Radicalización política: las redes sociales también son responsables

Vivimos tiempos muy convulsionados en la política local e internacional. Día a día nos topamos con sucesos que salen de las recetas de quienes analizan la política y las encuestadoras. El resultado de las elecciones en Brasil es una nueva alerta de ello. Sin querer abarcar las múltiples y complejas causas sociales, políticas y económicas de dicho resultado, en esta nota me detendré en una de ellas: las transformaciones en la comunicación y el auge de las redes sociales.

 

Recordémonos hace tan solo diez años. ¿Cómo nos informábamos? ¿Cómo compartíamos nuestras opiniones? ¿Cómo organizábamos un asado? Las redes sociales como Facebook, Twitter, Whatsapp o Instagram cambiaron radicalmente las formas de comunicación. La información que circula en las redes es enorme e imposible de procesar para un ser humano, por ello cada plataforma pone en funcionamiento una serie de algoritmos que definen qué vemos y qué no en nuestro muro. Son empresas enfocadas en atraer y retener consumidores generando placer en el usuario. El politólogo Ernesto Calvo utiliza el término “cámara de eco” para referirse a uno de los rasgos centrales de este espacio virtual, donde la información que recibimos es un eco de nuestras propias creencias. Básicamente cada persona vive en un mundo virtual en donde suele tener razón y “todos somos mayoría”, en la medida en que se refuerzan sus opiniones y hay vía libre para insultar. Un mundo en donde no es necesario construir consensos y, cuando hay un desacuerdo, basta con eliminar al otro para no tener que volver a toparse con la desagradable experiencia de ver sus opiniones.

 

Estos mundos prácticamente no se cruzan, salvo que sea en modo irónico, lo que baja también los niveles de tolerancia ante lo diferente -tanto en términos políticos como sociales- y consolida la polarización. La política también vierte a este mundo, poco reglamentado, trolls que generan tendencias y difunden fake news. Este comportamiento agudiza aún más la situación.

 

 

 

El triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil es paradigmático: polarización, extremos e intolerancia gobernaron la campaña del candidato que cosechó una cómoda victoria en primera vuelta y luego en el balotaje. Bolsonaro pateó el tablero a todo lo “políticamente correcto” que establece la normativa internacional de derecho post holocausto ¿Cómo es que en el siglo XXI pueda ganar alguien que contradice explícitamente principios tan básicos de la democracia occidental liberal como las libertades sexuales o la igualdad de oportunidades?
 

 

 

Un informe de Datafolha indica que los votantes de Bolsonaro se informaron principalmente por las redes sociales: 61% mediante Whatsapp, 57% por Facebook, 28% vía Instagram y 10% por Twitter. Por su parte, el candidato Fernando Haddad denunció que su adversario realizó una costosa campaña sucia difundiendo noticias falsas por Whatsapp.

 


 

 


En Brasil, esos usuarios polarizados y con bajos grados de tolerancia luego expresaron en el cuarto oscuro lo que no se habían animado a expresar en las encuestas. No se trata de algo singular de ese país, sino de un fenómeno global en donde el centro parece borrarse de la escena política dejando cada vez menos lugar para opciones mesuradas. “El mundo se verá obligado a elegir entre dos formas de populismo: el de derecha o el de izquierda. El centro está desapareciendo, eso es un hecho”, afirmó recientemente el ex asesor de Donald Trump, Steve Bannon.

 

La piel de la cohesión social, de la “espiral del silencio” acuñada de Noelle-Neumann, podría disolverse lentamente si los individuos ya no sintieran miedo al aislamiento al expresar sus opiniones más extremas, o si ya no creyeran que estas son minoritarias. Experiencias como la de Bolsonaro o la de Trump, entre otras, podrían ser ejemplos de este fenómeno. Pero también la radicalización de los populismos en Latinoamérica lo es. No es que uno de los polos se radicalice logrando silenciar a la otra parte: ambos se extreman.

En Argentina, Luciano Galup y Juan Pablo Pilorget publicaron en Perfil un estudio de Twitter donde muestran que la grieta existe en las redes sociales y que los usuarios prácticamente no se cruzan. También explican que los políticos que buscan las opciones del medio tienen menor intensidad en sus interacciones, al tiempo que se vuelven más negativas en sus redes.
 

 

 

La pregunta de fondo sigue siendo si la democracia liberal, tal como la conocemos, podrá sobrevivir a este proceso de radicalización sin sufrir modificaciones. O si, por el contrario, en lugares como Brasil estamos viendo la punta del iceberg que pondrá en jaque las variantes de la democracia capitalista occidental de ampliación de derechos liberales como la conocemos en las últimas décadas. Sería necio afirmar que la construcción de subjetividades en las redes sociales es el único elemento que explica esta crisis, pero también lo sería obviar cómo la política puede haberse transformado profundamente en función de ellas. Analizar este factor, como otros, es fundamental para poder comenzar a desanudar la realidad.

 

Temas
Héctor Magnetto, ceo de Clarín, titular indiscutidoy uno de los más afectados por el caputazo a la pauta oficial.

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