Juan Carlos Coral: “El socialismo y la socialdemocracia traicionaron todos sus principios”

Por Gabriela Pepe. -Fue candidato a presidente en 1973 por el Partido Socialista de los Trabajadores y es el único protagonista de aquella campaña que aún vive. Compartió banca con Alfredo Palacios. Sus encuentros con Perón y los errores de su partido frente al peronismo. Su relación con la izquierda y el kirchnerismo.

“¡Ay Coral, ya anduvo haciendo una de sus aventuritas!”. El General lo palmeó en la mejilla, casi cariñosamente, como a los chicos, y lanzó una carcajada. En la Quinta de Olivos se rieron a coro Ricardo Balbín, Oscar Alende, Héctor Sandler, y el aludido, Juan Carlos Coral, liberado a tiempo desde la cárcel de Devoto para que pudiera asistir al asado al que el presidente Juan Domingo Perón invitaba regularmente a los líderes de todos los partidos políticos.

 

Coral, por entonces presidente del Partido Socialista de los Trabajadores, que había competido en las elecciones de 1973 contra Héctor Cámpora, primero, y contra Perón, después, había sido detenido por la policía tras haber oficiado como orador principal en una asamblea de trabadores en la sede central del Banco Nación, ubicada justo frente a la Casa Rosada. La policía lo llevó directo al penal. Tres días después, lo soltó. El General no quería que le faltara un comensal. “Cuando apareció en el salón donde era la reunión, estábamos todos esperando a ver qué decía. Sabía que me habían metido preso. Y salió del tema con una broma. Siempre hacía eso, como el viejo Vizcacha”, recuerda Coral, el único de los protagonistas de aquella camada de presidenciables que puede dar testimonio de los tiempos vividos.

 

Se había afiliado al socialismo en el año ’55, cuando la Revolución Libertadora terminaba con el gobierno de Perón, tres meses después del sangriento bombardeo a Plaza de Mayo. Para Coral, en su mirada retrospectiva, el socialismo cometía, al apoyar el golpe de estado, uno de los mayores errores de su historia. Años después de aquel episodio, en 1963, era electo diputado nacional, y compartía su banca con Alfredo Palacios, promotor y autor de las leyes obreras fundacionales del país, a quien dedica su último libro, “Alfredo Palacios, el socialismo criollo”, en el que revaloriza la figura del primer legislador socialista de América y hace una crítica a la actitud del partido frente a la aparición del peronismo.

 

“Todavía tenemos que explicar ese gorilismo. Algunos eran gorilas de verdad, pero otros fueron errores”, dice Coral, a los 80 años, detrás de los bigotes – ahora blancos – que usa desde los tiempos en los que militaba con Palacios.

 

-¿Por qué cree que el socialismo, que había luchado por las leyes obreras, se enfrentó tanto al peronismo?

 

-La explicación, aunque no lo justifica, es el clima que se vivía en la segunda posguerra. Había terror al fascismo. Y ese terror fue estimulado por el imperialismo para correr el eje de la discusión política en el mundo, de la contradicción capitalismo-socialismo, a la contradicción democracia liberal-dictadura. El liberalismo se planteaba como una alternativa al fascismo. Y aquí, con los antecedentes que había, del fascismo del GOU – Grupo de Oficiales Unidos – y otros elementos, como la recepción a los jerarcas nazis, se generó ese temor. Pero una cosa es el temor a la resurrección del fascismo y otra diferente, buscar aliados de cualquier tipo: (Spruille) Braden, la Sociedad Rural, la Iglesia católica más reaccionaria, el diario La Prensa.

 

-¿El primer error del socialismo, para usted, fue haber formado parte de la Unión Democrática?

 

-Claro. Y diez años después, el apoyo a la Revolución Libertadora.

 

-Palacios, incluso, fue embajador en Uruguay durante ese gobierno.

