Las elecciones regionales de este domingo en Venezuela, lejos de acercar soluciones a la crisis económica y al conflicto político planteado en el país caribeño, profundizará ambas realidades. El triunfo del chavismo, desconocido por la oposición, dará aire a las alas más radicales de ambos bandos y profundizará la “grieta”. Se aleja un incipiente diálogo que se intentaba conformar, auspiciado por dirigentes políticos extranjeros y el Vaticano.
Los resultados oficiales de las elecciones para elegir gobernador dieron ganador al chavista Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) en 18 de los 23 estados en que se divide el país. Otros partidos, integrantes de la alianza opositora, ganaron en los otros cinco. Aunque formalmente el oficialismo perdió dos de los 20 que gobernaba, el conteo final lo deja arriba y, considerando la situación socioeconómica del país y los pronósticos previos, amén de los resultados adversos obtenidos en la anterior elección realizada con participación opositora -las parlamentarias de 2015-, el chavismo festeja y festejará largamente el resultado.
Del lado opositor ni siquiera tienen en cuenta que pasaron de tres a cinco gobernaciones. Los principales dirigentes de la Mesa de Unidad Democrática (MUD), que agrupa a gran parte de los partidos opositores, denunció fraude. Basándose, sobre todo, en los antecedentes de la elección de constituyentes realizada solo con participación oficialista en julio pasado, donde la propia empresa encargada de la gestión de las máquinas de votación electrónica salió a denunciar la manipulación en la carga de la cantidad de votantes. A eso agregó que prácticamente todos los sondeos previos auguraban un triunfo opositor con una cantidad de votantes como la que hubo, alrededor del 60% del padrón.
En el mismo sentido se pronunciaron los aliados internacionales de ambos sectores. Rápidamente China y Rusia saludaron que las elecciones se hayan desarrollado con normalidad y desde Bolivia y Cuba saludaron el triunfo chavista. Del otro lado, ex mandatarios de la región como Laura Chinchilla (Costa Rica) y Andrés Pastrana (Colombia) denunciaron fraude a través de sus redes sociales, mientras que la Unión Europea anticipó sanciones para el gobierno chavista. En el mismo sentido se pronunció el gobierno de Estados Unidos y se esperan comentarios similares desde los principales gobiernos de la región. La post verdad versión caribeña.
¿Cuáles serán las consecuencias entonces? El fortalecimiento de los sectores más duros y radicales de ambos bandos. En el chavismo tomaran nota de las denuncias deslegitimadoras de la oposición para ratificar las políticas que vienen tomando, que no contemplan dejar el poder por vías democráticas y sí, en cambio, profundizar el modelo chino-cubano de partido único y políticas de mercado. “¿Para qué dar elecciones libres si la oposición no las reconoce?”, se preguntan desde ese sector. La Constituyente, que funciona solo con delegados oficialistas, es el modelo a seguir.
En la oposición, en tanto, se fortalecen los sectores que hacen la misma pregunta, pero desde el otro lado. ¿Para qué participar de las elecciones si el oficialismo no nos reconocerá jamás el triunfo? De hecho, los gobernadores opositores electos deberán ahora juramentar frente a una Asamblea Constituyente que desconocen. De cara a estos comicios, hubo disputas dentro del heterogéneo bando opositor. Se dio entre aquellos que postulaban participar más allá de las dudas, para tratar de retener espacios de poder vía democrática, y otros que sólo confían en el derrocamiento por la fuerza de Nicolás Maduro y, o promovían la abstención, o guardaron un prudente silencio. Hasta hoy.
No es ciertamente la primera vez que oficialistas y opositores se encuentran ante este dilema en Venezuela. En vida y liderazgo de Hugo Chávez, la oposición desistió de participar de las elecciones legislativas de 2005. Los comicios se realizaron igual y el Parlamento fue monocolor hasta que en el siguiente turno electoral, la oposición cambió de idea.
Pero algo sustancial cambió de ese momento a hoy. Es cierto que el chavismo sigue siendo la fuerza política que más elecciones ha afrontado en el último tiempo en la región y que calificar de dictadura a un gobierno que da elecciones es complejo (aunque hay antecedentes en la región y el mundo) pero, en vida de Chávez, e incluso hasta las parlamentarias pasadas, había cierto consenso general de que más allá del uso forzado de los recursos del Estado (por cierto, nada nuevo en la región) por parte del Gobierno, no había fraude en el sentido de manipulación de los resultados de la elección.
Ese consenso se rompió y quedaron atrás los tiempos en que la norteamericana Fundación Carter echaba por tierra las denuncias opositoras de fraude. Las misiones de observación electoral en Venezuela están ausentes o teñidas de partidismo y esta elección –más allá de que haya o no haya habido fraude en el sentido estricto del término– se hunde un poco más en el fango de la pelea política. El horizonte de las presidenciales del año próximo como algo esperanzador parece diluirse tras lo sucedido este fin de semana.
La radicalización de ambas posturas no significa que vaya a haber cambios en lo inmediato. El Gobierno venezolano, con su democracia digamos “restringida”, el petróleo a 50 dólares, el respaldo de China y Rusia, las Fuerzas Armadas a su favor y la oposición sin liderazgo unificado, puede sostenerse por un largo tiempo aún en condiciones socioeconómicas deplorables.
Tal vez, incluso, la radicalización opositora sea un destino buscado para justificar políticas de mayor control social. El riesgo claro es que Donald Trump reavive la propuesta de una intervención militar, oferta rechazada unánimemente en la región hoy, pero nunca descartada de plano en Washington.