Droga, prostitución, bicicletas, fiesta hasta reventar y otra vez droga, es el primer pensamiento a la hora de abordar esta ciudad. Pero Amsterdam es mucho más que la legalidad de nuestra ilegalidad.
Sin lugar a dudas es el turismo furtivo lo que la conduce a esa posición, a la hora de hacer una búsqueda medianamente parcial en Google y también su ley de drogas.
Aquí, cualquier persona mayor de 18 años puede entrar a un “coffee shop” y elegir la cantidad -no mayor a 5 gramos- y variedad de marihuana o hashish que desea consumir.
Solo estos negocios tienen la potestad de hacerlo y aseguro que nunca están completos, como tampoco hay un rango de edad específico y menos aún “reviente”.
Las heladeras contienen jugos y gaseosas y el grueso de la barra tiene los frasquitos con variedades impensables de flores de la planta que está prohibida en casi todo el resto del mundo.
Su ley brinda las mismas herramientas y posibilidades a cualquiera, previene el abuso policial y judicial, desdramatiza -puertas adentro- el consumo de las drogas blandas y así respetan las libertades de las personas.
En Amsterdam se respira igualdad, se siente un aire sin vicios prejuciosos, sin miradas de reojo y se palpa el arte, las múltiples culturas y religiones, como también la comodidad de estar rodeado de simples seres vivos, algunos con bicicletas último modelo y con luces de led y otros con la clásica “inglesa” y el viejo dínamo que hace el andar más lento, que pedalean por el mismo carril y que trasuntan una enorme conciencia por el entorno.
También se nutre de la memoria, de no olvidar que por sus hermosas calles subralladas con agua, pasaron las banderas nazis dejando millones de lágrimas en el camino y un recuerdo icónico como el lugar donde escribió su diario Ana Frank.
“Aquí sólo vivo cuando allá tenía que luchar para vivir”, me cuenta Hana, una camarera venezolana que según dice huyó de su país natal hace diez años y encontró en esta ciudad el mejor modo de vivir.
Y ahí creo que el secreto está en la simpleza de pensar que vivir no siempre significa sufrir, que vivir lleva otras palabras pegadas que deberían tener que ver más con el goce y con el bienestar.
Hana no me habló mal de Venezuela, sino que dejó entrever que su búsqueda iba más allá de una bandera, su necesidad radicaba en otra cosa, en simplemente ser.
Y Amsterdam lo permite, como le permite a cada persona sin distinción caminar y sentir la libertad.