Ya en 1983, la primavera democrática nos trajo la que sería la falla originaria: por consejo de sus asesores, Italo Luder decidió rehusar el convite televisivo a una contienda con Raúl Alfonsín. Seis años más tarde, Carlos Menem haría lo mismo, pero esta vez no habría consecuencias para su ascenso al gobierno: en el debate convocado, la silla del riojano permaneció vacía, pese a lo cual, aquel, que venía de superar a Antonio Cafiero y reunificar al peronismo, batía con facilidad a Eduardo Angeloz.
En todos estos años de democracia, con excepción de Vicente Saadi – Dante Caputo –y no es éste un ejemplo brillante-, no tengo recuerdo de un debate nacional trascendente. No lo hubo en 1995, ni en 1999, ni en 2003, ni en 2005, ni en 2007, ni en las presidenciales más recientes. Qué se puede decir de un mecanismo cuando las principales figuras de la política del país durante los últimos tres decenios lo han eludido: ni Alfonsín, Menem, Fernando De la Rúa, Néstor Kirchner ni Cristina Kirchner consideraron necesario exponerse al mismo.
La incapacidad de cumplir con el ritual televisivo importado señala otra falencia, a mi juicio más grave: la escasa seriedad de las propuestas de campaña y su baja o nula relación con las acciones de gobierno. Plataformas enunciativas de todos los beneficios que la buena voluntad del nuevo gobierno ha de traer a sus ciudadanos son notoriamente menos elocuentes a la hora de precisar el cómo, los procedimientos técnicos concretos que nos llevarán del punto A al apunto B. La sospecha se agrava cuando, detrás de la fachada de lugares comunes, se adivina el déficit en materia de planes, estrategias, y mediaciones entre realidades y objetivos. Basta con leer los proyectos.
Esta campaña, tal vez más abúlica que las anteriores, no rompe sin embargo la pauta preexistente. Sin embargo, en la provincia de Buenos Aires se pretende un debate. Cabe indagar: ¿sobre qué propuestas? ¿La baja de imputabilidad a los menores, por ejemplo? Rara es la situación de una idea rechazada por el propio bloque del candidato que la propone. ¿Se debatirá la descentralización de la seguridad, propuesta por el Frente Renovador y retomada por el flamante ministro Alejandro Granados en su discurso inicial? ¿O la elevación de los pisos tributarios, ya realizada por el gobierno?
Es posible que exista una relación entre el poco interés en las elecciones que detectan las encuestas, el bajo clima de campaña que registran los medios, y la ausencia de una propuesta de futuro que se percibe, tanto en el gobierno como en la oposición. Al fin y al cabo, si lo que se dirime es un liderazgo interno antes que una propuesta general, entonces el debate es innecesario. Y sin embargo, no estaría mal que finalmente tuviese lugar, aunque sea por pedido de los que vienen detrás, tanto en las encuestas como en el intento de delinear una estrategia de campaña consistente.
Vamos hacia dos años que –el proyecto de presupuesto de 2014 ya lo anuncia- se presentan a priori como los más complicados de la década. En su transcurso, comprobaremos si la propuesta de un “kirchnerismo prolijo” dura más que los trazos originales de las políticas del propio kircherismo, también ellas cambiantes, también ellas, en fin, puestas en duda por el cambio de signo de los tiempos.