En un libro que editó el año pasado pero escribió en el amanecer de los agitados setentas, cuando tenía veintipico de años y militaba en “la gloriosa JP”, el filósofo José Pablo Feinman se sumerge en “la relación líder-masa como hilo conductor de toda auténtica explicación del peronismo”. El autor señala que la condición “líder” tiene mala fama porque es un concepto “de derecha”. De hecho, los peronistas reniegan de esa categoría y prefieren hablar de “conductor”. No por casualidad, “Conducción política”, el manual de Juan Perón al que van los peronistas que fantasean con conducir algo, empieza advirtiendo que una cosa es un caudillo, que “explota la desorganización”, y otra, casi opuesta, un conductor, que “aprovecha la organización”. Allí lanza el General la tan mentada frase: “… el hombre no vence al tiempo, lo único que vence al tiempo es la organización”. Como sea, los hechos recientes ocurridos en la arena movediza de la política nacional vienen demostrando lo que pocos peronistas se animarían a discutir: Cristina no es Perón. Y acaso en esa sentencia, que suena a obviedad, haya que buscar la explicación de una verdad que puede sorprender si sólo se la sobrevuela a la pasada: en los últimos 12 años, el peronismo –aumentado circunstancialmente a kirchnerismo por la sabia conducción de Néstor Kirchner, que vio en las organizaciones políticas y sociales que trajinaban la calle post crisis de 2001 la posibilidad de agrandar sus espaldas frente al poder acechante del pejotismo, además de elementos imprescindibles para reverdecer el carácter movimientista del justicialismo- gobernó todo, y ahora no puede ni siquiera gobernarse a sí mismo.
LA OLLA A PRESIÓN. Se sabe: en el peronismo, siempre se puede venir el estallido. Por la ancha avenida justicialista marchan a los codazos –en otra época fue a los tiros-, forcejeando para ocupar mejores y mayores espacios, la derecha nacionalista católica y la izquierda pro-iraní que todavía añora el sueño del socialismo nacional. En tiempos de kirchnerismo, además, se sumaron progresismos filo gorilas de cuna marxista y radicales nacionales y populares.
Entre 2010 y 2015, Cristina Fernández de Kirchner mantuvo tapada la olla de ese puchero burbujeante porque administró poder real: poder institucional y, por añadidura, poder financiero. Pero el 10 de diciembre pasado dejó la Casa Rosada y, automáticamente, vio cómo su capacidad de disciplinamiento de la dirigencia peronista (hay que marcar una diferencia con lo que sucede en la calle, donde el amor es más fuerte y más puro y puede incluso llegar a ser acrítico, con lo cual la lealtad es más genuina y menos perecedera) se le escurría como arena entre los dedos. Y entonces quedó claro: Cristina no es Perón.
Expulsado de la misma casa y del país en 1955, el General pudo mantener unido el guiso peronista –con lógicas tensiones que estallaron recién 18 años después- manejando el timón desde el otro lado del océano. Cristina no pudo hacerlo desde El Calafate, y demora su regreso a la Ciudad de Buenos Aires porque quizá tema no poder tampoco desde el barrio porteño de la Recoleta.
Hoy, el peronismo, además de aturdido todavía por la derrota y un poco mareado en su rol contra natura de oposición, está huérfano. En esa condición, liberó las fuerzas que se fajaban desde hacía años en su interior. Resultado: pasa lo que pasa.
Algunos botones de muestra:
23/01. Reunidos en Santa Teresita, en un congreso precedido por la votación dividida del bloque bonaerense de diputados del Frente para la Victoria en el tratamiento del presupuesto con endeudamiento record elaborado por la gobernadora María Eugenia Vidal, los intendentes peronistas de la provincia de Buenos Aires le advierten a La Cámpora, ausente con aviso: “No vamos a permitir que cuatro o cinco decidan por miles”, en palabras del presidente del PJ provincial, el ex intendente de La Matanza Fernando Espinoza.
