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Hace un año, Santiago Maldonado participaba del corte de la ruta 40 en la provincia de Chubut junto a miembros de la comunidad mapuche. Reclamaban por la liberación del lonko Facundo Jones Huala, quien hace unos días obtuvo el beneficio de la prisión domiciliaria, después de permanecer un año y un mes preso en la cárcel de Esquel. Una vez desalojada la ruta por orden del juez Guido Otranto, ese 1 de agosto de 2017 la Gendarmería ingresó ilegalmente en la lof de Cushamen y reprimió a sus habitantes. Desde entonces, Maldonado estuvo desaparecido hasta que su cuerpo fue encontrado el 19 de octubre de 2017 en las aguas del Río Chubut, muerto por asfixia por inmersión, ayudado por hipotermia.
En el transcurso de este año, el mundo político pasó de la polarización al silencio. Mientras que en los primeros 78 días Santiago estuvo desaparecido, en los siguientes diez meses estuvo silenciado, abandonado por la política. Por lo menos, abandonado por la Política con P grande, la política de los actores más visibles, los de mayor peso en los medios, los de presencia consolidada en las redes sociales. Desde gran parte de la política, la aparición de Santiago fue seguido de su abandono como causa y, con ello, su abandono como persona.
En los 78 días que transcurrieron entre su desaparición y el hallazgo de su cuerpo, más de 7,5 millones de tuits incluyeron el nombre de Santiago Maldonado. Producto de la fuerte polarización política y mediática, el diálogo virtual de esos primeros 78 días decantó en dos grandes comunidades. En la región que concentró la mayor cantidad de usuarios y una interacción de mensajes más intensa -comunidad opositora-, la narrativa dominante pidió por la aparición con vida de Santiago, atribuyó la responsabilidad por esa desaparición forzada a la Gendarmería y reclamó la renuncia de la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich (#ApariciónConVidaDeSantiagoMaldonado, #FueraBullrich).
En la burbuja afín con la posición del gobierno de Mauricio Macri, cientos de trolls y cuentas anónimas se esmeraron en desacreditar a Santiago Maldonado, a la comunidad mapuche a la que él apoyó y a la oposición en general (#CristinaCínica, #ConMisHijosNo, #ElAgiteDelOdio). En particular, denigraron la idea de una desaparición forzada y la tildaron como una operación electoralista.
La aparición del cuerpo de Santiago, en lugar de ser un nuevo llamado a luchar por los derechos que él enarboló, fue percibida por la política y por los medios como un triunfo de la narrativa oficialista. Lo que empezó como una reivindicación que buscó afirmar los Derechos Humanos y los derechos de los pueblos originarios terminó desvirtuado por la ofensiva mediática del Gobierno, al comienzo, y por el abandono de Santiago por parte de la oposición, tiempo después.
AHORA SABEMOS DÓNDE ESTÁ. Durante la tercera semana desde la desaparición de Santiago, decenas de miles de mensajes impulsaron la causa de Santiago con variaciones de la consigna: “Soy (nombre) y estoy en (lugar); lo que no sé es dónde está Santiago Maldonado”. Los posteos de usuarios de bajo rango se dispararon exponencialmente hasta el día de la primera marcha en reclamo por la aparición de Santiago.
La vacancia mediática de los medios tradicionales fue condición de posibilidad de la revuelta en redes, la cual tomó por sorpresa a los viejos mayoristas de la información, vulnerados en su capacidad de fijar la agenda o, en este caso, para evitar que ciertos temas entraran en la agenda. Las redes sociales, lejos de actuar como correas de transmisión de actores consolidados, forjaron una agenda alternativa. No preguntarse “¿Dónde está #SantiagoMaldonado?” dejaba de ser una opción.
La irrupción de un discurso plebeyo aceleró la definición y redefinición colectiva de la desaparición de Santiago y estimuló la entrada de nuevos actores que compitieron por el encuadre del “caso” Maldonado. En esa disputa de narrativas, la entrada del gobierno coincidió con una mayor presencia de los medios tradicionales, que buscaron desacreditar la idea de una desaparición forzada y presentar a #Maldonado como un caso de manipulación política.
Este rasgo quedó claramente evidenciado en el diálogo que el periodista Jorge Lanata mantuvo con Jones Huala el 28 de agosto de 2017 en la cárcel de Esquel, dos días antes de la primera gran marcha por Santiago Maldonado. Lo que se anunció como una entrevista mediática convencional devino una lucha sin cuartel donde se perfilaba una correlación de fuerzas desigual.
A partir del 28 de agosto, los tuits que incluían vínculos al diario Clarín, cuyas noticias casi no habían sido consideradas hasta entonces, se dispararon al primer puesto y mantuvieron un nivel comparativamente alto en relación con los otros medios analizados, particularmente Página/12 y La Nación. Con la aparición del cuerpo de Santiago Maldonado, los movimientos de Derechos Humanos quedaron huérfanos de la política, donde primó la postura oficialista de que la aparición del cuerpo de Santiago Maldonado eximía de responsabilidad al Gobierno.
A partir del 19 de octubre, la política con P mayúscula abandonó a Santiago Maldonado. “Saber dónde está Santiago Maldonado” fue declarado como una victoria del oficialismo y el punto de partida de una operación de tierra quemada para hacerle pagar a la oposición su osadía de pedir respuestas. Hoy sabemos que Santiago no está en las redes. Ahora sabemos dónde está Santiago Maldonado y, más allá de toda narrativa oficialista, la demanda por justicia sigue igual de vigente.