala fama que tiene el anonimato y otra muy distinta es abordar con todos los matices el problema de cuentas automatizadas, de los anónimos y de usuarios y usuarias que participan de la red con seudónimo.

 

Lo que sería transgresor es que Twitter cambiara el modelo de extracción de datos personales seguido por su procesamiento y mercantilización. Hacia ahí apunta la flamante Directiva de Servicios Digitales de la Unión Europea. Veremos cómo se adaptan las grandes plataformas a esta nueva regulación.

 

Musk necesitará pagar sus deudas y capitalizar su inversión. No es un filántropo ni tiene la legitimidad del sufragio: es el hombre más rico del mundo que expande su dominio a uno de los espacios de comunicación social e información en tiempo real más importantes. Sus credenciales como innovador no son pertinentes a la hora de dimensionar el poder que acumula. Ese es un indicador de los tiempos presentes cuyas consecuencias desbordan los 280 caracteres.

 

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