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El investigador George Yúdice, en su disertación.
Desde hace tres décadas, los investigadores del campo de la comunicación se vienen preguntando acerca de las transformaciones operadas en las industrias culturales a partir de los procesos de digitalización, convergencia y concentración. Mucho se ha hablado sobre los cambios en la producción, los canales de distribución, los tipos de consumo, la multiplicidad de las pantallas y los modelos comerciales y de financiamiento, así como también de la puja entre los diversos actores en la arena digital, las tradicionales empresas, los jugadores emergentes y los estados. Sin embargo, la vedette del momento, parecen ser los algoritmos.
La conferencia inaugural estuvo a cargo del investigador en gestión y política cultural George Yúdice. Su análisis se centró en lo que él denominó la “economía de las plataformas”. Se trata de un conjunto de compañías con gran incidencia en la economía global, entre las 2.000 empresas más valiosas, ocho de las diez primeras, están ligadas al sector del entretenimiento y las comunicaciones (Apple, Google, Microsoft, Facebook, Amazon, Coca Cola, Samsung, Disney, Toyota y AT&T). Del número total sólo 49 son latinoamericanas, es decir un 1,46%, y únicamente seis están relacionadas con las telecomunicaciones y los medios de comunicación. Estas cifras resultan alarmantes porque indican la ausencia en la región de capital semilla (con componente nacional en la inversión inicial) para estos emprendimientos.
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Yúdice señaló al suministro de internet como otro ítem relevante para pensar la nueva economía. Se lo puede definir como una suerte de servicio público, manejado por empresas privadas con intereses económicos y tecnologías potentes para intervenir en la subjetividad de los usuarios. Además, se refirió a la relación endogámica entre las plataformas y los algoritmos. Consideró que el uso de los algoritmos resulta inevitable, el problema reside en que no se evalúa su valor cultural, sino la predicción de nuestros comportamientos y su valor como base de datos.
La cuestión principal es que los algoritmos están sesgados al tipo de programación, por lo cual puede ser incorrecta o parcial la información que se recolecta. Prevalece una forma de organizar la sociedad en relación a cómo esos algoritmos se vinculan con la economía, pero no con el interés público. Entonces, parafraseando al filósofo francés René Descartes, “cliqueo, luego existo”. De este modo se limita la percepción de las personas y las posibilidades de descubrimiento puesto que se configuran rutas de consumo y/o usos basadas en necesidades predeterminadas.
Así, las plataformas necesitan captar no solo la atención, sino también la permanencia de las audiencias para cosechar datos. De igual modo, una de las premisas nodales es interconectar el comercio con la experiencia de entretenimiento. Se busca medir el compromiso del usuario para observar su inmersión dentro de las redes y de los sitios web. Las empresas diseñan estrategias o experiencias de “enganche”, puesto que estimulan a los usuarios a crear sus propias narrativas con videos, la idea es que se sientan parte de los contenidos y que empiecen habitar esos lugares a través de sus propias historias (story doing). Por otra parte, los algoritmos colaboran a afianzar una relación muy especial entre las marcas y los artistas, antaño impensadas, de manera que fidelizan los públicos para que entren en dicha relación con una experiencia que les permita vivir la historia por completo (living story).
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Ahora bien, el último eje expuesto por Yúdice estuvo ligado a la legislación- Esto es: ¿cómo regula el Estado la producción de algoritmos? En el mundo actual, estos algoritmos no son auditables y las compañías los resguardan como la joya de la abuela. Sin embargo, Yúdice explica que es necesario propender a la alfabetización algorítmica, la transparencia y supervisión de estos algoritmos porque impactan en la vida pública y porque manejan base de datos e información sensible y personal de cada uno.
A fines del siglo pasado, el constitucionalista Lawrence Lessig había señalado que aunque no lo parezca, siempre hay regulación en el ciberespacio, su frase “la ley es el código”, indicaba que ante la ausencia de regulación pública imperaba la regulación tecnológica, mayormente provista por empresas privadas. Martín Becerra planteó una analogía entre estos algoritmos con la auditoría de los medicamentos y su composición química; a éstos no se los cuestiona y se reconoce socialmente la necesidad de auditarlos, puesto que se trata de una cuestión de salud pública. Mientras que los algoritmos están compuestos de ingredientes no revelados, se desconoce su fórmula y constitución. Se deduce que poseen un gran impacto en la sociedad y los estados pueden establecer regulaciones pertinentes para resguardar el espacio público en Internet.
Martín Becerra, uno de los expositores de las jornadas de discusión.
En síntesis, en los dos días en que transcurrió la jornada se expusieron en siete mesas ponencias, donde profesionales, investigadores y estudiantes de la Maestría en Industrias Culturales, debatieron acerca de las más diversas temáticas: las políticas de comunicación en el escenario de la convergencia; la industria editorial del libro y las revistas; la industria audiovisual en sus múltiples pantallas, como los servicios OTT; el periodismo y la edición online de la prensa; la industria del videojuego; los mangas; la problemáticas sociales generadas por el uso de las redes sociales como YouTube o Facebook; el mercado de la música y la radio en el entorno digital; y los consumos culturales de los argentinos.
Las dos mesas con exposiciones abiertas que cerraron el encuentro versaron, una, sobre la economía de la cultura en la convergencia, a cargo profesores e investigadores de distintas universidades nacionales; la otra, un panel sobre las perspectivas del mercado en las industrias culturales, llevado adelante por actores del medio empresarial, guionistas, periodistas y editores.
Los trabajos expuestos y los debates generados sintetizan más de una década de trabajo de la Maestría en Industrias Culturales de la Universidad Nacional de Quilmes, creada por los docentes e investigadores Martín Becerra y Guillermo Mastrini y que ofrecerá desde 2019 su versión “a distancia”. La regulación en el universo digital es una deuda pendiente de los Estados, en tanto las empresas consolidan sus propias reglas de juego y ensanchan su capacidad de incidencia económica, política y tecnológica, en la cual las plataformas parecen ser el nuevo opio de los pueblos.