“Esto de navegar contra la corriente me encanta”. Hay pocas frases tan representativas de la carrera política de Carrió como esa de su propia autoría. Salvo en 1999 y 2015, todas sus otras participaciones electorales (1994, 1995, 2003, 2005, 2007, 2009, 2011, 2013) fueron en calidad de dirigente opositora, aunque el rótulo de “opositora” sea más bien formal. En varias de esas intervenciones políticas, Carrió en realidad terminó actuando como oposición dentro de la oposición. Es el caso de su propio debut en 1994 como convencional constituyente por el radicalismo, el principal partido opositor en aquel momento. A la hora de votar a favor del Núcleo de Coincidencias Básicas emanado del Pacto de Olivos, la dirigente chaqueña lo hizo en contra.
La primera experiencia oficialista de Carrió como integrante de la fuerza que accedió al poder en 1999, no arrancó muy diferente a aquella como convencional constituyente. En calidad de flamante diputada reelecta por el radicalismo, Lilita rechazó la composición del gabinete de ministros definida por el flamante presidente De la Rúa y, a partir de allí, votó en contra de una serie de iniciativas legislativas del poder ejecutivo como la ley del arrepentido, la reforma laboral, la emergencia económica y el recorte al sueldo de los empleados estatales. Pero su embestida opositora no se detuvo ahí. Carrió armó en 2000 su propia fuerza política disidente de la Alianza de gobierno, el ARI. Desde esa plataforma, Lilita arremetió de frente contra la administración De la Rúa en 2001, amenazando con denunciarlos por traición a la patria respecto a los decretos de renegociación de la deuda pública.
Una vez caído el gobierno de la Alianza, Carrió lideró en 2002 la construcción de una línea interna dentro de aquel partido creado por ella misma dos años antes. Tras presentarse como candidata a presidente en las elecciones de 2003 y ser electa diputada en 2005, Lilita no solo abandonó el ARI en 2006 sino que también renunció a su banca en 2007 y se lanzó a la creación de una nueva fuerza política, la Coalición Cívica. Con ese partido, Carrió obtuvo su primer gran resultado electoral, un segundo puesto en las presidenciales de 2007 que, dos años más tarde, volvió a replicar en las elecciones legislativas de 2009, aunque en el marco de una nueva alianza denominada Acuerdo Cívico y Social que quedó solo 2% detrás del Frente para la Victoria a escala nacional.
Esa etapa de consolidación política no duró mucho ya que Carrió pateó el tablero un año más tarde a través de una dura carta de ruptura con sus socios radicales, convirtiendo sus dos últimos éxitos electorales en un séptimo puesto en las presidenciales de 2011. Un inexplicable 1,82%, aún por detrás del Partido Obrero. Dos elecciones sucesivas por arriba de 20 puntos, una tercera por debajo de 2 puntos. Al igual que el dios hindú Shiva, Lilita demostró una capacidad de acumulación y destrucción inusitada.
En 2013, su ciclo de regeneración arrancó de nuevo. Carrió integró la Coalición Cívica a la alianza UNEN. En tándem con Lousteau, UNEN quedó 2 puntos por debajo de la lista de legisladores del PRO en ciudad de Buenos Aires, pero el festejo igual no volvió a durar mucho. En 2014, Lilita volvió a dinamitar esta nueva alianza mediante declaraciones que no dejaron lugar a segundas lecturas: “al suicidio no voy, es imposible trabajar con mediocres”.
LILITA ORGÁNICA. La movida de declinar una candidatura en provincia de Buenos Aires y ser funcional a la estrategia del oficialismo de frenar el tercer avance electoral de Lousteau en ciudad de Buenos Aires, revela una decisión política inédita de Carrió. Aunque sea tiempo de renovar banca, no tiene mucho incentivo para hacerlo por la capital ya que, en esta elección en particular, el escenario de alto voltaje político será la provincia de Buenos Aires. Es el sitio donde puede rearmarse el peronismo, donde se terminaría de cerrar, o no, el ciclo político de Cristina y donde Carrió puede jugar el juego que mejor sabe jugar: polarizar con virulencia versus una fuerza política antagónica.
Por otra parte, no hay precedente de una participación política de Lilita encuadrada en un oficialismo, cualquiera fuere. Más aún, de una Lilita tan oficialista que hasta llegó a cerrar su candidatura en capital en una reunión con el propio presidente Macri. Un perfil desconocido para una dirigente que fue opositora de los oficialismos peronistas, del oficialismo de su propio espacio político, respecto de los acuerdos políticos que formó parte y hasta dentro mismo del partido creado por ella. Esa falta de costumbre como dirigente orgánica, es precisamente lo que empuja a Carrió a marcarle la cancha al gobierno todo el tiempo. Tal como ocurrió con el proyecto de reforma del Ministerio Público Fiscal, el procedimiento de nombramiento de jueces de la Corte Suprema o con relación a la impugnación de determinados dirigentes del entorno del propio presidente como Daniel Angelici o su primo Jorge Macri.
En tal sentido, Lilita se presentará por primera vez ante el electorado porteño como candidata del gobierno. Las encuestas marcan hoy una diferencia muy abultada a favor de Carrió, 17 puntos por encima de Lousteau en un estudio reciente de Analogías. Sin embargo, recién comienza el proceso de decantación de estas figuras dentro de los nuevos encuadramientos políticos. Carrió 2017 no es lo mismo que Carrió 2015 o 2013. Lo mismo vale para Lousteau. ¿Competirán en base a una elección donde gravitarán más los temas nacionales o locales? ¿Lousteau tendrá capacidad de capturar el voto opositor al gobierno? ¿Cómo digerirá el electorado porteño a una Lilita alineada a un gobierno que no conocieron nunca? ¿Cobrará doble Lousteau por la rebeldía en comparación a esta versión orgánica inédita de Carrió?