Decía Juan Domingo Perón que la única política era la política internacional. En esa arena se ve la política en su estado crudo: los diferentes sectores intervinientes defendiendo sus propios intereses. La descripción aplica para analizar el caso de la convulsionada Venezuela, donde, corriendo la hojarasca de los discursos justificatorios de uno y otro lado, lo que se ve es una lucha feroz por el poder que excede hace largo rato a los venezolanos e involucra cada vez más a las potencias globales.
Resulta difícil creer que el multimillonario Richard Brandson, residente en la guarida fiscal de las Islas Vírgenes británicas, se haya conmovido por el sufrimiento del pueblo venezolano y por eso se decidió a invertir en organizar un recital con figuras de la cultura global como Maluma, Diego Torres, Paulina Rubio, etc. en la frontera colombo-venezolana. Tampoco es creíble que a Donald Trump le afecte personalmente lo que sucede en Venezuela y lo propio puede decirse de Xi Xing Ping y Vladimir Putin, que respaldan y sostienen al gobierno de Nicolas Maduro.
Jaqueado por su debilidad de origen –heredó un liderazgo que nunca pudo terminar de revalidar con legitimidad en las urnas–, Maduro ha ido entregando porciones cada vez más grandes del poder a sus aliados locales –el Ejército venezolano– e internacionales –chinos y rusos- a fin de poder sostener su asiento en el Palacio de Miraflores. Derrotada una y otra vez en las urnas y en las calles, la oposición se ha ido apoyando cada vez en EE.UU., que, con Trump a la cabeza, ha pasado ahora a una fase de mayor hostigamiento para con el régimen chavista.
Pero, más allá de las bravuconadas de Trump y los planes secretos que “por descuido” deja ver el asesor de Seguridad John Bolton a la prensa, es improbable que Estados Unidos intervenga militarmente de manera directa en el territorio venezolano. A más de dos años de iniciado su mandato, es necesario leer a Trump correctamente: es, sin duda, el más importante exponente de la política espectáculo, formato que hegemoniza el siglo XXI.
Es imposible que los organismos multilaterales avalen una intervención militar. En la ONU, China y Rusia bloquean cualquier resolución en esa línea en el Consejo de Seguridad y en la OEA, México y Uruguay hacen lo propio.
En ese sentido, es bueno repasar que está retirando tropas norteamericanas de Afganistán, Siria e Irak, que está viajando a Vietnam para terminar de cerrar el acuerdo de paz con el norcoreano Kim Jong Un (de quien en Twitter se burlaba calificándolo como el hombre cohete) y que está en tensión con sus socios europeos en la OTAN porque pretende que aumenten su participación económica en el sostenimiento de la entidad, disminuyendo así el aporte propio. ¿Por qué, entonces, haría lo contrario mandando tropas con destino incierto a Sudamérica?
Petróleo, dirían algunos, y, en efecto, el petróleo ha sido históricamente motor de guerras y conflictos a lo largo de todo el siglo XX, pero hay que tener en cuenta dos detalles relevantes: fracturación hidráulica mediante (fracking), Estados Unidos tiene hoy autoabastecimiento de petróleo. Además, recién ahora, con la profundización del conflicto, Trump atendió los reclamos de los sectores más radicalizados y suspendió la compra de petróleo venezolano, redirigiendo, en la misma maniobra, los activos de la venezolana PDVSA en territorio norteamericano al necesitado “gobierno” del presidente interino, proclamado por el Parlamento venezolano, Juan Guaido.
Los aliados regionales de la oposición venezolana, el llamado Grupo Lima que integran, entre otros, Argentina, Brasil, Chile, Colombia y Perú, reiteraron su rechazo a una intervención militar e insistieron en el llamado “cerco diplomático”, de dudosa eficacia en la historia de los conflictos internacionales. También aquí, más allá de la retórica combativa, que atiende sobre todo a su propia base electoral, los gobiernos sudamericanos tienen dos grandes frenos a supuestos deseos de intervención directa: primero, carecen de los recursos militares necesarios para afrontar un conflicto armado de incierta duración en territorio extranjero; segundo, todos ellos tienen a China como principal cliente y se sabe que el cliente… siempre tiene la razón.
Es imposible, además, pensar en que los organismos multilaterales avalen una intervención militar. En la ONU, China y Rusia bloquean cualquier resolución en esa línea en el Consejo de Seguridad y en la OEA, México y Uruguay hacen lo propio.
Por supuesto que una bala perdida en el marco de los muchos enfrentamientos que hay y habrá en Venezuela y sus fronteras, disparada o no a propósito, puede derrumbar este análisis y desatar un conflicto militar. De hecho, así han comenzado muchas guerras en la historia moderna, pero no es lo que está en los planes, al menos no en los principales, de los países involucrados hoy.
La apuesta de Guaidó sigue siendo quebrar a las FF.AA. venezolanas a la par de negociar con chinos y rusos la continuidad de sus inversiones en el país caribeño. Ninguna de estas opciones parece haber avanzado mucho en estos días y, salvó la oposición venezolana, los demás actores del conflicto no se sienten del todo incómodos en este “empate”. Trump, porque disfruta enrostrarles a sus opositores demócratas que Maduro y su régimen son “socialistas” como ellos -o como él dice que son ellos- y sin invertir demasiados dólares tensiona, pero no choca con China.
De la misma manera, los aliados regionales de Trump (Mauricio Macri, Jair Bolsonaro, Sebastián Piñera e Iván Duque) obligan a sus propias oposiciones (Cristina Kirchner, Lula Da Silva, Michelle Bachelet, Gustavo Petro) a que se tengan que despegar de Maduro o bancarse que los señalen como aliados. En tanto, rusos y chinos sacan ventaja de la debilidad del chavismo e incrementan su presencia económica e incluso militar.
Consciente de este escenario, Guaidó ha elegido apoyarse en los sectores más radicalizados de su bando, como el senador norteamericano Marco Rubio, que en una clara alegoría a Maduro tuiteó días atrás una foto del ex presidente libio Muamar Kadafi ensangrentado el día que rebeldes libios con respaldo de la OTAN lo mataron, y el vicepresidente norteamericano Mike Pence, quien insistió con la posición esbozada hace tiempo por Trump de que en el caso Venezuela “todas las opciones están sobre la mesa”.