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La capacidad de los medios de comunicación de poner en agenda los temas del día ha sido ampliamente discutida a lo largo de los años. Esa presunta potencia, que algunos exageran y otros ningunean, es compleja de ser analizada. Probablemente, porque tal cual problematizaron recientemente Natalia Aruguete y Nadia Koziner en Letra P, los medios no operan en un vacío social y su efectividad para sugerir temas y enfoques se ve condicionada por la relación de los asuntos con la experiencia y con los contextos, dependiendo de ambas variables, entre otras, la eficacia del fuego mediático.
Desde que el diario La Nación informó el 1 de agosto sobre la detención de Oscar Centeno, el prolijo chofer que habría registrado minuciosamente en cuadernos marca Gloria el itinerario del dinero sucio de la obra pública del kirchnerismo, el tema copó las agendas de la mayoría de los medios de manera desmedida, sobrerrepresentada.
Entre el 2 y el 26 de agosto todos los títulos centrales de Clarín y La Nación, excepto por las ediciones del día posterior al rechazo de la Ley de Interrupción Legal del Embarazo, estuvieron dedicados al cuadernogate. Los dos diarios más leídos del país, además de otorgarle máxima visibilidad al caso, generaron picos de entre siete y nueve títulos en tapa sobre el mismo asunto, acaparando casi la totalidad del espacio de las portadas. Muy por detrás quedaron preocupaciones como la marcha de la economía, la inflación, el empleo o la crisis educativa, por poner sólo algunos ejemplos.
Como sostienen Budd y Zhu, las agendas mediáticas son limitadas. Los diarios completan su hueco informativo seleccionando un puñado de temas, otorgando más jerarquía a algunos y desechando otros. Y si los límites fueran más laxos, como en los medios digitales, la atención del público es la que satura, ya que un lector promedio podría recordar no más de cuatro o cinco temas destacados.
Para los dos diarios de referencia nacional la causa de los cuadernos -cuya noticiabilidad es indiscutibe- más que duplicó en relevancia a la inflación, que prevé llegar al 23% acumulado en agosto; a la suba del dólar, que en el mismo período pasó de $27,90 a $31,90; o a las tres semanas de protestas docentes en universidades nacionales y en la provincia de Buenos Aires. La “inseguridad”, tema habitual de la crónica diaria, también quedó muy por detrás.
Ahora bien, ¿qué impacto tuvo tal sobrerrepresentación temática sobre la opinión pública? Mal que les pese a varios ex funcionarios que utilizaron la coartada del linchamiento mediático para victimizarse, los datos concretos parecieran indicar que la espectacularización del cuadernogate no impactó demasiado en la preocupación pública.
Un estudio de Gustavo Córdoba & Asociados arroja que un 70% de la población descree del Poder Judicial. El 81% afirma que no cambiará su voto por esta cuestión. Un 50,7% opina que la causa afectará a Cristina Fernández de Kirchner, aunque el 53,8% vislumbra que también serán salpicados Mauricio Macri y María Eugenia Vidal. Finalmente, un 51% entiende que los cuadernos describen un engranaje verosímil de la “corrupción K”, aunque no por ello un 55% deja de creer que Macri y Vidal financiaron sus campañas con aportantes truchos, aunque esa corrupción haya desaparecido de la agenda mediática, salvo en Página/12, propenso también a sobrerrepresentarla.
Si se analiza la percepción de los problemas más importantes del momento, un sondeo de Poliarquía del mes de agosto revela que la corrupción no está entre las principales prioridades de la gente, apareciendo en quinto lugar. Lejos de la inflación, la marcha de la economía, la desocupación y la inseguridad. En el mismo período, Ricardo Rouvier señala que la imagen negativa de Macri no dejó de aumentar, ubicándose en su máximo histórico del 59,9%, mientras que la desaprobación de su gobierno llega al 63,1%. Finalmente, un estudio de opinión de Reale Dallatorre refleja que la preocupación por la inseguridad cayó un 6%, casi idéntico al 5% que aumentó la inquietud por la corrupción. Dato no menor, si se tiene en cuenta que corrupción e inseguridad son los dos temas de agenda más alejados de la experiencia directa, por lo que esa variación sí podría ser explicada por la dinámica mediática.
Según Salma Ghanem, los medios promueven ciertos atributos o enfoques que funcionan como argumentos convincentes para definir los problemas. Así, en el último mes, la “corrupción” fue definida por Clarín y La Nación únicamente como “corrupción K”. La “economía” fue tematizada a partir de la inflación y la devaluación, aunque sin una clara atribución de responsabilidad a actores políticos concretos, acercando su explicación a las metáforas meteorológicas o accidentales que promueve el gobierno. La inseguridad, en tanto, se exhibió asociada al narcotráfico, lo que viene siendo habitual en América Latina y desde no hace mucho también en la Argentina. Por último, las falencias en la Educación fueron atribuidas a las protestas docentes más que al desfinanciamiento. Sin embargo, los datos demuestran que en un contexto de penuria económica que impacta de lleno en la experiencia cotidiana, el nunca omnipotente poder mediático se ve aún más disminuido. Incluso sobre asuntos no experienciales que otrora le aseguraban mayores tasas de efectividad.
Consultado sobre los cuadernos, el editorialista de La Nación, Carlos Pagni, afirmó que un ministro del Gobierno le confió: “Si no hay pan que haya circo. Si no podemos darte actividad económica y la inflación no baja, por lo menos que te demos Cambiemos de otra cosa, de la moral”. Sin embargo, lo que evidencian los datos del cruce entre las agendas pública y mediática, es que, si la política económica tiende a profundizar los problemas que impactan de lleno en la experiencia, como el alza de precios, el desempleo o la incertidumbre sobre el futuro, la dimensión comunicacional por sí misma se vuelve impotente como táctica de gobierno. Allí, hasta al mejor circo se le escapan los leones, se le marean los equilibristas y se le deprimen los payasos.