FUGA Y CRISIS. ENFOQUE

Crónica de un estallido anunciado

Vidal sabía que, desde la guerra interna que el peronismo libró en sus patios, el Servicio Penitenciario Bonaerense era un polvorín. Pero no tomo ninguna prevención.

Este domingo, la gobernadora María Eugenia Vidal sintió, como un escalofrío que la estremeció de pies a cabeza, todo el rigor y la densidad del cargo que ocupa. Desde que asumió el mando de la provincia de Buenos Aires, el pasado 10 de diciembre, por primera vez debió saltar de la cama en plena madrugada después de atender una llamada que le cortó el aliento: del otro lado de la línea le informaban que los hermanos Cristian y Matín Lanatta, dos de los presos por el triple crimen de General Rodríguez, se habían escapado de una cárcel del Servicio Penitenciario Bonaerense. Tras unos segundos de confusión, la mandataria notó que sus pies estaban hundidos en el fango de la interna peronista y en la ciénaga de la provincia más grande y compleja del país.

 

Cierto: la fuga de esos dos internos –uno de ellos, Martín, fue el que una semana antes de las primarias del 9 de agosto acusó de narcotraficante a uno de los dos precandidatos del Frente para la Victoria- tiene cara de interna peronista, patas de interna peronista y cola de interna peronista. Y ladra como una interna peronista. Pero premiar a la gobernadora con el traje de víctima de los lobos de la política es tan ingenuo como la mismísima ingenuidad que ha mostrado Vidal en sus primeros partidos en las grandes ligas.

 

Vidal es, a la vez, victimaria y víctima de sí misma.

 

Se han marcado en este portal los problemas que ha venido exhibiendo la ex vice jefa porteña para construir un gobierno que le permita consolidar un liderazgo a la altura de las circunstancias. Se ha advertido, por ejemplo, que la mandataria está reduciendo el frente Cambiemos a un acuerdo electoral sin trascendencia en el plano institucional porque no ha convocado, más que para un ministerio, a sus socios del radicalismo, a quienes tampoco ha ubicado en los gabinetes de los ministros designados. De esa manera, está generando el riesgo de que, como dice una máxima de la política, los palos más fuertes le lleguen de adentro.

 

Al mismo tiempo, como la otra cara de una misma moneda, se ha marcado la mora de Vidal en la cobertura de espacios clave, como la dirección ejecutiva de la Agencia de Recaudación Buenos Aires (Arba). O la curiosa decisión de mantener en la subsecretaría de Planificación del Ministerio de Seguridad a Fernando Jantus, hombre de "Sheriff" Alejandro Granados, y de esa manera ceder el manejo de las estratégicas Policías Locales. O la entrega de espacios de poder muy codiciados a dirigentes sin peso específico, como hizo cuando prorrogó los mandatos de los directores del Banco Provincia Jose Pampuro y Javier Mouriño, entre otros.

 

En su vínculo con la oposición, la gobernadora construyó una alianza estratégica con el líder del Frente Renovador, Sergio Massa, a quien le cedió el control de la Cámara de Diputados. Se habla de que habría unos 30 cargos clave en organismos de "control" donde el hombre de Tigre colocará a los suyos, lo que supone casi un co gobierno. La designación del secretario de Derechos Humanos es el primero de esa treintena.

 

Vidal le dispensa entonces a Massa, que viene de salir tercero en las elecciones presidenciales y de pasar de 30 intendentes a solo una decena, un trato privilegiado hasta por sobre los propios -candidatos que fueron en nombre del PRO y no alcanzaron sus municipios- o, peor aun, sin siquiera consultar con los intendentes que ganaron tanto de su fuerza como de la UCR.

 

Llama la atención que Vidal por un lado declara "emergencias" y por otro no encuentra la manera de desplazar funcionarios de la gestión de Daniel Scioli: habla de la crisis financiera de la provincia pero no inicia su gestión con director propio en Arba; pide la emergencia de seguridad pero deja a un hombre clave del ministro sciolista saliente; a partir del lunes 21 propuso declarar la emergencia del Servicio Penitenciario pero había dado continuidad a los funcionarios del área y, al momento de pedir la emergencia en infraestructura, no puede especificar a dónde irán los fondos que manejará el superministerio Edgardo Cenzon.

 

En el caso del SPB, Vidal jugó con fuego. Como informó la semana pasada Letra P, había ratificado al segundo del ex ministro de Justicia Ricardo Casal, César Albarracín, en la conducción civil de la política carcelaria, y no había tocado la cúpula de la fuerza.

 

En definitiva, dos meses y dos días después de ganar las elecciones no había intervenido en un organismo de por sí sensible, capaz de poner en serios problemas a cualquier gobernante con solo olvidar una reja abierta. No lo hizo ni siquiera cuando su titular, Florencia Piermarini, abandonó el cargo: desde el miércoles de la semana pasada, el Servicio estaba acéfalo. Lo estuvo durante la Navidad, una época en la que, por cuestiones emocionales, como es bien sabido, las poblaciones penales están especialmente irritables. Y lo estaba al momento de la fuga.

 

¿Podía escapársele a Vidal que el SPB era un polvorín?

 

En la campaña de la que ella fue también protagonista, el peronismo bonaerense ardió por dentro cuando Aníbal Fernández les imputó a sus “compañeros” del Frente para la Victoria la operación que concretó el periodista Jorge Lanata en su programa “Periodismo para todos”: la entrevista en la que el otro Lanatta (éste, con doble t) acusó al ex jefe de Gabinete de traficar efedrina. Esa nota se hizo en el penal donde estaba alojado el entrevistado, al que el equipo periodístico accedió, por supuesto, con permiso de las autoridades penitenciarias. Casal, entonces responsable del SPB, quedó entre ojo y ojo de Aníbal. E incluso el propio Daniel Scioli, con quien el quilmeño casi ni se cruzó en la campaña para el 25 de octubre.

 

¿Podía Vidal desconocer que el SPB era una bomba de tiempo?

 

De ninguna manera, porque, además, ella fue pescadora gananciosa en aquel río revuelto del peronismo.

 

De allí surgen, entonces, los últimos interrogantes: ¿Vidal no tocó la conducción del Servicio Penitenciario Bonaerense por despistada? ¿Por ingenua? ¿O será que algún tiro le terminó saliendo por la culata?

 

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