22/01. En un almuerzo secreto (revelado en exclusiva por Letra P) el gobernador peronista de Salta, Juan Manuel Urtubey, firma con tinta invisible el Pacto del Palacio Duhau con el ministro del Interior, Rogelio Frigerio, y el presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó. Fue 24 horas antes de un encuentro celebrado en San Juan en el que los mandatarios del PJ patalearon juntos contra el aumento de la coparticipación federal para la Ciudad de Buenos Aires. Y 11 días después de que pasara lo que sigue:
03/02. Se parte el bloque de diputados nacionales del Frente para la Victoria. Cebados por la furia que les produjo la angurria de La Cámpora, que se había quedado con los mejores cargos y los despachos más luminosos; alentados por un grupo de gobernadores promotores de una oposición constructiva que les desmalece la ruta del dinero federal desde la Casa Rosada, y liderados por el ex director ejecutivo de la Anses Diego Bossio, envenenado con el kirchnerismo desde la frustración de su candidatura a la gobernación bonaerense, 17 diputados peronistas fugan y crean el bloque Justicialista.
24/02. Reunido en Obras Sanitarias, el Congreso Nacional del PJ no logra proclamar una lista de unidad para las elecciones partidarias previstas para el próximo mes de mayo. El plenario, coloreado por discusiones acaloradas y calefaccionado por escenas de pugilato ocurridas en el acceso al predio, no termina en escándalo por milagro. La Cámpora se abstiene de integrar la Junta Electoral.
08/03. Acechado por sus compañeros de bancada alineados a los intendentes pejotistas, el camporista José Ottavis renuncia a la presidencia del boque de diputados bonaerenses del Frente para la Victoria.
09/03. Reunidos para definir la sucesión de Ottavis, los diputados bonaerenses del FpV casi terminan a las trompadas.
En el ring del PJ modelo 2016 se distinguen claramente dos peleadores omnipresentes: el kirchnerismo, encarnado en la agrupación La Cámpora, liderada por el hijo de CFK, Máximo Kirchner, y el pejotismo, representado fundamentalmente por los gobernadores peronistas. Y se advierten dos grandes razones que explican este enfrentamiento con pretensiones de clásico:
- Empoderada por Cristina, La Cámpora, en los últimos cinco años del gobierno K, relegó con prepotencia al peronismo. Colonizó hasta el último rincón del Estado, controló todas las cajas y monopolizó la relación con “la jefa”, con quien definió –sin consultar con nadie- los trazos gruesos -y también los finos- de la gestión de gobierno. Y en tiempos electorales, definió las listas de candidatos y se quedó con los mejores lugares. El rencor acumulado por el peronismo mutó en insaciable sed de venganza.
- Hoy, La Cámpora no tiene responsabilidades ejecutivas de gobierno. O sea, sus referentes no administran ni reciben reclamos y, entonces, no tienen necesidades financieras. Los gobernadores, sí. Sus finanzas agonizan en la asfixia de un rojo oscuro y deben lidiar con un presidente de otro signo político. Con Mauricio Macri, por lo tanto, terminaron hermanados en la ansiedad por que el país acuerde con los fondos buitre y salga del default. Esperan, además de recibir recursos para obras de entre los miles de millones de dólares no muy baratos que comprará el Gobierno en mercados internacionales, que se les abran las canillas del crédito externo. En estas horas, dirigentes ultra kirchneristas como el entrerriano Sergio Urribarri ven con estupor a mandatarios peronistas como su sucesor, Gustavo Bordet, pidiendo casi a gritos el pacto con el diablo de la era K. Y no es sólo la necesidad la que tiene cara de hereje. A algunos de estos caciques provinciales no se les estruja el estómago por pagarles a los buitres casi toda la deuda levada por intereses usurarios. Para ellos, la cantinela de la soberanía fue siempre basura ideológica K. Bullshit, diría un gringo.
CRISTINA NO ES PERÓN. De vuelta al manual peronista de “Conducción política”, la frase salida de la pluma del propio General acaso retumbe en la conciencia de la ex presidenta: “Si un conductor, después de haber manejado un pueblo, no deja nada permanente, no ha sido un conductor: ha sido un caudillo”.