BRASILIA (enviado especial) La realidad no tarda nada en emerger. El vuelo de San Pablo a Brasilia venía colmado. Uno de los últimos en abordar es un joven con una remera negra que tiene estampado un rostro y un apellido: los de Jair Bolsonaro. Detrás de él, cuchicheos y un gesto que un hombre le hace a su mujer, traducible como una mezcla de resignación y preocupación. Bienvenidos a Brasil.
La actualidad, signada por una grieta amarga, desmiente los lugares comunes que suelen atribuirse a la vida política brasileña.
La siempre mencionada tendencia a la apatía de los hombres y mujeres del común es cosa del pasado, ya que casi todos hoy juegan su partido con pasión.
La poca tendencia a la movilización, también, como quedó falseada desde 2013, cuando se desataron masivas manifestaciones de protesta contra Dilma Rousseff y parte de la clase política, algo que se extendió al año siguiente con la deflagración de la operación Lava Jato, siguió luego con la saga del juicio político contra èsta e ingresó en el actual con los avatares de la condena y el encarcelamiento de Lula da Silva.
Asimismo, la idea de una tendencia al consenso y a la suavidad de los modos políticos también entra en crisis. La dictadura brasileña fue una de las menos sanguinarias de Sudamérica, se recordaba incluso hasta hace poco. Pero esta campaña, con Lula (su amplio favorito) encarcelado, episodios de censura judicial a medios que pretenden entrevistarlo en prisión, advertencias de golpe, pronunciamientos políticos de jefes militares y hasta con un atentado grave contra Bolsonaro muestran el rostro de un Brasil muy diferente.
André Luiz Cavalcanti, doctor en Administración y doctorando en Economía Política y profesor de la prestigiosa Universidad de Brasilia, le contó su situación familiar a Letra P. “Tengo dos hijas. Una es psicóloga e investiga (en la propia UnB) los efectos terapéuticos del aceite de marihuana. La otra es antropóloga y se dedica a estudios de género. Ya les dije a las dos que si gana Bolsonaro tienen que irse de Brasil”, dijo con amargura.
“Imagínese qué futuro les espera, cuando las fuerzas de seguridad, que apoyan a Bolsonaro, ya actúan contra la tenencia de marihuana, que, a diferencia del tráfico, no está penada, como si ese candidato ya fuera el presidente. Y lo mismo pasa con los estudios de género. Son dos temáticas que ese sector político estigmatiza como propias de los enemigos de Brasil”, continuó.
Al consultársele sobre la posibilidad de publicar el testimonio, el economista, de tendencia moderada, no dudó: “Sí, publíquelo. Es necesario que se sepa a qué se está arriesgando este país”.
Pero el voto por el ex capitán de paracaidistas del Ejército, diputado en su séptimo mandato y favorito para las elecciones del domingo, no está compuesto por personas hasta ahora despolitizadas o que tienen un historial de ultra derecha. Al contrario, son, en su mayoría profesionales, brasileños de renta media o alta que tienen pavor a un retorno de la izquierda al gobierno.
Es más, a contrapelo de las multitudinarias marchas convocadas por colectivos feministas el fin de semana último en todo el país bajo la consigna #EleNão, Bolsonaro lidera la intención de voto entre las mujeres, con un 24% del total. Es cierto que eso está debajo de su promedio del 31%, pero no deja de ser significativo para alguien que, entre otras cosas, justificó que ellas tengan salarios menores porque quedan embarazadas. Y que, cuando quiso enmendarse, días después, la embarró más al afirmar: "Yo creo que hay muchas mujeres que son personas calificadas…”.
Para muchos de esos votantes, las bravatas de Bolsonaro contra mujeres, gays, izquierdistas, negros e indios son pecados de poca monta y lo que prima es el miedo al retorno de la izquierda. Pareciera que aquí todo el mundo vota más por miedo que por entusiasmo. Y cuando de eso se trata, las avenidas del medio terminan en vía muerta y el futuro augura más y más grieta.
“Cuando Bolsonaro quiera gobernar, va a encontrarse con límites, va a tener que negociar con otros sectores y no va a poder hacer lo que quiera. Por eso no le tengo miedo y voy a votar por él”, le dijo a este enviado un comerciante de la zona hotelera de esta capital, que no quiso dar su nombre.
“Yo voto a Bolsonaro, pero mis hijos no y mi mujer, no sé. La verdad es que las comidas familiares últimamente son un infierno”, contó. Eso sí, entre risas. Porque Brasil nunca pierda la buena onda.