OPINIÓN

El milagro económico de un Estado chico: resultados concretos de la gestión Javier Milei

La caída de la inflación y el superávit fiscal consolidan una administración que busca romper con décadas de crisis económicas.

Argentina ha enfrentado crisis económicas recurrentes y un enorme aparato estatal a lo largo de su historia. Sin embargo, la llegada de Javier Milei a la presidencia sorprendió al país con un perfil inusual y políticas liberales que, en tiempo récord, comenzaron a estabilizar la macroeconomía.

Muchos describen este fenómeno como “el milagro económico de un Estado chico”, un concepto que se ha visto reforzado por la renovada confianza de los mercados y la ilusión de millones de argentinos que, tras años de inestabilidad, recobraron la esperanza.

El ascenso de Milei se dio en un escenario político saturado de las mismas caras, lo que impulsó a los votantes a escoger un discurso directo y desafiante. Sin estructuras partidarias tradicionales, logró un triunfo que le otorgó una legitimidad ciudadana extraordinaria.

Las referencias místicas que pretendían relacionarlo con ciertas profecías, como las de Benjamín Solari Parravicini, quedaron relegadas al verse resultados concretos en la gestión. Mucha gente, habituada a creer que la competencia electoral se reducía a Sergio Massa u Horacio Rodríguez Larreta, se encontró con Milei como la alternativa escogida para frenar a la llamada “casta política”.

La inflación en el gobierno de Javier Milei

Cuando asumió, la situación del país era crítica: la inflación superaba el 200% anual, el gasto público estaba fuera de control y el peso argentino se devaluaba a diario. A ello se sumaba una burocracia que enlentecía y encarecía cualquier proyecto de inversión. Pese a este entorno, la administración entrante mostró rapidez y claridad en su plan: achicar el Estado, eliminar gastos superfluos y promover un libre mercado en el que la inversión privada desempeñara un papel protagónico.

En el primer año de gestión, las cifras reflejaron cambios positivos: la inflación mensual de 25% pasó a 2,7%, registrando una caída inédita en décadas, mientras el peso llegó a apreciarse un 44,2% frente al dólar, algo inusual en una economía acostumbrada a continuas devaluaciones.

El recorte y la fusión de varios ministerios contribuyeron a un superávit fiscal del 0,3% del PIB, una hazaña no vista desde 2010. El mensaje de responsabilidad fiscal y reducción del despilfarro atrajo capital extranjero y alentó la inversión local, pues por primera vez en mucho tiempo se percibía estabilidad y disciplina en la conducción económica.

La motosierra de Javier Milei

Algunos sectores temían que un Estado más reducido dejara desprotegidos a los más vulnerables. El gobierno respondió cerrando áreas redundantes para redirigir los recursos a infraestructura, educación y seguridad, con la convicción de que una administración más pequeña puede cumplir de manera más efectiva con sus obligaciones esenciales. Asimismo, la apertura de mercados y la disminución de barreras burocráticas dieron un respiro a pymes y emprendedores, impulsando la creación de nuevos negocios, la exportación de productos y el crecimiento del empleo en diversos sectores.

Este alivio en la macroeconomía también se sintió en la cotidianidad de las familias argentinas, que recuperaron parte de su poder adquisitivo al frenarse la espiral inflacionaria. La banca, favorecida por un riesgo país más bajo, comenzó a otorgar créditos a tasas razonables, lo cual facilitó la compra de viviendas y la financiación de nuevos proyectos productivos. El desarrollo de infraestructura, junto a la mejora de la conectividad digital, empezó a integrar regiones antes rezagadas al circuito económico nacional.

Las transformaciones, por supuesto, provocaron resistencias y tensiones. La reestructuración del Estado significó la desaparición de numerosos cargos públicos, lo que generó protestas y quejas sindicales. Además, se abrió un debate ideológico con sectores más estatistas, quienes manifestaron que recortar burocracia equivalía a abandonar a los más desfavorecidos. Pese a esas críticas, el Ejecutivo permaneció firme, convencido de que la única salida para romper con el ciclo de crisis pasadas era mantener la disciplina fiscal y la apertura económica.

El éxito inesperado de estas medidas despertó el interés de organismos internacionales, analistas y universidades, que comenzaron a referirse al “modelo Milei” como una muestra de que la disciplina, la desregulación y la focalización en resultados pueden estabilizar rápidamente economías tradicionalmente inestables. Esta atención externa coincidió con un marcado optimismo interno, reflejado en el apoyo a decisiones poco populares, como los recortes de gasto, que se veían necesarios para el despegue económico.

Más allá de las cifras y logros macroeconómicos, el auténtico valor de este “milagro” reside en el clima de confianza recuperada. Después de años de crisis, la sociedad, desde pequeños emprendedores hasta jóvenes que pensaban en emigrar, comenzó a apostar nuevamente por su país. El discurso de Milei sobre un “Estado chico” dejó de ser un mero lema y se convirtió en una estrategia para empoderar a la gente, permitiéndole forjar su propia prosperidad con menos trabas administrativas y políticas. Quedan desafíos importantes por delante y una oposición atenta a cada paso, pero la realidad cotidiana y el entusiasmo indican que la voluntad y la disciplina son capaces de vencer hasta los problemas más arraigados. Así, la nueva Argentina demuestra que, con reglas claras y menos barreras, la prosperidad puede dejar de ser un sueño lejano para convertirse en un logro concreto.

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