A más de una década de sancionada la ley de elecciones Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) que prometían democratizar la representación política, darle transparencia al proceso de selección de candidaturas e incrementar la equidad en la competencia por poblar las boletas el día de la elección, estas instancias se han caracterizado por un predominio de listas únicas en una proporción de cuatro de cada cinco agrupaciones y por una baja o nula competitividad en el desempeño electoral en una proporción de nueve de cada diez agrupaciones en la categoría de diputados nacionales.
Apenas cerca de una décima parte de los integrantes de la Cámara baja en estos diez años alcanzó su puesto en virtud de primarias competitivas. Un abrumador 90 por ciento accedió a la banca en virtud de listas únicas o compulsas absolutamente asimétricas.
Esto encuentra una primera explicación al considerar que un efecto principal de las primarias en el Congreso ha sido trasladar el centro de gravitación en la definición de las candidaturas legislativas en el oficialismo (fenómeno también conocido como “la lapicera”) de las oligarquías locales al despacho presidencial.
Antes de las primarias, la nominación de candidatos a legisladores nacionales corría habitualmente por cuenta de caciques locales en un proceso cerrado. En la literatura politológica de los años 90 aparece como un hecho establecido que los gobernadores constituyen actores centrales en la selección de los representantes a ambas cámaras.
La ley de primarias obliga a las agrupaciones de todos los distritos a competir por candidaturas en una elección abierta donde con un mínimo de avales cualquier línea interna puede presentar su propia oferta. En la práctica, ponen a los caciques de los partidos oficialistas a optar entre avenirse a una lista única a gusto presidencial bajo los nobles auspicios de la unidad o bien competir contra Casa Rosada. No parece necesario enfatizar la muy probable asimetría de recursos entre listas avaladas por la presidencia y las que quieran enfrentarla.
Esta mayor capacidad de encuadrar los distritos se advierte en la menor competencia interna en el espacio oficialista bajo la ley de primarias, tanto durante “les Fernández” como bajo Macri, en comparación con la principal oposición de turno y que en los pocos casos que entre los partidos oficialistas hubo competencia real, se tendieron a imponer más los nombres con bendición presidencial.
De este modo, las primarias han incrementado las chances del oficialismo nacional de imponer listas propias en todos los distritos y de esta manera proveerse de leales en la arena congresional, lo que de paso explica no solamente el escaso entusiasmo del presidente Alberto Fernández ante propuestas de eliminarlas y que Macri en su momento no haya pasado de criticarlas por el gasto que suponen sino también que de ordinario las iniciativas de eliminarlas tengan origen provincial, esto es, con el efecto de poner la lapicera más al alcance de los gobernadores.
Es así que las primarias han centralizado la conformación del Congreso, lo que es consistente con el incremento en la tasa de disciplina de bloques, que pasó de un promedio alrededor de 70 por ciento en la década anterior a las primarias a uno alrededor de 90 por ciento en la siguiente, según cálculos de nuestro sitio www.decadavotada.com.ar.
Desdoblamiento, listas únicas y anticipación para las élites
Una situación de baja competencia y mayor disciplina es apreciable también para la categoría presidencial: los tres titulares del Ejecutivo bajo el régimen de primarias surgieron de compulsas no competitivas -Mauricio Macri obtuvo cuatro veces la suma de los votos de sus adversarios internos de agosto de 2015, "les Fernández" en 2011 y 2019 fueron proclamados favoritos mediante lista única-, y no ha habido defección de un vicepresidente desde al menos 2008.
Estos bajos niveles de competitividad son menos producto de la cultura política vernácula -por el contrario, es abundante en materia de internismo, en este sentido, puede interpretarse la Ley de lemas como un mecanismo para administrar esa fragmentación en la arena electoral- que de las reglas de juego que impone el esquema de primarias puesto en práctica en el marco más amplio del federalismo electoral argentino.
Las primarias han reavivado además la pasión por el desdoblamiento de elecciones provinciales, con la novedad que ahora las conducciones locales se resuelven con anterioridad a las primarias nacionales, posicionando al respectivo distrito en la carrera nacional de modo anticipado y extendiendo a límites poco vistos el calendario electoral.
