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La gloria merecida

Esta nota forma parte de un especial que publicó Letra P el 2 de abril de 2022, con motivo de los 40 años del inicio de la guerra. Un fecha que el país no debe olvidar.

El 2 de abril no se conmemora el comienzo, hace justo 40 años, de una guerra injustificable, mal nacida, suicida, destinada al sacrificio de sus conscriptos y de sus militares profesionales y motivo de que la reivindicación sobre las islas del Atlántico Sur parezca perdida por el tiempo previsible. Tampoco, claro, el estertor final de una tiranía que buscó a través de una causa aglutinadora una fuga hacia adelante, útil para asegurarle sobrevida y cobertura para los crímenes de lesa humanidad que había perpetrado y siguió perpetrando.

Este sábado 2 de abril, la Argentina en pleno debe detenerse a pensar en los veteranos, las veteranas y los caídos en la Guerra de Malvinas, a honrarlos y a ratificar el compromiso –tantas veces defraudado– de darles el lugar que les corresponde en una sociedad que debería entregarles muestras más tangibles de agradecimiento.

Ese deber moral y la propia búsqueda de reparación de la soberanía nacional violada por el Reino Unido desde 1833 resumen, en buena medida, lo que la sociedad nacional se proponga ser y qué destino trazará: el de un país pequeño, incapaz de salir de sus apremios calcificados, o el de uno grande, pacífico, orgulloso de su acervo y celoso de un futuro en el que deben caber todos sus hombres y mujeres, sus ancianos y sus ancianas, sus niños y sus niñas.

De ellos, 649 nunca regresaron a los brazos de sus padres, madres, hermanos y hermanas, novios y novias, amigos y amigas. Casi la mitad, 323, perdieron la vida en el hundimiento del crucero ARA General Belgrano, un hecho por el que Margaret Thatcher y otros deberían haber respondido por crímenes de guerra si el mundo no fuera un lugar tan injusto. Por último, una cifra tan grande como la primera se replicó en una cadena de suicidios en los años posteriores al conflicto, según registros de las organizaciones de excombatientes.

Sin embargo, no vale la queja por una iniquidad que es ley. La justicia, si se la ama, debe ser perseguida, especialmente cuando poco permite pensar en el éxito. Las mejores causas son las que nacen de la certeza de su valor y de la voluntad que da la dignidad.

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