La crisis de UNASUR, reflejo de la fragmentación regional

La salida temporaria de seis países miembros de UNASURno sorprende. Brasil, Argentina, Paraguay, Chile, Colombia y Perú forman parte un bloque que podríamos denominar liberal, de derecha o conservador. Al margen de la clasificación, de lo que sí estamos seguros es de su ubicación lejos de los principios de integración regional que marcaron la agenda durante una década.

 

UNASUR tuvo un rol importante para el proyecto de región durante la etapa de los gobiernos progresistas, impulsada esencialmente por Brasil pero con un rol clave de Argentina y Venezuela, con ejes centrales en la defensa de las democracias, la resolución de conflictos intrarregionales, el fortalecimiento de acuerdos orientados a la infraestructura y el desarrollo de una política autónoma, especialmente, en defensa y, al menos en los papeles, en economía.

 

Desde su fundación en 2008, el bloque tuvo su primavera entre 2008 y 2010, con una coordinación y un timing admirables para cualquier espacio de integración. Intervino ante los golpes de Estado frustrados en Bolivia y Ecuador, en el repudio a la instalación de bases militares estadounidenses en Colombia durante la gestión de Álvaro Uribe, con la mediación de Néstor Kirchner (primer secretario general) en el conflicto entre Colombia y Venezuela y en el apoyo a Haití tras el terremoto a través de un fondo de ayuda de 100 millones de dólares.

 

UNASUR se creó bajo el objetivo de Brasil de consagrarse como potencia emergente. El gigante regional experimentó en esos años una fuerte prosperidad económica que le permitió convertirse en una pieza clave del engranaje de los BRICS. Brasil, con Argentina y Venezuela como auxiliares de su estrategia global, entendía que el orden mundial multipolar significaba una oportunidad para que la región adquiriera autonomía relativa en la relación comercial con Estados Unidos y la Unión Europea y abrazara el rol de China como principal comprador de bienes primarios.

 

 

Pero el auge inicial se encontró con las mezquindades propias de quien ejerce unrol hegemónico. Así, lo que debería haber sido un paso fundamental en la consolidación de un espacio común terminó con el freno de mano de Brasil que, para garantizarse la hegemonía, decidió no firmar la creación del Banco del Sur que hubiese significado un rotundo salto de calidad. La tensión entre Brasil y Venezuela sobre la velocidad las decisiones estratégicas conspiró contra el proyecto: a Brasil la alcanzaba con su Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES) para vincular a la región con el mundo emergente y liderar el proceso regional mediando, en palabras de Juan Perón, entre los "apurados" y los "retardatarios". De esta manera, entre 2011 y 2014, UNASUR entró en una etapa de estancamiento tras la creación de la Alianza del Pacífico en 2012, que separó las aguas entre los defensores del regionalismo abierto y los proteccionistas, y tras el impacto de la crisis financiera en los países de la región. Entró en estado de coma a partir la caída del kirchnerismo en 2015 y la destitución de Dilma Rousseff en 2016.

 

La actualidad del bloque suramericano no es una sorpresa debido a que UNASUR expresa un proyecto que ya no existe. Pero es necesario preguntarse entonces qué es lo que se viene en esta etapa. ¿Cuál es el proyecto alternativo? ¿Quién gana y quién pierde con una región hiperfragmentada? A continuación ensayemos algunas hipótesis.

 

UNASUR Y BRASIL, DOS CARAS DE UNA MISMA CRISIS. Como dijimos, UNASUR partió de la idea de Luiz Inácio Lula da Silva de construir un recipiente que concentrara los intereses del clima de época en el continente y el protagonismo de Brasil en un nuevo orden mundial. Así como el auge del bloque estuvo directamente relacionado con el éxito del gigante latinoamericano en términos globales, su estancamiento tuvo que ver con el freno de mano impuesto por el gobierno del Partido de los Trabajadores al demorar la firma para la creación del Banco del Sur. En ese sentido, el triste y solitario final coincide con la desaparición de Brasil en el escenario internacional. Corrupción, inestabilidad institucional, violencia política y detenciones, al menos, irregulares son factores determinantes para el triste presente brasileño que, en un año de fuerte incertidumbre política, se ha quedado sin estrategia luego de 15 años de trabajo para institucionalizar un espacio común suramericano.

 

La caída brasileña deja desorientados a los gobiernos que quedaron de la década postneoliberal y que depositan en una posible vuelta de Lula la posibilidad de reconfigurar un espacio progresista que no quede tan expuesto a los vaivenes internacionales y evite un nuevo ciclo neoliberal.

 

La realidad es que el progresismo latinoamericano ha quedado reducido a la minina expresión en Uruguay, Venezuela y Bolivia. Tres países con mas diferencias que similitudes, sin estrategia común ni proximidad territorial. Es decir, de los seis países que quedan en UNASUR, solo tienen cercanías Venezuela, Guyana y Surinam mientras que Ecuador, Uruguay y Bolivia no.

 

¿Cuánto puede tardar Lenín Moreno en sumarse al bloque que conduce los hilos de nuestro sur? ¿Armará Venezuela un bloque testimonial más pensado para sus vecinos del Caribe y en las coincidencias ideológicas con Evo Morales y Miguel Díaz-Canel para contrapesar el aluvión neoliberal? Tal vez, siempre y cuando Maduro gane las elecciones de mayo.

