Covid-19 y noticias falsas

La única certeza sobre el coronavirus es la falta de certezas, la ausencia de estimaciones inequívocas y la dinámica acelerada de una pandemia que se cobra vidas de todos los estratos sin distinción. Ese vacío cognitivo es condición de posibilidad para la proliferación de noticias falsas y teorías conspirativas. La verificación de una noticia “falsa” publicada por dos medios nacionales esta semana —en base a datos tomados de otro medio estadounidense— se suma a otras reportadas en días previos por la prensa, la radio y canales de noticias. No son las únicas, no son mayoría, aunque, en ocasiones, compiten con la “basura” circulada en plataformas como Facebook y Twitter: acusaciones cruzadas, explicaciones facciosas y curas mágicas; todas, preparadas para combatir al “enemigo invisible”.

 

El reporte de estos días en The Epoch Times, donde se acusa al Partido Comunista chino de ocultar que el coronavirus se filtró de un laboratorio de Wuhan no es muy distinto a otro informe titulado “ADN confirma que el virus fue creado en laboratorios de Estados Unidos”, publicado en YouTube hace tan solo una semana y uno de los más compartidos por los transeúntes virtuales, necesitados de darse una explicación rápida y contundente frente a tamaña incertidumbre. Ergo, los contenidos no verificados no son excluyentes de las redes sociales virtuales; también se enuncian en medios tradicionales después de pasar por el tamiz de criterios de noticiabilidad ritualizados que le dan efecto de verdad. 

 

 


Noticia falsa no es sinónimo de fake news. Las noticias falsas se refieren a un contenido que no está verificado, aunque no necesariamente sea producto de una intencionalidad política. En el caso de las fake news, así como de cualquier otro tipo ataques virtuales, la intencionalidad no es informar, sino generar un daño.

 

¿Quiere decir eso que en tiempos de pandemia estemos exentos de las operaciones de fake news que son capitalizadas políticamente para afectar —o, mejor, eliminar— al oponente?

 

De ninguna manera. Para muestra, basta con las apariciones públicas del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, refiriéndose al Covid_19 como “chinavirus” o su amenaza de quitar el financiamiento a la Organización Mundial de la Salud (OMS), al acusarla de “encubrir” el brote de la pandemia. Sin embargo, la información falsa no resulta solo de operaciones tendientes generar daño. Más importante aún, actúa para completar vacíos en la información que reemplacen la perplejidad imperante en tiempos de pandemia, de encierro, de soledad. Max Fisher publicó una interesante columna en The New York Times en la que afirma: “La creencia de que uno tiene acceso a un conocimiento prohibido da la sensación de certidumbre y control en medio de una crisis que ha puesto de cabeza al mundo”. 

 

 

 

Si la noticia falsa se propagó en el canal YouTube, fue publicada en un medio de comunicación con años de trayectoria y reputación o nos lo envió nuestra tía de Acapulco por WhatsApp, no dice mucho sobre nuestra reacción a esa información. Simplemente, porque los motivos para compartir información espuria no son muy distintos de aquellos que nos mueven a difundir contenido verificado, calificado o consensuado como “verdadero”.

 

Incapaces de realizar análisis exhaustivos al incorporar nuevos conocimientos, las personas tomamos atajos intuitivos con los que simplificamos el procesamiento de la información: sobre esa base juzgamos los acontecimientos. De allí que nuestro comportamiento en redes sociales no pueda ser explicado desde una dimensión racional, ni siquiera puramente ideológica.

 

Por el contrario, nuestra reacción frente a los mensajes que consumimos y compartimos en la polis virtual es, ante todo, afectiva. Lejos de un recorrido racional exhaustivo que nos permita discernir entre decisiones de política pública tomadas de uno u otro lado de la grieta, lo que aumentó en estos años y se profundizó con el diálogo en redes sociales es aquello que nos separa del otro en gusto, odio, asco, alegría o desconfianza. Esa distancia afectiva creció de modo dramático. Y en la fisura de esa distancia las fake news y las conspiraciones tienen acogida en la medida en que confirman nuestro mundo de la vida virtual. 

 

 

La autora es Integrante del ICEP y autora, junto a Ernesto Calvo, del libro “Fake News, Trolls y otros encantos” (Siglo XXI).

 

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