 

-Sí, fue por esa fiebre antifascista. Pero él quiso diferenciarse y dijo que iba sin protocolo ni instrucciones, como embajador del pueblo y no del gobierno. Por eso, cuando mataron a Anastasio Somoza (dictador nicaragüense), se negó a poner la bandera a media asta, aun cuando era una orden protocolar. Fue un desacato, después renunció a la embajada y cuando fue electo senador, en el ´58, fue el primero en pedir la lista de presos políticos y en publicarla.

 

-El socialismo, a través de Palacios, había impulsado todas las leyes obreras. ¿De alguna forma sintió que el peronismo le arrancaba ese lugar de defensa de los trabajadores?

 

-Naturalmente, eso pasó. Lo que pasa es que el peronismo robó ese lugar con posiciones falsas. Porque ¿cuál es la diferencia entre el peronismo y el socialismo? Que el socialismo quiere terminar con el sistema capitalista, que es una forma moderada de la esclavitud. En cambio, el peronismo es un movimiento policlasista que quiere la conciliación de patrones y obreros, y humanizar al capitalismo, pero mantenerlo. En realidad, las conquistas obreras del peronismo son pocas. La mayoría de las leyes ya estaban sancionadas: la jornada de ocho horas, el descanso dominical, el trabajo de mujeres y niños, accidentes de trabajo, fueron todas iniciativas de Palacios, que incluso llevaron décadas de lucha. La jornada de ocho horas, por ejemplo, fue un proyecto que Palacios presentó en 1906, que recién se sancionó  en 1928. Lo que pasa es que durante el peronismo se dio una organización sindical enorme, y las bases hacían un control muy fuerte de la aplicación de las leyes obreras.

 

-En el libro, usted plantea que el Congreso, pese a ser conservador, cedió ante estas leyes por una cuestión estratégica.

 

-Claro, porque la misma ley pude tener dos objetivos distintos. La mayoría conservadora hizo en ese momento una concesión táctica. Y esas mismas concesiones hizo Perón, porque cuando los industriales protestaban por las leyes que beneficiaban a los trabajadores, los llamó a la Secretaría de Trabajo y les dijo: “Si ustedes fueran más inteligentes serían peronistas, porque los obreros son como los lobos hambrientos. Si no les tiramos algo de comer, nos comen ellos a nosotros”. Una frase más reaccionaria que esa, imposible.

 

-Entonces, ¿el socialismo no supo aprovechar al peronismo?

 

-El problema fue que no hizo diferencia entre las masas peronistas, cuya rebeldía era súper correcta, y nosotros debíamos estimular, y la dirección peronista, que trataba de frenarlas. El socialismo debió ejercer su papel y llevar a las masas hacia una rebeldía mayor, anticapitalista. El socialismo debe ser anticapitalista. Aunque yo a veces escucho a los socialistas y ni hablan de eso. Pienso en Felipe González, o en (Hermes) Binner, que directamente habla de la mano invisible del mercado…

 

-El socialismo se corrió hacia la socialdemocracia.

 

-Claro, pero los socialistas que fundaron la socialdemocracia, Jean Jaurès, los reformistas, eran anticapitalistas. Se podían llamar así, aunque tenían una táctica infantil. Creían que con leyes en el parlamento, un día amanecíamos todos socialistas. Pero ellos querían terminar con el capitalismo. Ahora, el socialismo y la socialdemocracia han traicionado todos sus principios.

 

-¿Tiene relación con los dirigentes actuales del socialismo?

 

-¿Qué socialismo? ¿Binner? Acá no hay socialismo, ni socialdemócratas, ni nada. Yo tengo más afinidad con los dirigentes que están en el Socialismo para la Victoria, aunque están muy supeditados al kirchnerismo. Pienso que la posición correcta del socialismo fue la del Partido Socialista de los Trabajadores (PST), cuando yo fui candidato, porque era anticapitalista.

 

-¿Y el Frente de Izquierda?

