Poner el debate en debate

Este domingo a las 21hs estaremos frente a nuestros televisores dispuestos a presenciar el “debate” que de acuerdo a la Ley 27.337, los candidatos que se superaron el piso de las PASO están obligados a dar. 

 

Veremos un formato políticamente o periodísticamente correcto, donde lo más llamativo es que sus participantes casi no podrán debatir. A priori cada uno tendrá dos minutos para exponer sobre los cuatro temas que han sido designados, habrá poco lugar a la repregunta, menos aún a la interacción y paradójicamente al debate en el verdadero sentido de la palabra, es decir, una discusión sobre las grandes problemáticas públicas que manifieste las diferencias entre modelos políticos.

 

¿Será entonces una mera exposición de propuestas expresadas de ante mano? En general, estos espacios operan como los marcos ideales –principalmente por los records de audiencia- en los que los políticos acaban de delinear las imágenes que quieren proyectar de sí mismos, ante su propio electorado. 

 

En la mayoría de los casos el efecto que generan es consolidar las tendencias previas. En cuanto a la posibilidad de cambio de preferencias del votante, la evidencia indica que las audiencias están más orientadas a atender y coincidir con la perspectiva más cercana a su creencia previa y a utilizar la información del debate para reforzar su opinión original. 

 

Mucho más en una contienda electoral con una diferencia cercana a los 20 puntos, en el que los indecisos son muy pocos y con candidatos que llegan con altos niveles de conocimiento. Excepto quizás que suceda algo inesperado, lo que es poco probable por el nivel de estructuración de la escena y el escaso margen de interacción entre los actores. 

 

Entonces, ¿deberíamos estar preparados –para no desilusionarnos- para dos horas y cuarto de slogans de campaña? ¿Habrá alguna voz disruptiva que nos sorprenda y rompa con las líneas del coaching y las normas preestablecidas? O en cambio, se consolidará esta idea de la corrección política como norma, que transfigura su naturaleza conflictiva y antagonista en una expresión de enunciados cordiales y amables entre adversarios.

 

Sabemos que parte de las estrategias de cada uno se definirán teniendo en cuenta la coyuntura y el escenario actual. Por eso es importante entender cómo llegan los candidatos al debate. 

 

Mauricio Macri es quien más riesgo tiene de salir derrotado: llega con su imagen deteriorada, con niveles de rechazo cercanos al 70% y a diferencia de su último debate, en este caso el electorado tiene la experiencia de cuatro años de gestión y las promesas incumplidas. Su credibilidad está profundamente erosionada y cualquier frase que lo muestre distante de la realidad o insensible confirmará la opinión de la mayoría.

 

Además, será juzgado tanto por lo que diga como por lo que no diga. Asimismo deberá defenderse muy bien. Probablemente sea el candidato más atacado, no podrá contar con apuntes ni teleprompter que lo asistan, ni podrá defenderse enumerando los éxitos de su gestión, por razones obvias.

 

Quedará por ver si el juego de Macri será arriesgado o se conformará con salir ileso y conservar su núcleo cercano al 30% de los votantes.

 

Alberto Fernández llega como ganador y deberá administrar bien esa situación, firme, pero sin mostrarse soberbio ni agresivo, para mantener la ventaja. Para distinguirse de su rival, no deberá realizar promesas que puedan considerarse incumplibles ni mostrarse exitista, sino realista y auténtico. En un debate tan estructurado y entre candidatos coucheados, tiene la posibilidad de distinguirse, con una cuota de sinceridad y espontaneidad.

 

Podrá utilizar una estrategia positiva, con propuestas, pero marcando las dificultades de la situación que le deja el gobierno saliente y una estrategia negativa muy sutil, que le permita hablar de sí mismo sobre cuestiones que para la opinión mayoritaria son un déficit en su rival directo.

 

Luego de las PASO todo lo que en Macri es una debilidad se convierte en una fortaleza para Fernández y lo sabe aprovechar muy bien: Cercanía vs Distancia; Empatía vs Insensibilidad; Gobierno para Todos vs Gobierno para Ricos; defensa de los jubilados vs defensa del capital financiero, por nombrar algunas de las dicotomías que construyó.

 

¿Qué lugar ocuparán Roberto Lavagna, Nicolás Del Caño, José Luis Espert y Juan José Gómez Centurión en un debate polarizado? Tendrán que hacer un esfuerzo para captar la atención. Lavagna deberá diferenciarse de ambos para contener sus votos, pero si busca crecer tendrá que elegir con quien confrontar más: probablemente sea con Macri, a quien tiene mayores posibilidades de quitarle algunos puntos de desencantados de último momento.

 

Por su parte, los candidatos de los extremos podrán apelar a un voto útil en un contexto en el que la elección se percibe como definida. Probablemente, sean quienes mayor posibilidad de disrupción en la escena puedan generar.

 

Antes de concluir y para ponerle una cuota de optimismo, vale decir que el principal aspecto positivo de los debates tiene que ver con que el interés de la ciudadanía respecto a los procesos electorales aumenta y que funcionan como un estímulo para la discusión política. Ahora, dependerá de los distintos espacios plantearse cómo logran capitalizar ese interés.

 

Por el momento, dejamos delineadas más preguntas que certezas…

 

¿En qué medida el formato condicionará los mensajes? ¿Nos encontraremos frente la lógica de los spots de campaña? ¿La urgencia del reloj será la preocupación de los expositores o estarán más atentos al contenido y a la disputa de ideas? ¿Lograrán que las audiencias se inmovilicen frente al televisor, atrapadas por una dinámica intensa? ¿Será un debate inocuo como el de la Ciudad o los candidatos transmitirán emociones? ¿Generarán ideas que impregnen las agendas mediática y pública, y que permitan prolongar la discusión?

 

Habrá que esperar al diario del lunes para responderlas.

 

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