A nivel global, nadie va a esperar los resultados. La grieta no reconoce términos medios. Las elecciones de este domingo en Venezuela son y serán reconocidas por los países aliados de la región y el mundo (Bolivia, Cuba, Nicaragua, Rusia y China, entre otros), pero son y serán rechazadas por los viejos y nuevos enemigos del chavismo: Estados Unidos, la Unión Europea y el llamado Grupo Lima que integran, entre otros, México, Colombia, Brasil y Argentina.
El caso argentino merece un párrafo especial. Si, como coinciden varios analistas, la (¿temporaria?) solución a la crisis financiera desatada la semana pasada llegó de la mano del tridente Donald Trump, FMI y fondos buitres (Templeton y Black Rock) la lectura que se desprende es que esa ayuda se generó por las alianzas políticas que el presidente Mauricio Macri supo construir en el escenario global, poniéndose claramente del lado de Occidente en este mundo multipolar que supimos conseguir.
Ese acuerdo se expresa sobre todo en la hostilidad manifiesta del presidente argentino hacia el régimen/gobierno chavista en todos y cada uno de los foros internacionales donde la ocasión lo amerita. Con el mexicano Enrique Peña Nieto y el colombiano Juan Manuel Santos transitando los meses finales de sus mandatos, y con el brasileño Michel Temer con problemas de legitimidad de origen, Macri supo calzarse el traje de protagonista y, en representación de los gobiernos promercado de la región, lideró las ofensivas -verbales- contra el Gobierno de Nicolás Maduro.
La elección presidencial de este domingo no escapa a este escenario. Desde el vamos, la oposición agrupada en la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) -que en general, y en particular, se mueve en línea con Washington- se plantó en una postura abstencionista al argumentar que no hay garantías para participar de la elección con dos de sus principales líderes inhabilitados (Leopoldo López, preso, y Henrique Capriles, procesado), con padrones manipulados, empleados públicos coaccionados y un sistema de votación electrónica cuestionado por la propia empresa propietaria del software.
El exgobernador de Lara Henri Falcón se desmarcó de la posición de la MUD y largó su candidatura acompañado de un puñado de dirigentes y partidos. Por fuera del sistema, otros dos candidatos también lograron el aval de la Justicia electoral expresada en la CNE y también se postularon. Falcón, que supo ser parte del chavismo hasta 2008, no ahorró durante la campaña críticas al Gobierno de Maduro, aunque a diferencia de los sectores más radicalizados de la MUD, reconoce al chavismo como una realidad de la política venezolana y les pide (y les ofrece) una salida democrática y electoral.
Dada la magnitud de la crisis venezolana, las encuestas marcan que Falcón tendría posibilidades de derrotar a un Maduro, que no supera el 20% de popularidad en casi ningún sondeo, pero en un país donde el voto es voluntario, por un lado, la posición abstencionista de la MUD y el poder del aparato electoral chavista, por el otro, muestran que entre los potenciales votantes opositores prima el desánimo y la falta de confianza, y que probablemente la mayoría de ellos se queden en sus casas.
La MUD señala a Falcon como cómplice de Maduro. Dice que su candidatura es funcional al esquema de fraude montado por el Gobierno y que, en reconocimiento a su participación como partenaire, el chavismo lo sumará a una futura administración de “unidad nacional” después de las elecciones, cuando incluso algunos creen que el oficialismo hasta podría recoger la propuesta “falconista” de dolarización de la economía para tratar de frenar la inflación y el creciente deterioro de la economía.
Para que el lector argentino comprenda el escenario, vale una distopía. Lo que se menciona sería como si en 2019 Macri se presentara a la reelección con el peronismo federal como contrincante y con el kirchnerismo excluido y promoviendo la abstención o, más puntilloso en cuanto al marco ideológico, como si en 2015 Cristina Fernández de Kirchner se hubiera postulado con Sergio Massa como rival y con Macri imposibilitado de hacerlo y con Cambiemos llamando a la abstención.
Lo más probable es que este domingo por la noche, con los resultados sobre la mesa, prácticamente nadie se mueva de sus posiciones iniciales. La MUD señalará que la mayoría de los venezolanos no fue a votar; Falcón se vanagloriará de ser la principal oposición y probablemente recoja además una interesante cantidad de legisladores regionales y municipales; y Maduro proclamará al mundo su victoria, esta vez -dato importante para la interna bolivariana- sin la “ayuda” de Hugo Chávez sino ya, mal o bien, por mérito propio.
En ese marco, Macri cumplirá su rol. Aunque golpeado internamente por la crisis, sigue siendo dentro de los países “grandes” de la región el líder más legítimo y, sin ponerse colorado, por conveniencia y/o convicción, devolverá favores al Norte catalogando como fraudulentas las elecciones venezolanas y calificando como dictadura a su Gobierno. Además, probablemente Maduro y el chavismo “colaboren” para que tales aseveraciones suenen verosímiles.
Ese debate sería interesante sino fuera porque el escenario regional muestra “agujeros” en sus democracias, de izquierda a derecha, casi sin distinción. La campaña electoral mexicana prácticamente es más noticia por candidatos y periodistas asesinados que por las posturas de los candidatos; el presidente de Honduras, Juan Hernández, forzó la reelección en unas elecciones fraudulentas que la OEA primero repudió y luego (¿presiones de Washington mediante?) avaló; Nicaragua está en plena crisis de gobernabilidad por la violenta represión del Gobierno de Daniel Ortega a las protestas de estudiantes universitarios; Brasil, con un presidente legal pero ilegítimo y con el principal líder opositor detenido, y Perú con un presidente interino tras la destitución de Pedro Pablo Kuczyinski acusado de corrupción.