Invadida por las criaturas del inconsciente creativo, la poeta se quitó la vida con pastillas de seconal en 1972 con un pizarrón de fondo que sentenciaba su final; “No quiero ir nada más que hasta el fondo”.
Con 36 años, Alejandra logró sentar precedente en la escritura de los años sesenta, con becas literarias y dos viajes a París entre 1960 y 1964, donde trabajó para algunas editoriales, publicó poemas y críticas en varios diarios y estudió historia de la religión y literatura francesa en la Sorbona.
Fue el “bicho” de Julio Cortázar y la amante platónica en secreto de Silvina Ocampo. Amada y comprendida por las generaciones siguientes después de su muerte, inspiró a más de un alma a adentrarse en el mundo de la poesía con casi réplicas en la escritura de muchos, y sobre todo de muchas.
“Vida, mi vida, ¿qué has hecho de mi vida?”, se preguntaba entre versos la que también respondía a los nombres Flora, Blímele o Buma.
Hija de inmigrantes rusos, con una hermana mayor de la que se diferenciaba en aspecto físico e intelecto, estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Buenos Aires y pintura con Juan Batlle Planas.
Alejandra buscó la perfección de la palabra, la justa, la indicada, la que la supo llevar hasta el final trágico después de codearse con lo mejor del mundo literario argentino y publicar, entre otros, Los trabajos y las noches (1965), Extracción de la piedra de la locura (1968) y El infierno musical (1971).
A 40 años de su muerte, es recordada como una de las mayores exponentes de la poesía nacional, con la soledad, la infancia, el dolor y la muerte como los tópicos más recurrentes en sus poemas.
“Alejandra, Alejandra, debajo estoy yo, Alejandra”, escribía Pizarnik influenciada por los surrealistas franceses como Artaud, Rimbaud o Lautréamont.
El un nuevo aniversario de su ausencia, numerosas organizaciones y ámbitos poéticos la recordaron y recordarán. El viernes próximo, en la Casa de la Cultura del Círculo Médico de Lomas de Zamora, habrá una muestra de obras de Naty Ezequiela.
En mayo otro homenaje incluyó ilustraciones. Fue la exposición “Deseo y palabra”, realizada en el Museo de Arte Español Enrique Larreta, con ilustraciones de Santiago Caruso sobre La condesa sangrienta, que también llegó a la ciudad de La Plata.
En ese contexto, fue recordada por escritores, editores e intelectuales que la conocieron, como Fernando Noy, Mariana Enríquez, Cristina Piña, Ivonne Bordelois, Ana Becciú y Silvia Hopenhayn.
En homenaje a Pizarnik -y a Alfonsina Storni y Kurt Cobain, poetas que también se suicidaron-, la cineasta argentina Jazmín López dedicó su ópera prima Leones, en cuyos diálogos se citan versos de esos creadores.
“Yo no sé de pájaros,
no conozco la historia del fuego.
Pero creo que mi soledad debería tener alas”
“La Carencia”, Las aventuras perdidas (1958).