VICES, UN KARMA ARGENTINO

La caída de Michetti: de heredera a dolor de cabeza con boleto de salida

La mujer que humanizó a Macri durante años tiene hoy un rol decorativo y genera problemas al Gobierno, por su falta de pericia. El desprecio de Peña. Un intento fallido de crear una línea interna.

El derrotero de Gabriela Michetti en la consideración del presidente Mauricio Macri puede medirse en cuatro escalones. Pasó de íntima y coequiper en el armado de PRO a figura meramente necesaria, de allí a un rol decorativo y prescindible y, hoy, es un problema al que le buscan una salida: su salida. Ninguno de los hombres fuertes del Gobierno confía ningún asunto importante en manos de la vicepresidenta, a la que prefieren tener de gira internacional más que ocupando su lugar en el Senado. Y su enfrentamiento con el jefe de Gabinete, Marcos Peña, es lo más parecido que tiene a un certificado de defunción política. Al menos, dentro del macrismo.

 

Macri, Peña, el ministro del Interior, Rogelio Frigerio, y el presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, saben que no pueden contar con Michetti. Para nada. No sólo se trata de sus permanentes furcios con el reglamento del cuerpo que le toca conducir, el Senado de la Nación, habituales registros de Youtube con los que la oposición hace dulce para toda una temporada. Sino que expuso al oficialismo múltiples veces con cuestiones más básicas, como lo administrativo, cuando en su limpieza de trabajadores en la Cámara alta dejó en la calle a una larga lista de discapacitados, contratados especialmente por su condición.

 

 

Encima, con la investigación sobre el origen del dinero que le robaron de su casa la noche del ballotage y las posibles conexiones de su fundación, Suma, con entidades financieras flojas de papeles, empujó al oficialismo al barro que más quiere evitar para no descalificar su discurso sobre la transparencia, principal herramienta de (presunto) contraste con el kirchnerismo.  

 

Entre Frigerio y Peña terminaron atajando el último penal que les pateó Michetti. Fue con el impuesto a las Ganancias. Cuando la oposición ya había juntado fuerzas para aprobar un proyecto propio en la Cámara de Diputados, le tocaba el turno al Senado de cerrar el asunto. Y, mientras desde Olivos apretaban senadores y gobernadores para que el proyecto se cayera, Michetti sentenció: “Si Ganancias pasa en el Senado no tenemos más alternativa que vetar la ley”. Una afirmación que no tenía correlato en Casa Rosada y que provocó un incendio que costó mucho apagar.

 

Un funcionario que siguió de cerca esas negociaciones lo explicó así: “Mientras nosotros negociábamos con los gobernadores, ella salió a hablar de veto sin ninguna autorización ni de Macri ni de Peña ni de nadie. Entonces los gobernadores nos decían ´yo no voy a mandar a mis senadores a votar en contra y ponerme en contra a la CGT, los trabajadores, los gremios provinciales y la clase media si total la van a vetar´. Logramos destrabarlo, recién, cuando cerramos con la CGT. Pero estuvimos a dos días de que ese proyecto fuera ley”. Para Frigerio y Peña, ése fue el último acto que le perdonan a la ex mano derecha de Macri. Macri ya lo sabe.

 

 

 

Esa falta de lucidez para entender los vericuetos de una negociación política es lo que hoy complica al Ejecutivo. No tiene posibilidades de negociación en el Senado, más que por vía indirecta. Es decir: vía gobernadores. Ni Michetti ni el presidente provisional, Federico Pinedo, cuentan con autorización y confianza de Olivos para resolver proyectos mano a mano con el amo de llaves histórico de la Cámara alta, el presidente del bloque del Frente para la Victoria (FPV), Miguel Pichetto. “Pichetto se cruza todo el Congreso para negociar con Monzó”, detalló un influyente diputado de Cambiemos, que completa: “En el Senado, no se resuelve nada”.

 

No es la primera vez que Michetti es apartada de las mesas de negociación política. Lo mismo le ocurrió en 2007, cuando tuvo, tal vez, su momento de máxima exposición. Fue en la campaña que puso a Macri, por primera vez, al frente de la Ciudad. Hasta ese momento, Michetti era claramente la número dos de la escudería amarilla y tenía enfrente el desafío de conducir la Legislatura. Ese desafío le duró poco.

