De antemano, pido perdón por decirlo así. No es ofensivo. Es una especie de cachetazo cortito, certero, para quienes le dan la espalda a este deporte así porque sí. Es un sacudón, una advertencia para que se aviven y se den una chance de vez en cuando de sentarse frente al televisor y disfrutar de un espectáculo que muchas veces trasciende y derriba sus propias fronteras, llenándolo de emoción, como una película, un libro, una canción. Y no creo exagerar.
Otro ejemplo de esta apreciación se dio ayer mismo. Y antes de ayer. En Europa, en España. No puede reducirse a un partido de fútbol. Hay momentos en que se alinean los planetas y este deporte es mucho más que eso. Ojo, tampoco estoy diciendo que se trata de un acontecimiento único sobre la faz de la tierra que es de vida o muerte, impresionantemente atrapante e irrepetible… pero bueno, casi. Es que hay instantes en los que, mirando un buen partido de fútbol, realmente uno alcanza un nivel de emoción comparable a otros placeres de la vida.
Y la cuestión es que no se trata de un sentimiento egoísta, propio, exclusivo e incompartible. Todo lo contrario. Casi con seguridad esta emoción también puede ser sentida por quienes no están acostumbrados a ver fútbol, y es más, hasta por quienes son por naturaleza reacios a la pelota. Hay partidos que exceden sus propios límites, atraviesan y superan su propia atmósfera; hay partidos en los que queda de lado el offside, la línea de 4, el achique, el gol de visitante, el historial, etc. Por factores que confluyen especialmente a esa hora y en ese lugar, lo que se genera adentro del rectángulo es nada más y nada menos que un espectáculo. Un show.
Ahí es cuando entran en juego los sentimientos, la emoción. Ahí es cuando uno aprecia –independientemente del color de la camiseta y del gusto o no por la pelotita- esa magia tan peculiar que tiene este deporte.
En realidad, me estoy dando cuenta que no sé cómo convencer al que está negado de ver fútbol, de que lo vea… Me resulta casi imposible explicar por qué debería darse una oportunidad y tratar de emocionarse como nos emocionamos tantos. Es que el dilema entre la razón y la pasión dice presente y sentarse a analizar todo esto desde esa perspectiva es en sí una ilogicidad. Tratar de encontrar precisamente alguna explicación racional para entender por qué este deporte atrapa tanto, es imposible. Si el fútbol es pasión, entonces, no hay razón. No se explica… se siente…
Ah, y otra cosa, para los entendidos en el tema y para los calamitosos escépticos pesimistas que definen al fútbol como un negocio en el que todo está acordado y arreglado de antemano: me gustaría que pronostiquen el resultado de la apasionante e impresionante final entre el Barcelona y el Real Madrid por la Champions League, en Munich.
¿Qué? ¿No la juegan?
Qué lindo que es el fútbol. ¡Salud!