 

-Mantiene el pecado original del sectarismo. Discuto mucho con ellos, aunque tengo relación con muchos de los que formaban parte del PST, como el Rubén “Pollo” Sobrero, o Christian Castillo. También estaba ahí Vilma Ripoll, que es una catástrofe después de la cuestión del campo. Con (Jorge) Altamira tuve relación hace muchos años, pero creo que las consignas que plantean son agitativas, no políticas. Hay una relación de fuerzas que no se puede modificar con el discurso. Son consignas un poco despistadas.

 

-¿Qué recuerdos tiene de la campaña de 1973?

 

-Nosotros habíamos hecho una síntesis de la militancia de los trotskistas y el entusiasmo del socialismo. Era lo que se necesitaba para ser un partido marxista de masas. El socialismo tiene el factor emocional, que es fundamental.

 

-El peronismo tiene un componente emocional muy importante.

 

-Sí, el peronismo convirtió los estigmas, como los cabecitas negras, los grasas, los negros de mierda, en íconos triunfantes. Fueron ellos los que hicieron la revolución del 17 de octubre. Esa sí que fue una revolución. El factor emocional funcionaba muy bien en el socialismo con los obreros industriales, pero el socialismo nunca entendió al campo, a los peones rurales, que sí entendió el peronismo.

 

-¿Se reunió con Perón durante la campaña?

 

-Antes, en Puerta de Hierro. En el año ’67 se hizo una conferencia internacional revolucionaria en Cuba y yo fui en una delegación, junto con John William Cooke, Ismael Viñas y Gustavo Rearte, que era militante de la Juventud Peronista. En esa época no se podía ir a Cuba directamente desde Argentina, había que pasar por Madrid o París. Y Perón me mandó, por intermedio de Rearte, una invitación para ir a Puerta de Hierro. Como yo no tenía prejuicios ni fanatismo, fui. Y hablar con Perón era un privilegio. Yo tenía 33 años, y él era un personaje deslumbrante, de un carisma y una simpatía impresionantes. Tuvimos una charla que duró desde las nueve de la mañana hasta las cuatro de la tarde.

 

-¿Quería hacerlo peronista?

 

-(risas) Bueno, al menos neutralizarme. Hablamos mucho, él me decía: “Mire usted, los socialistas, con la señora Moreau – Alicia Moreau de Justo, en ese momento secretaria general del Partido Socialista– no sólo perdieron el tren, sino que se tomaron el que iba para el otro lado”. Y yo le contesté: “Y usted, ¿para qué cree que lo invitan ahora los militares? No es para que haga otro 17 de octubre. Lo invitan porque no pueden parar el ascenso de las masas tras el Cordobazo, necesitan que lo haga usted. Usted también se va a tomar el tren para el otro lado”. Y él se reía. Perón nunca discutía nada, no engranaba con ningún tema, siempre largaba la risa.

 

-¿Usted le planteó la crítica de que el peronismo no cuestionaba al capitalismo?

 

-Le planteaba lo de la burocracia sindical, que era pro-patronal. Y él me preguntaba por (Augusto) Vandor, que planteaba el peronismo sin Perón, y me decía “a mí los dirigentes sindicales rebeldes no me preocupan, porque yo sé cuáles son las motivaciones que tienen para estar en ese cargo: una secretaria buena moza, un auto último modelo en la puerta, y una cuenta bancaria que no para de crecer”.

 

-¿Eso decía sobre los sindicalistas?

 

-Sí. Decía que los que se hacían los rebeldes tenían que saber que atrás había una fila de otros esperando su lugar, con las mismas motivaciones. “Cuando el que está sentado jode mucho, lo único que tengo que hacer es darle manija al que está atrás”, explicaba. Mirá el argumento, en lugar de ser teórico, principista.

 

-Pragmático

 

-Absolutamente.

 

-¿Qué opina sobre el kirchnerismo?

 

-Es lo mejor que le pudo haber pasado al país en esta etapa, aunque mantiene el pensamiento conciliador de clases del peronismo.

 

-¿A quién votó en las últimas elecciones?

 

-A Cristina. Pero, ojo, no dejo de ser socialista.

 

 

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