

"Ahí viene la plaga, le gusta bailar/y cuando esta rocanroleando/es la Reina del lugar”
Justo en el momento en que la civilización festejaba su carnaval digital, aparece el coronavirus. Tal parece que ni la más sofisticada tecnología puede detener esa viralización analógica. ¿Es un cisne negro? Quién sabe. Apenas, y nada más, es una amenaza microscópica global.
Por qué, dicen algunos, por qué tanto espamento por una dolencia que (hasta ahora) lleva menos muertes que cualquier gripe común o que una simple neumonía, por cierto menos aún que las muertes provocadas por los accidentes viales, entre otros modus moriendi. Sin embargo, esa banalización parece errarle al viscachazo.
Es que el COVID-19, tal su denominación actual, no es una enfermedad baladí, que afecta a un individuo, enluta una familia, entristece amigos. Que no es poco. El mentado COVID-19 tiene las características de un riesgo que alcanza a todo el pueblo: que eso quiere decir “pandemia”. Y si la entera comunidad está en peligro, quizás estamos frente a un hecho social.
Recordemos las palabras de Emile Durkheim, escritas ayer nomás, en 1894. Para Durkheim, un hecho social es exterior al individuo y lo obliga; tanto y tan bien que modifica o impone maneras de actuar, de pensar y de sentir exteriores al individuo. El hecho social tiene un poder de coacción en virtud del cual se impone a las personas. Bienvenidos a la sociología.
De allí que si el ser humano no inventó el vibrión del cólera, ni la yersinia pestis de la Muerte Negra, ni el flavivirus de la fiebre amarilla, no es una dolencia vivida de modo individual o familiar. Es vivida en clave colectiva: no afecta a una persona sino que amenaza a todos. Así la epidemia o pandemia deviene un hecho social, amenazante para cada uno y para el conjunto, que llamamos Peste.
La Peste impone determinadas maneras de sentir, pensar, actuar para el conjunto de la sociedad. No es sólo una cuestión cuantitativa, de las cantidades, sino cualitativa, del sistema de representaciones que establece entre los humanos, de su proyección social.
Por cierto, el COVID-19 no es la primera Peste que conoce la historia.
Al lograr el desbloqueo del I pad de Tucídides, allá en Atenas, por el 430 antes de Cristo, vemos que nos describe la podredumbre progresiva de los cuerpos que llevaban a la muerte en nueve días, mataban a cualquiera, ya por consunción, ya por diarrea, ya por sed saciada de golpe. ¿Dengue mediterráneo? Apenas una fiebre hemorrágica.
Los WhatsApp que extraemos (sobre todo los audios) de 535 en Bizancio, de 1350 en Europa, o de 1880 en todo el mundo son explícitos: es la Peste bubónica. “¡Cuántos valerosos hombres, cuántas hermosas mujeres, cuántos jóvenes gallardos (…) desayunaron con sus parientes, compañeros y amigos, y llegada la tarde cenaron con sus antepasados en el otro mundo!” dijo Bocaccio, en ronda de amigues, en la Florencia del siglo XIV. La manifestación más poderosa del enojo de Dios, tal como señala la Biblia desde la deep web.
De Youtube dejamos la opinión de un tal Daniel Defoe, influencer solitario. “Advertimos entonces que la infección se fortificaba principalmente en los barrios de extramuros: como eran muy populosos y estaban llenos de pobres, la enfermedad los consideró mejor presa que la City”.
Daniel salió con su Samsung Galaxy Note 10+ a la calle, donde registró “los gritos de mujeres y niños en las ventanas o puertas de las casas donde sus parientes más queridos estaban agonizando o ya muertos se escuchaban con tanta frecuencia que bastaban para traspasar el corazón más firme del mundo”.
Defoe rescata la organización municipal de la lucha contra la peste: abandonados por el poder real, es el intendente de Londres que organiza cuarentenas en casas cerradas, presencia de vigilancia, y ordena los entierros.
En otro video en su canal dice que “esos terrores y aprensiones condujeron a la gente a mil actos débiles, tontos -y perversos que en realidad no deseaban, pero hacia los que eran impulsados por una clase de individuos verdaderamente malvados: corrían hacia los decidores de fortuna, charlatanes y astrólogos, para que les pronosticaran su destino mediante horóscopos y cosas parecidas”. Comportamientos: la gran plaga de Londres en 1655, escenas de la peste bucólica.