 

Bastó un par de semanas para darse cuenta de que el timón de las negociaciones no estaba ni estaría nunca en sus manos. Macri, que había exprimido su imagen cristalina y lavada en toda la campaña, no confiaba en ella para esa tarea y la delegó en otras personas. Legisladores porteños de esos años como Cristian Ritondo, Álvaro González y Diego Santilli ocuparon esa silla en la rosca con la oposición.

 

DEL AMOR AL DESPRECIO. Michetti fue, durante años, un mal necesario para el esquema de campaña y de imagen que se diseñaba en torno a la figura de Macri. Su trabajo era humanizar a un hombre acartonado, con discurso antipopular y origen en la más acaudalada y pública oligarquía nacional, con una imagen muy poco televisiva y una dicción inllevable. Con muchos años de trabajo, marketing y coaching, Macri fue superando algunas de esas falencias. En paralelo, fue renovando esa figura femenina humanizante. Primero lo hizo con la hoy gobernadora bonaerense, María Eugenia Vidal. Y la frutilla al postre la puso con su esposa, Juliana Awada. Allí fue cuando Michetti ya no sólo había perdido la confianza de Macri: también dejó de ser necesaria.

 

Macri y Peña la desprecian desde hace largo rato. Cuando decidieron no ahorrarse molestias en demostrárselo, le habilitaron la interna en la Ciudad y jugaron abiertamente a favor del actual jefe de Gobierno, Horacio Rodríguez Larreta. Un puñal que sirvió para darle un cierre a una relación de años. En el caso de Peña, al menos, el desprecio con Michetti es mutuo.

 

La vice conoció a un joven Marcos Peña a fines de los noventas, cuando trabajaba con su padre, Félix Peña, un especialista en relaciones comerciales internacionales que operaba para la Organización Mundial de Comercio. Marcos era el menor de sus cinco hijos, un joven carismático que conoció a Macri usando a Michetti como puente. Hoy, Peña y Michetti son enemigos declarados. El jefe de ministros sabe que la vicepresidenta lo acusa de traidor ante quien quiera escucharla, pero él tiene una ventaja terminante: la oreja del Presidente dispuesta a escucharlo las 24 horas, siete días a la semana, 365 días al año.

 

Michetti tiene muy claro que hoy, pelearse con Peña es pelearse con Macri. Por eso también sabe que su estrella se está agotando. No es la única que lo sabe: lo sabe todo el Gabinete. Ningún ministro recurre a ella porque saben que hacerlo es desautorizar al Presidente. Y nadie anda con ganas de ganarse tamaño problema.

 

Tienen para reflejarse estos ministros, como ejemplo, una foto registrada hace un año y medio. Fue en mayo de 2015. Michetti ya había perdido la interna con Rodríguez Larreta y estaba envalentonada. Creía que Macri le había jugado sucio y decidió encabezar una línea interna en PRO. Reunió a sus más fieles hombres en Hotel Sofitel Cardales, en Campana. Hicieron autocrítica y se llenaron la boca contra el entonces candidato a presidente y su apoyo al hoy alcalde porteño. Esta jugada fue una muestra más de la falta de pericia de quien fue la compañera de fórmula del Presidente. Todos esos hombres hoy se dividen entre los que la abandonaron y perduraron (unos pocos, como el titular del Sistema Federal de Medios Públicos, Hernán Lombardi), los que tienen un pie afuera (el caso del secretario de Obras Públicas, Daniel Chain) y los que desterrados (el ex ministro porteño y hoy embajador en Uruguay, Guillermo Montenegro).

 

En el macrismo creen que la del año pasado fue la última vez que Macri le dará un uso electoral a ese producto de campaña que fabricó y moldeó hasta exprimirle la última gota, llamado Gabriela Michetti. Como siempre en PRO, las que determinarán si ésa es la decisión definitiva serán las encuestas. En el macrismo dicen que aún no pueden medir si los traspiés parlamentarios de Michetti han influido en su imagen. Igualmente, hay quienes no descartan un nuevo viaje a las urnas, aunque ya no como un trampolín, sino como un tobogán: “Tal vez necesitemos sacarla del Senado”.

 

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