Esta vez las encuestas no se equivocaron y en Colombia habrá segunda vuelta entre el derechista (moderado) Iván Duque y el izquierdista (moderado) Gustavo Petro. El acuerdo de paz con las FARC vuelve a ocupar el eje de la escena política colombiana y el expresidente Álvaro Uribe, mentor de Duque, ratifica su condición de principal líder político. Datos novedosos: creció 13% la participación electoral respecto a 2014 y, por primera vez en décadas, no hubo que lamentar muertos en una elección colombiana.
La definición será el 17 de junio y la clave está en la decisión que tomarán los votantes de Sergio Fajardo (centrista) y los para oficialistas Germán Vargas Llera y Humberto de la Calle. También se supone que se sumarán nuevos votantes de conducta incierta. Como suele suceder en los ballotage, predominará el voto "en contra de" y se espera una campaña dura donde Duque buscará reforzar el estereotipo de Petro como un político “castro-chavista”, afín al demonizado vecino venezolano Nicolás Maduro, mientras que Petro buscará mostrar a Duque como el presidente que volvería a traer la guerra civil a Colombia.
También, como suele suceder en este tipo de elecciones, en paralelo deberán hacer lo contrario. Es decir, esforzarse en mostrarse como candidatos moderados, de centro, para acercar votos de sectores no afines.
Analistas colombianos coinciden en que Duque hizo una gran elección (7,5 millones de votos, 39%) y las encuestas previas a la elección ya lo daban ganador en segunda vuelta con el 53%. Sin embargo, también se esperaba que superara el 40% y quedó en la puerta. La estrategia es ahora rearmar el espacio de centro-derecha que se rompió tras la decisión del presidente Juan Manuel Santos de avanzar con un acuerdo con las FARC, desandando el camino de la guerra que había ejercido como ministro de Defensa de Uribe.
En 2014 Santos ganó la reelección agrupando detrás suyo a los que avalaban la posibilidad de un acuerdo de paz, pero en 2016 sufrió una sorpresiva derrota en el referéndum donde se plebiscitó el tratado.
Duque dice que no quiere anular el acuerdo sino renegociarlo en mejores condiciones. Las FARC son mala palabra en Colombia y tras el fiasco de su presentación en las elecciones legislativas de marzo (50 mil votos), decidieron deponer la candidatura presidencial de Rodrigo Londoño.
PROYECCIÓN. En un análisis apresurado, los candidatos cercanos al oficialismo, con los cuáles Duque debería confluir, fueron Vargas Llera (7%) y De la Calle (2%). El segundo fue el jefe de la misión gubernamental que negoció la paz con las FARC y el mantenimiento del acuerdo ha sido su bandera de campaña. La reafirmó, además, en sus primeras declaraciones tras reconocer la derrota. Resulta difícil imaginar otro destino para ese 2% que no sea la candidatura de Petro, quien coincide en defender al menos el trazo grueso del acuerdo.
Más difícil de interpelar son los votantes de Vargas Llera. Ese 7% representa mayoritariamente lo que en Colombia llaman la “maquinaria” y en Argentina llamamos, el “aparato”. Son los votantes movilizados por los recursos del Estado. ¿Privilegiará Santos mantener el statu quo colombiano a costa de devolverle el poder a su archienemigo Uribe? ¿Sacrificará ese status quo apoyando al izquierdista Petro para mantener su legado y evitar el reposicionamiento de Uribe?
Santos es el gestor del acuerdo de paz, pero también es un representante de la tradicional aristocracia colombiana y acaba de anunciar con bombos y platillos el ingreso de Colombia a la OCDE y a la OTAN. Santos tiene también pendiente una cuestión escabrosa: Odebrecht supo golpear la puerta de su despacho y ahora, cuando abandone la presidencia, deberá caminar tribunales para defenderse. ¿Buscará negociar impunidad con el futuro presidente a cambio de apoyo?
Por último, están los votos de Fajardo (4,6 millones de votos, 23%). Fajardo buscó ser candidato “catch all” parado en el centro político. Quiso encarnar, hablando en criollo, la ancha avenida del medio. En tiempos de grietas, quedó (también) en tercer lugar. ¿Qué harán sus votantes?
Un dato puede ayudar a interpretar lo que viene. Fajardo ganó en Bogotá, donde fue alcalde Petro (quien quedó segundo) por lo que se presume que sus seguidores cultivan mayoritariamente un perfil urbano y posmoderno. Desde Bogotá, Sebastián López Calendino, observador internacional en representación de la UNLP, cuenta que la primera impresión es que los votantes de Fajardo quieren votar en blanco. Tal vez sea solo eso, una primera idea, ofuscados porque su candidato no pasó a la segunda vuelta. Deberán poner en la balanza sus miedos a convertirse en Venezuela versus sus miedos a un gobierno de derecha, contrario a sus (nobles) ideales. ¿Les suena?