Puede generar optimismo que la proporción de agrupaciones que presentan más de una lista interna ha ido incrementándose. De mantenerse constante la tasa promedio de crecimiento de esas agrupaciones y haciendo una proyección lineal, dentro de unos 10 años, es decir dos períodos presidenciales y medio, más de la mitad de oferta electoral para diputados nacionales resultaría de internas competitivas. ¿Habrá que cruzar los dedos y esperar?
El predominio de las listas únicas, por otro lado, produce una degradación del proceso electoral, con votantes que en lugar de elegir candidatos van a “hacerles el aguante” y partidos que en lugar de debatir internamente prefieren dirigirse a audiencias cautivas.
Muy en especial, la obligatoriedad de sufragar en combinación con el predominio de listas únicas convierte a buena parte de este proceso en lo que algunos llaman una primera vuelta, pero que en realidad se asemeja más a una elección fake que sirve al Estado de pretexto para censar las preferencias de los votantes. Big data política para todos.
Esta gran encuesta, en la que tampoco se ausentan las acusaciones gratuitas de fraude tanto de parte de la oposición como de parte del oficialismo, no tendría mayores consecuencias que una amplia disponibilidad de información territorial para los contendientes y una clarificación de la realidad electoral para los votantes luego del bombardeo habitual de variopintos sondeos si no fuera por los efectos potencialmente disruptivos de esta suerte de bola de cristal pública y notoria en el funcionamiento de los mercados. Efectos patentizados en su momento en la pérdida masiva de control sobre las variables económicas que experimentó la administración Macri luego de las primarias de agosto de 2019, al quedar en evidencia que sus chances de reelección eran, en el mejor de los casos, novedosos atuendos del emperador.
El riesgo implicado se torna más evidente si se tiene en cuenta que la alternativa de reducir los tiempos entre las primarias y la compulsa general a fin de acortar un impasse semejante ha sido reputado inviable por quienes organizan los comicios. Esta situación encierra además un problema recurrente vista la tentación de llevar adelante en ese plazo políticas de escasa responsabilidad fiscal y monetaria a fin de amortiguar el veredicto de las primarias si fuera adverso o afianzarlo si fuese favorable. Es difícil que las previsiones legislativas alcancen para frenar este impulso, y no está visto que la judicialización pueda lograrlo.
En un nivel más general, las primarias configuran para las élites un mecanismo de anticipación temprana del escenario político, con plazos generosos para que calibren mejor las oportunidades que les señala el rango revelado de variación en la conducción del Estado. Es menos evidente que constituyan un beneficio semejante para la amplia mayoría de la población y sin duda imponen una carga pesada al conjunto del sistema político al extender el proceso electoral, afectando el funcionamiento institucional, todo ello sin contar los recursos que demanda su realización, expandidos además por decisiones jurisdiccionales poco avispadas por caso en materia de financiamiento de boletas partidarias.
Es improbable que la extensión del calendario electoral que ha propiciado el esquema de primarias no interfiera en la marcha de la política económica. En el juego de manejar expectativas macroeconómicas hay poco espacio para sincericidios colectivos o exposiciones insensatas de recursos territoriales, de mostrar las cartas antes de la partida. Celebrar primarias obligatorias de baja competitividad en un contexto de dificultades financieras equivale las más de las veces a arrojar la democracia en un pantano de certezas incómodas e innecesarias mucho antes de definidas las competencias formales. Incluso no parece difícil argumentar desde el punto de vista de la psicología social que las primarias han tornado instituciones con un sesgo autoritario ya que su uso efectivo en el proceso político se orienta casi totalmente en función a la aversión a la incertidumbre, al pretender reducirla por medio de la alerta temprana de definiciones del escenario político.
En lo inmediato, la Ley de primarias podría ser prenda de cambio de un acuerdo federal para unificar el calendario electoral. Otro compromiso para que pase la reforma podría ser la implementación de boleta única bajo régimen de simultaneidad, que reclama la oposición. Cabe también explorar hacer optativas las primarias o solo celebrarlas entre quienes no forjen listas de unidad, para reducir el efecto encuesta. Cualquier solución resulta más apetecible que tener que estar preparado a boyar una y otra vez por los pantanos de la democracia.