Argentina no puede ser menos. Nunca. En su Facebook, Ralph Herne, Ph.D. de la University of London y miembro del Royal College of Physicians, nos previno allá lejos y hace tiempo que Buenos Aires, “ciudad inmensa y sobrepoblada, construida en una llanura, sin el menor sistema de drenaje y sin agua corriente, está destinada a ser visitada pronto por una epidemia de algún tipo que diezmará a la población – una visita aun más terrible que la de la gran peste de Londres”. Parece que pocos vieron tal posteo.
Yo sigo a Mardoqueo Navarro en Twitter. Cuando posteó el 27 de enero de 1871 que hubo cuatro muertos de fiebre amarilla, enseguida salieron a decir que es fiebre icteroide (¡por eso están amarillos!). El 7 de Febrero inicia el pánico en Buenos Ayres: en una selfie con Wilde ambos alertan sobre la Peste. Comentarios responden que “no hay tal fiebre”, que las “aguas pútridas son salubres”, que “la cosa no merece tanta bulla” y que “no es fiebre amarilla”. Economistas neoliberales de poca monta lo insultan en las redes.
El 20 de febrero Navarro tuitea una foto de una comparsa: “Las fiestas arrecian y la fiebre se olvida”. Dice el 24: “La fiebre salta de San Telmo al Socorro. Pasada la locura carnavalesca viene la calma y a esta sucede el pánico”. El 2 de Marzo Mardoqueo observa que “se prohíben los bailes una vez que estos han sucedido”.
Tuit del 7 de marzo: “Todo es contra los focos y todo es ahora un foco. La población huye”. Del 22 de Marzo: “la muerte. El espanto. La soledad. Los salteadores. 300 toneladas de basura diaria” El 7 de Abril: “todos amarillos: de fiebre los muertos, de miedo los vivos”. 10 de Abril: “563 defunciones. Terror. Feria. Fuga”. 11 de Abril: “reina el espanto”.
Mardoqueo también consigna en otras fechas que los diarios culpan de la peste a los inmigrantes italianos, a los saladeros, a los mercados. Twittea que ¡¡¡algunos proponen quemar los conventillos!!! (la Peste es el otro). El gobierno huyó a Mercedes, los pudientes al norte, hay subida generalizada de precios y también propuestas de sanear el riachuelo.
Una comisión municipal trata de asistir y proveer los mínimos cuidados, junto con el clero. Así mueren ilustres, sacerdotes, negros y pobres (que son lo mismo, hay pestes de clase también). Huérfanos por todos lados.
Más tarde, Mardoqueo tuitea: “La epidemia: olvidada. El campo de los muertos de ayer es el escenario de los cuervos hoy: testamentos y concursos, edictos y remates son el asunto”. Por último, como señala en su muro Ralph Herne, Ph.D, la Argentina cuenta además con el dengue, el chagas y el mal de los rastrojos. ¿Pestes de pobre?
¿Qué decir de todo esto? Que esa cosa llamada Peste, ya sea producida por bacterias o por virus no constituyen una enfermedad “común” o “legítima” desde el punto de vista de las percepciones y comportamientos humanos “aceptables”. Como la Peste es un hecho social total, modifica el modo de existir –y de morir- de comunidades, naciones e incluso continentes.
Arriesgamos otro punto importante, sino esencial, que es afirmar que esas conductas inducidas por la Peste esbozan un patrón común, con independencia de tiempos y espacios, tanto desde las primeras pandemias de la antigüedad como cuando nos enfrentamos a siglas como SARS, MERS o COVIR-19.
Algunas de esas conductas son: ignorar o minimizar la peste, tanto por la población como por los gobiernos; caer en pánico, todos; invocar al Creador, algunos; desenfreno; buscar culpables (mujeres quemadas como brujas, marginales, inmigrantes, sectas secretas); más desenfreno, más religión; huída al campo de los pudientes; todos buscan presagios y creen en charlatanes; hay robo y saqueos en las ciudades cerradas; viene la indiferencia; quedan huérfanos sin fin.
También hay consecuencias económicas graves de las pestes, que las otras enfermedades parece que no tienen. ¿Cae Wall Street? Seamos serios. Por la Peste, Justiniano no pudo reunificar el Imperio Romano y los Conquistadores sí pudieron devastar América. Hay resultados hasta geopolíticos de estas pestes. Falta el espacio en estas escasas líneas. Así que quedaré abocado estos tiempos a escribir un pequeño libro (que se consiga por kindle):
¿Todos vamos a morir?
Esbozo sociológico de la Peste.