El kirchnerismo jugó todas sus fichas a un desconocido -según dijo la mismísima presidenta Cristina Fernández de Kirchner-; a un intendente de un distrito populoso y peronista pero sin armado propio, sin trayectoria. La única premisa era que se trataba del único candidato de Cristina; el que representaba al proyecto nacional.
Cuando Sergio Massa definió que jugaba por fuera del Frente Para la Victoria, el kirchnerismo optó por no llevar a la hermana del ex presidente -la ministra de Desarrollo Social Alicia Kirchner- como candidata a primera diputada nacional por la Provincia. Es que imaginar una derrota de un Kirchner sería muy fuerte. El discurso de la oposición se centraría en ese índice de rechazo -que los consultores estimaban entre el 60% y el 65%-.
La búsqueda de una figura joven, de un intendente perteneciente a la “nueva generación”, con buena presencia y carisma -que hasta se lo llegó a promocionar vendiendo romances con mujeres del espectáculo-, se pensó con el objetivo de que así le permitiría no sólo disputar el voto duro K, sino también mejorar la performance electoral.
Con el correr de los días se instaló la quimera que Insaurralde crecía en las encuestas a pasos agigantados; que el torbellino arrasador por su carisma había puesto en riesgo el triunfo massista, que a priori siempre fue cantado.
Así, las consultoras instalaron la posibilidad de un empate técnico, versión que se difundió por todos lados en el último tramo de las campañas, antes del duelo nacional por la tragedia de Rosario.
Lo cierto es que el intendente de Lomas de Zamora creció, partiendo de 20 puntos, hasta los 29, tres puntos por debajo de la elección que Néstor Kirchner había hecho en 2009. Esto, sumado a que creyó que la bendición de la Presidenta le alcanzaría para subordinar a los jefes comunales K y ponerlos bajo su control. Es más, hasta los convocó y se encargó de tomar lista en Lomas de Zamora, en el acto en donde los reunió precisamente para asegurar tenerlos de su lado.
Aquello no le cayó en gracia a los intendentes de peso. El gobernador Daniel Scioli, fiel a su estilo, redobló la apuesta y se puso al hombro la campaña, como nunca antes. Así, como el más ultra kirchnerista –de la noche a la mañana-, actuó creyendo que este gesto sería suficiente para lograr que Cristina lo bendiga como su heredero en 2015, algo que no es tan así si se tiene en cuenta el nuevo ninguneo de ella hacia él, esta vez en la conferencia de prensa que brindó el oficialismo horas después de la derrota de este domingo.
En los actos de “gestión”, lo único que hacía Insaurralde al momento de enfrentar al público era repetir el libreto de las publicidades, dejando a la militancia con sabor a poco.
Por su parte, Sergio Massa rindió el examen más duro que puede afrontar un político: abandonar “la casa paterna” y enfrentar al aparato. Pocos han sido los dirigentes que han podido pasar esta prueba de manera positiva.
Massa fue cuidadoso de no romper los lazos con los intendentes del conurbano de peso, como Hugo Curto y Fernando Espinosa. Algunos hablan de acuerdo por lo bajo; lo cierto es que el intendente de Tigre sabe que si quiere disputar grandes objetivos debe hacerlo con el acompañamiento del peronismo. Massa busca hacerse un lugar en el escenario del poder nacional junto a gobernadores e intendentes y así ser parte de la discusión por la sucesión en 2015.
Corre con una desventaja: deberá pelear, y en las peleas uno siempre puede salir con algún rasguño. Eso sí, si gana, lo que también gana es el respeto de sus pares, pues no espera que nadie regale nada.
Falta mucho para octubre. Y como los consultores analizan, la verdadera campaña comienza este 12 de agosto, con la mira final al 27 de octubre. El camino no sólo es largo, sino que también es sinuoso.
De este primer examen hubo dos reacciones: primero la del kirchnerismo -que en lugar de reconocer la derrota, la disimuló al decir que son “la primera fuerza nacional”-, y segundo la de Massa, que se paró, midió sus palabras y con mesura manejó la euforia de sus seguidores. Él bien sabe que tiene que cuidar la mandolina; la serenata es larga.
(*) Director de Letra P.