ENFOQUE

Tras la visita de Macri a Francisco, el caso Sala toma volumen internacional

Todo empezó con el rosario que el pontífice le envió a la dirigente jujeña. Los gestos del pontífice en la fría reunión con el presidente argentino. La tentación de etiquetar al Papa.

Todos los que hacen u observan política saben que en gran parte se construye con gestos y, más allá de su rol religioso, el papa Francisco es un gran constructor de gestos políticos. Varios de estos mensajes implícitos fueron observados -y reiteradamente mencionados por la prensa opositora- en el marco de la fría recepción que le dio el pontífice al presidente Mauricio Macri el pasado sábado. Desde la mano en la espalda del mandatario argentino para –levemente- empujarlo al salón de la reunión -en lenguaje gestual, “marcando territorio”- hasta la breve duración del encuentro en comparación con las que mantuvo con Cristina Fernández de Kirchner y otros jefes de Estado.

 

Pero el caldo se empezó a cocinar antes. El envío de un rosario a la dirigente política kirchnerista Milagro Sala logró darle a su detención una dimensión internacional que debería preocupar al gobierno argentino.

 

Mucho se dijo y se escribió sobre ese gesto. La versión más obvia se sostenía en la relación previa entre la dirigente jujeña y el mandatario, reforzada por la participación de la agrupación Tupac Amaru en un encuentro de organizaciones sociales con el Papa en el marco de su visita a Bolivia, en julio de 2015. Del otro lado, se contrarrestó esta idea con el hecho de que el rosario no fue más que una devolución a una carta que le envió Sala y que solo expresaba un acompañamiento espiritual a alguien en problemas, pero no la solidaridad que se hubiera materializado en una respuesta escrita.

 

Lo que no se dijo es que, al hacerle llegar el rosario, Francisco le daba a la noticia de la detención de Sala un volumen que ni la expresión de solidaridad de organismos internacionales prestigiosos, como Human Rights o Amnistía Internacional, habían logrado, y mucho menos el gobierno venezolano, que también había elevado su protesta a través de canales no oficiales como, por ejemplo, la cadena de noticias Telesur.

 

Efectivamente, el gesto del Papa llevó a que, no la prensa argentina –parte de la cual casi dio ternura buscando disimular lo obvio: el pontífice tuvo un trato frío hacia Macri– sino la italiana, le preguntara al Presidente por la detención de la dirigente social.

 

El jefe de Estado los linkeó hacía la necesidad de una justicia sin interferencias del poder político y la independencia del Poder Judicial jujeño, pero no pudo evitar la internacionalización del episodio que lo pone en la senda del otro “preso político” o “político preso”, según la óptica con la que se lo mire, en Latinoamérica: el venezolano Leopoldo López.

 

Aunque los críticos del chavismo cuestionan que el Papa no se haya expresado públicamente sobre López, el jefe del Vaticano también ha tenido gestos hacia él. Por caso, recibió dos veces en la Santa Sede a la esposa del dirigente antichavista, a quien le dijo que rezaba “por los presos políticos en Venezuela”. Pocos recuerdan, además, que en junio de 2015 el presidente caribeño, Nicolás Maduro, suspendió intempestivamente una visita al Papa que tenía agenda acusando una poco creíble gripe. La razón probablemente fue la certeza de que Francisco y la prensa internacional le preguntarían por López. Cualquier similitud no es pura coincidencia.

 

Es, por tanto, un error ubicar al Papa en el bando de los “populistas-progresistas” latinoamericanos así sin más como ahora –enojados - hacen en el ala dura de Cambiemos, simbolizada, entre otros, por Elisa Carrio. Francisco tiene una visión global y temporal de la realidad que se encarna con la tradición de la Iglesia Católica, una institución con más de dos mil años de vigencia.

 

Su mirada y referencias a la “Patria Grande” que tanto sorprendió en su momento a los kirchneristas, que creían que era un concepto inventado en 2003, es previa al surgimiento de los gobiernos de “centroizquierda” en la primera década del siglo XXI. Se enlaza con los escritos de Alberto Methol Ferre, un teólogo uruguayo que, entre otras cosas, integró el equipo de reflexión pastoral del CELAM.

 

Una situación similar se da con sus constantes menciones a la necesidad de combatir la pobreza. Consultado sobre si era en ese sentido un “papa comunista”, Francisco reflexionó que, en todo caso, los comunistas eran cristianos porque el cristianismo se había ocupado de los pobres antes de que el comunismo existiera.

 

En definitiva, reducir al Papa y a la Iglesia a una condición antimacrista es un error similar al que cometían los que acusaban a Jorge Bergoglio de ser antikirchnerista.

 

Con ese pequeño rosario enviado a Jujuy, Francisco puso en un mismo escenario a López y a Sala y, sobre todo, se puso él y a la Iglesia por encima de la “grieta”, que no es argentina sino regional (el resultado del referéndum en Bolivia es una muestra actualizada), y, en la misma jugada, se ubicó como posible mediador entre los bandos en pugna. Nada que no haya hecho la Iglesia en los últimos dos mil años, por lo menos.

 

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