 

Por eso, el derrumbe de UNASUR está directamente con la crisis en Brasil y se lleva puesto lo que queda de progresismo o izquierda bolivariana.

 

REGIONALISMO ABIERTO; ¿CON QUIÉN? Abandonar UNASUR fue la primera decisión conjunta del Mercosur (Brasil, Argentina y Paraguay) y la Alianza del Pacífico (Colombia, Chile y Perú). Uruguay es el restante país del primero de esos bloques que, por progresista e institucionalista, decidió no ser parte de la decisión mientras que México, el otro país de la Alianza del Pacífico, no integra el bloque suramericano por razones obvias.

 

Ese bloque de seis países conforma el espacio de la centro-derecha latinoamericana que, con los matices de siempre, coincide en que el camino de integración debe ser el regionalismo abierto, es decir un espacio de libre comercio común sin demasiadas trabas, basado en la relación con las economías más grandes del planeta, fundamentalmente con Estados Unidos, la Unión Europea y China.

 

Es claro que este bloque busca barrer y desarticular todo vestigio de “populismo” y va por buen camino, dado que en Brasil, con Lula detenido y muy probablemente inhabilitado una vez que sea inscripto como candidato, será muy difícil la vuelta del PT al poder y, en Argentina, con un peronismo dividido, el macrismo se encamina a la reelección en 2019. Estos dos hechos serán definitorios para consolidar el cambio de ciclo histórico.

 

Ahora bien, la pregunta es: ¿qué garantía de éxito puede dar el regionalismo abierto en un contexto de retracción de los centros de poder? Sabemos hay una clara diferencia entre el proyecto multilateral-global de Barack Obama y el nacionalismo proteccionista que propone Donald Trump.

 

El Tratado Transpacífico (TPP) de los demócratas fue desestimado por Trump, lo que genera incertidumbre en los países que apuestan únicamente a los acuerdos de libre comercio. ¿Habrá una "Doctrina Monroe" del siglo XXI  para blindar a Sudamérica de la influencia de China? ¿O se aprovechará la poca prioridad que la Casa Blanca le da a América Latina para que reviva el TTP y así aprovechar la enorme disputa entre Washington y Pekín? ¿Qué más hay que hacer para convencer a Alemania y a Francia de que es el momento de firmar con el Mercosur el acuerdo que duerme en el cajón de los recuerdos hace 15 años?

 

 

 

Todas estas preguntas no tienen respuestas y forman parte del enorme dilema que tiene el bloque hegemónico sudamericano que pregona el libre comercio. Lo que sí podemos suponer es que el abandono de la lógica de bloque para negociar con las principales potencias deja latente la posibilidad de un acuerdo desigual que perjudica a la economía real de nuestros países y nos convierte en naciones más dependientes de lo que ya somos.

 

CONCLUSIÓN. A la incertidumbre económica que mencionamos antes hay que agregar algunos elementos que pueden significar un riesgo para nuestra región. Hace alguna semanas, la DEA estadounidense pidió la captura del dirigente de las FARC Jesús Santrich por el delito de nacrotráfico. Esto se produce a un mes de las elecciones presidenciales en Colombia, que tienen en disputa cabeza a cabeza al uribista Iván Duque y al progresista Gustavo Petro. El primero quiere eliminar los acuerdos de paz; el segundo los defiende pero desmintiendo todo el tiempo su relación con las FARC, que los medios insisten en destacar por su pasado guerrillero en el M19. Hay que sumar el asesinato de tres periodistas ecuatorianos en la frontera con Colombia a manos de una presunta línea disidente de las FARC y la retórica violenta entre el gobierno de Ecuador y el Ejército de Liberación Nacional, cuyo diálogo con Colombia está pasando por un momento de estancamiento.

 

Un pedido de la DEA, que puede echar por la borda el proceso de paz en Colombia, ¿no debería ser abordado por UNASUR? ¿Dónde se discutirá en este tipo de crisis, que vuelve a poner en riesgo la paz en el continente?

 

De la misma manera sucede con la democracia en la región, la instalación de bases militares o la transparencia de los procesos electorales. La OEA o el Grupo de Lima discutirán todo lo que pase en Venezuela, pero dirán poco y nada de los abusos de autoridad y la violencia política en Brasil, cuyo principal opositor esta detenido.

 

El riesgo de enterrar UNASUR es que definiciones importantes para todo el continente terminen siendo víctima de la influencia de otros.

 

Por último, el problema de fondo es la falta de proyecto regional capaz de sostenerse en el tiempo. Las estructuras de nuestra región cambian tan rápido como los ciclos históricos y eso la deja presa del cortoplacismo.

 

La unidad regional no debe ser una estudiantina ideológica ni una frasco lleno de frases vacías. Tiene que partir de una estrategia que nos proteja de las idas y venidas que tiene el mundo. UNASUR quedó a mitad de camino pero intentó ser eso, un espacio común, ideológicamente heterogéneo pero con la necesidad estratégica de resolver, coordinar y proyectar.

 

Hoy, Sudamérica vuelve a fojas cero, a la espera de que de este ciclo histórico emerja una nueva estructura que dure hasta que la orientación actual cambie, otra vez.

 

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