Lanzado a la carrera presidencial 2023, Sergio Massa suma horas en los medios de comunicación donde se muestra como mediador entre el albertismo y el cristinismo en medio de la tensión que atraviesa el Frente de Todos tras la votación del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) en la Cámara de Diputados. En una suerte de cardenal Antonio Samoré -el enviado de Juan Pablo II en la mediación del conflicto del Beagle-, el tigrense busca calmar las aguas en el oficialismo y pide “metabolizar las diferencias y seguir trabajando” para “sacar a los argentinos de la crisis”. Además, hace falta de sus vínculos amistosos con la oposición, que considera claves para alcanzar consensos en momentos de alta tensión.
En declaraciones a FM Urbana Play, el titular de la Cámara baja explicó que su rol en el debate parlamentario fue "tratar de construir el mayor consenso posible" y sostuvo que la Argentina "tiene que superar la enfermedad de la grieta".
"El acuerdo de alguna manera construye un puente de salida. En ese sentido, más allá de los matices, mi responsabilidad era tratar de construir un amplio consenso para dar un mensaje al mundo de que la Argentina tiene un programa de desarrollo", afirmó Massa.
Sobre las distintas posturas dentro del oficialismo en torno a la votación del proyecto, Massa consideró no pueden dejarse llevar por "pasiones personales" y planteó que el desafío del FdT es "mostrarle a la población la capacidad de metabolizar las diferencias y seguir trabajando". "Tenemos que poner por delante a la Argentina y el concepto de responsabilidad como coalición gobernante", subrayó.
Massa, que el fin de semana estuvo en el programa Sobredosis de TV, también consideró que la Argentina “tiene que superar la enfermedad de la grieta y del amigo/enemigo en la política”. En este sentido, sostuvo que “más allá de los matices internos de todas las fuerzas posibles, hay una responsabilidad política de sacar a los argentinos de la crisis".
Tal como lo contó Letra P, Massa se presentó la semana pasada como el frontman de un gobierno deshilachado. En medio del debate parlamentario, se paró como un "hombre de Estado" encomendado a dejar de lado "la chicana" y el juego de "la grieta" para facilitar los consensos necesarios para "evitar una catástrofe".