La irrupción de WhatsApp en las campañas electorales responde a otro intento de la comunicación política en su labor de ir al encuentro de “la gente” para convertirla en electorado. Bajo esta premisa es que rastrea las formas de irrumpir dentro de los canales que la sociedad utiliza.
La observación sobre los modos que revisten los códigos en los que se comparten los mensajes, para luego tomarlos y llenarlos de contenido proselitista, es parte de la tarea que los profesionales a cargo de la comunicación llevan adelante para que la aparición de “la política” en estos medios no sea tan abrupta y parezca lo más natural posible.
Si bien “la política” siempre ha sido un tema del debate social, la diferencia radica en que ahora ha irrumpido en WhatsApp a través de su faceta organizacional. Así es que: captar la atención es el fin, estar donde está “la gente” el desafío y lograr seducir (y organizar a la propia tropa), la meta.
Todo lo líquido de las ciencias sociales se contrarresta con números, con datos, estudios de casos y la acumulación de voces en focus. Los pareceres y las percepciones son livianas hipótesis que, aplicadas sin contexto, pueden conducir esfuerzos a lugares equivocados, lograr malos o pocos resultados.
Los objetivos han ido in crescendo desde estar en la tapa del diario, hablar con el programa radial de la mañana, ser parte del prime time de la tele, convertirse en hashtag en Twitter, conseguir interacciones positivas en Facebook, tener el mayor número de visualizaciones en Youtube, ser la cuenta más seguida en Instagram hasta (ahora): ser parte de los grupos de WhatsApp.
La presencia no garantiza el control del contenido, sino que busca materializar el sueño de guiar el tema de conversación, lo que no es sinónimo de imagen positiva para quienes diseminan tales mensajes.
WhatsApp es una red social y como tal presenta sus propios códigos y requerimientos de formato, tiene sus características de uso y propone varios desafíos. Uno de ellos es que, hasta ahora, lo que allí ocurre no puede ser medido. A diferencia del resto de los medios y redes sociales, sólo son cuantificables aproximaciones respecto de la cantidad de números telefónicos que han descargado o hacen uso de tal aplicación. Nada de lo que ocurre allí vuelve sólidas a las ciencias sociales: cantidad de grupos, temas de interés, tipos de intercambios y ranking de preferencias sobre el contenido que se comparte. Por lo tanto, lo efectivo y viralizable se torna relativo.
WhatsApp es un mundo en el que se entra a ciegas, sólo con algunas linternas que iluminan al último gran mito contemporáneo como lo fue la victoria de Jair Bolsonaro. Ella se amontona junto a fenómenos como Brexit o la victoria de Donald Trump, eventos que causan asombro en la opinión pública. El estupor que genera la victoria de la incorrección política impide su comprensión, el error en el análisis hace que se equivoquen los causantes a quien se les adjudica.
Alrededor de 1920, junto con las teorías de la información, nace una lógica que se extiende hasta nuestros días.Señala que eran los medios de comunicación de masas los culpables de la hipnosis social gracias a la cual el fascismo lograba su dominación. Por tanto, hay un denominador común intrínseco en este análisis:
-El poder del medio de comunicación/red social/ tecnología en auge;
-El usufructo malintencionado que se hace desde la política;
-Un desconocimiento sobre el funcionamiento del medio de comunicación/red social/ tecnología en cuestión por parte de la opinión pública;
-Ante su aparición: un sentimiento de positivismo exacerbado sobre sus beneficios y luego, miedo o temor sobre su alcance;
-La falta de discernimiento social ante la veracidad de la información que circula.
¿Y AHORA QUIÉN PODRÁ AYUDARNOS? Para comenzar hay que diferenciar entre cuantificar y legislar. Lo primero echa luz sobre las herramientas disponibles para el mundo privado, sobre las empresas que cuentan con acceso a todo lo que los usuarios hacen, guardan, ven y comparten. Toda esa información que existe pero que es visible sólo para quienes administran el megaconglomerado WhatsApp-Facebook-Instagram. Por esto, un paso posterior sobre WhatsApp es que, al igual que el resto de las plataformas, permita la accesibilidad a esos datos e información a todos aquellos clientes interesados en conocer más sobre los usuarios.
El segundo punto es la legalidad. Este apartado hace alusión a todo lo que el Estado debería dejar que se haga (o no) con la información que brindan sus ciudadanos. Ya que se supone que esta institución sin fines de lucro busca proteger y amparar la intimidad de quienes habitan su soberano suelo.
WhatsApp, a diferencia de otras redes sociales que exacerban la faceta pública de los usuarios, transcurre en el ámbito de lo privado y es sumamente íntimo. Digitaliza los vínculos analógicos. Aquí los lazos son más fuertes porque son reales: amores, amigos, familia, grupos de pertenencia que se transformaran a la virtualidad (el club, la facultad, el colegio, los vecinos).
Entendiendo a la política como un tipo de discurso social en campaña permanente, es decir que excede al momento electoral, es que la novedad sobre este fenómeno subyace en el desembarco que esta hace desde su faceta organizacional dentro de WhatsApp, ya que -como se dijo más arriba- la aplicación preexiste desde 2009.
Los usos que la sociedad hace de las redes sociales exponen una mixtura en el consumo de las aplicaciones, así las mediatizaciones de lo político se vuelven múltiples. Ninguna de ellas genera fenómenos que no existan cultural o políticamente. La pregunta es de qué modo WhatsApp ayudará (o no) en la diseminación de los favoritismos pretendidos.