¿Por qué, Román?

Las denuncias contra Villa y la complicidad de Boca. La palabra de la víctima vs. la maquinaria del fútbol. Una pregunta, muchas respuestas, el tema de siempre.

¿Por qué esta nota, Román? Porque el correlato a la respuesta “el fútbol es así” es “la vida es así” o “la sociedad es así” y eso es lo que tiene que cambiar. La vida, la sociedad y el fútbol.

 

Porque la violencia de género no es un problema del fútbol, sino estructural, transversal, global, histórico. Porque se trata de un tipo de violencia específico contra las mujeres por su condición de tales y por esa razón existen protocolos, en la mayoría de los casos ignorados o reinterpretados según conveniencias variadas. Porque de hecho, todos los protocolos –también el de Boca- aplican dentro y fuera de la cancha.

 

Porque la cancha y la vida no son cosas distintas. Porque se espera que un referente popular repudie la violencia de género. Porque es hora de que el fútbol deje de amparar y, peor, de idolatrar a los violentos.

 

Porque, como dice la abogada Natalia Volosín en una nota en el portal Infobae, Boca tenía alternativas antes que el argumento –que ni siquiera improvisaron sus dirigentes pero que se escuchó en las oficinas y en las mesas familiares- de esperar a que la Justicia se expida. “El caso obvio es el del docente de una escuela imputado por un tercero por abuso sexual. Nadie diría y, de hecho, no es lo que ocurre, que el empleador no puede hacer nada hasta que no haya condena firme”, ejemplifica Volosín, bostera fanática. “Incluso una empresa de cualquier otro rubro podría accionar contra sus empleados por hechos ocurridos ‘afuera de la cancha’ en el marco, por ejemplo, de sus políticas internas y compromisos de responsabilidad social empresaria”.

 

Porque prácticamente no hay mujeres en las comisiones directivas de los clubes. Algunas –pocas– ocupan las áreas de género, cada vez más las cocinas contemporáneas. Porque Boca tiene una vicepresidenta tercera, Adriana Bravo –también titular del Departamento de Inclusión e Igualdad–, cuyo logro fue un comunicado en el que logró especificar que el club se ponía “a disposición de la denunciante”, superador del primer texto de Boca, que se ponía más bien a disposición del denunciado.

 

Porque no hay Ley Micaela para los clubes, porque la AFA no se toma en serio el problema de la violencia de género, salvo para barrerlo debajo de la alfombra de la impunidad o hacer alguna declaración oportunista pero nunca oportuna.

 

Porque todavía no llegó la hora de que, en la Argentina, los patrocinadores se retiren cuando hay un caso de violencia en un plantel con la marca en su camiseta. 

 

Porque el reclamo es a Boca y también a la Justicia, pero a Boca: el club, la institución con una responsabilidad social. Porque si el delito fuera contra la propiedad, al presunto ladrón ya lo hubieran separado del plantel; pero como es un delito contra la integridad sexual, es la víctima la que tiene que probar que fue atacada. Porque las denuncias falsas por violencia de género son menos del 1%.

 

Porque los datos oficiales del Ministerio de Seguridad de la Nación revelan que en 2020 se registraron 5.613 violaciones (159 más que en 2019 y 1.437 más que en 2018) y 23.213 agresiones sexuales, 79 denuncias por día. Porque el 80% de las víctimas son mujeres. Porque es uno de los delitos con más alto nivel de subregistro, por la estigmatización que sufren las víctimas. Porque según la Encuesta Nacional de Victimización que publicó el INDEC en 2017 (la última de este tipo), la tasa de “no denuncia” de los delitos llamados de “ofensa sexual”, es del 87%.

 

Porque no es Sebastián Villa; son muchos. Porque no importa nacionalidad, estrato social, ideología o nivel educativo. No importa a quién votan los abusadores; ellos tampoco les preguntan a sus víctimas por sus preferencias electorales.

 

Porque la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer "Convención de Belem Do Pará", firmada por la Argentina, ordena ponderar especialmente esos testimonios. Porque en general no hay testigos. Porque por esa razón el abuso sexual es el delito más impune.

 

Porque el proceso de llevar adelante una denuncia por abuso sexual es revictimizante y es mucho más lo que las personas pierden que lo que ganan. Porque nunca hay situación “oportuna” para denunciar violencia machista. Porque la Justicia no tiene perspectiva de género. Porque los procesos llevan muchos años en los que las víctimas deben transitar pericias, enfrentar acusaciones y perder trabajos mientras sus posibles victimarios transitan los mismos lugares que solían frecuentar.

 

Porque en la Argentina una mujer es asesinada cada 26 horas solo por ser mujer.

 

Porque como dicen los carteles en las calles: “Todas tenemos una amiga que sufrió abusos, pero nadie tiene un amigo abusador. No dan las cuentas”.

 

Porque no es “otro asunto”, Román, es el mismo asunto de siempre: el de la violencia contra las mujeres.

 

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