#VerdesContraCelestes: la dramatización de la educación sexual

Un rasgo persistente del estilo de las noticias norteamericanas -aclara Walter Bennett- es que se quite importancia a la amplia escena social, económica o política en favor de historias de interés humano simplificadas, sus tragedias y sus triunfos efímeros. Más que en los procesos se concentra en la participación de las personas en los combates políticos. La tardía atención mediática concedida a distintas manifestaciones de la violencia machista en Argentina es fiel a la noticia personalizada que observa Bennett.

 

En los primeros cinco meses de 2018, 114 mujeres fueron asesinadas por su condición de género. En 2017, 292. Una cifra similar a la de 2016, según datos de la ONG La Casa del Encuentro. Esos registros, sin embargo, no son noticia cuando cada 3 de junio mujeres de todo el país se reúnen al grito de #NiunaMenos. Tapas y pantallas prestan un interés homogéneo en los senos de las manifestantes, en las pintadas callejeras de "violentas descarriadas" y en los clásicos “incidentes” que derivan de esas marchas. Los medios, sin más, se enfocan en héroes simpáticos o en canallas, detonadores y culpables.

 

La violencia machista, que en la última década se cobró 2.679 víctimas de femicidio, queda oculta detrás de guiones dramáticos -más que noticias fácticas- que ilustran la vida de la víctima y exponen los motivos individuales que llevan a su muerte. Normalizan el sistema patriarcal.

 

La legitimidad mediática alcanzada por los colectivos de mujeres durante el debate por la legalización del aborto en Diputados no logró mantenerse después de su rechazo en la Cámara alta. Una parte de la prensa nacional abandonó el encuadre pro-derechos y optó por responsabilizar a la víctima de abortos seguidos de muerte en lugar de advertir sobre la ausencia de alternativas estatales.

 

El tratamiento noticioso de la legalización del embarazo voluntario post-Senado insiste, en buena medida, en ocultar el sostenido reclamo por los derechos de género detrás de temas banales y superfluos, donde la ética y la moral conviven con las sagradas escrituras y la opción de la Virgen María. 

 

Desde una lógica narrativa similar, la ley de la Educación Sexual Integral (ESI) es construida mediáticamente alrededor de un universo dicotómico y moral. El debate por la modificación de la ley ESI en la Cámara de Diputados -cuyo propósito es que la educación sexual sea obligatoria en las escuelas públicas y privadas, laicas y religiosas del país- queda confinada a una cobertura dramática y fragmentada que desvía el foco de la iniciativa y enfatiza la crisis por sobre la continuidad. En un escenario minado por bandos verdes y celestes, igualar la ESI con la legalización del embarazo voluntario y con pintadas en las iglesias consolida el desprecio por una ley aprobada en 2006 que aún no se cumple. “La grieta se reditó una vez más en la Cámara de Diputados: verdes de un lado, celestes por el otro”, comenzaba La Nación su cobertura del debate el 4 de septiembre pasado. El interés por confrontación entre verdes y celestes no exclusivo del matutino La Nación. El mismo día, Clarín presentaba el enfrentamiento reditado de “las posturas verdes contra las celestes” (4 de septiembre de 2018).

 

Los dramas de las noticias menosprecian la información compleja sobre las políticas públicas y el funcionamiento de las instituciones gubernamentales. La polarización social y política es funcional a la noticia dramática, enriquecida por una configuración estereotipada de los actores involucrados en la polémica (“Ley de Educación Sexual: para la Iglesia, hay grupos que quieren imponer ‘una sola perspectiva’”; Clarín, 6 de septiembre de 2018).

 

La confusión de situaciones, la descontextualización y el vale todo en pos de la grieta empobrece las narrativas mediáticas, las descomplejiza. De un lado del ring, los grupos “pro vida”. Del otro, las “aborteras”, esas locas que buscan romper con el sistema imperante.

 

La fragmentación que propone la noticia dramática -advierte Bennett- se inicia al realzar los actores individuales por sobre los contextos políticos en los que operan. Tal fragmentación se intensifica cuando los eventos toman la forma de sucesos aislados e independientes entre sí. La fragmentación -concluye el autor- se exagera aún más por la tiranía de los límites del espacio impuesta por los medios, temerosos de perder lectores y espectadores aburridos con el exceso de información.

 

 

 

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