Nacida en Ramos Mejía, el 1 de febrero de 1930, hija de un irlandés jefe de la estación del Ferrocarril del Oeste, cultivó un mundo interior al que volvería durante toda su trayectoria.
Para ella, ese mundo infantil que traducía en sus canciones y poemas con humor, fue el que nutrió una obra de arte y teatro para chicos.
A los 12 años ingresó en la Escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano en Capital y a los 15 publicó su poema Elegía en la revista El Hogar.
Tras la muerte de su padre, a los 17, sorprendió con el poemario Otoño imperdonable, que resultó segundo Premio Municipal de Poesía con un jurado que confesó no haberle dado el primero “por ser demasiado joven”.
El volumen fue bien recibido por muchos mayores -Jorge Luis Borges y Pablo Neruda entre ellos- y en 1949 fue invitada por Juan Ramón Jiménez a su casa de Maryland, Estados Unidos.
Entre 1951 y 1963 formó el dúo Leda y María junto a Leda Valladares, su primera pareja estable, con la que recuperó gran parte del cancionero antiguo español y plasmó temas para los más chicos.
De esa época son los álbumes Canciones para mirar y Doña Disparate y Bambuco, que se convirtieron en espectáculos teatrales eternos, representados hasta hoy en muchos países.
Esos títulos dedicados al público infantil se mezclaron con otros para los más grandes, como los reunidos en Juguemos en el mundo en 1968, que incluía Zamba para Pepe y Serenata para la tierra de uno.
La mujer que en la peor época de la Argentina moderna sacudió a todos con el artículo “Desventuras en el País Jardín-de-Infantes” (Clarín, 16 de agosto de 1979) nunca militó partidariamente pero siempre estuvo atenta al devenir político.
Además de sus posturas feministas y de construcción sexual, que en su época se citaban en voz baja, Walsh se manifestaba repugnada por las pequeñas bajezas del mundo intelectual, donde se mezclaban las pequeñas almas con obras como la suya.
Otro elemento que la irritaba tenía que ver con la polarización que vivió desde 1945 con la dicotomía peronismo-gorilismo, al cual adhirió durante su juventud -”¿Te acordás, hermana, qué tiempos aquellos/ cuando el-que-te-dije salía al balcón?”-, aunque la realidad de los últimos tiempos le hizo cambiar de idea.
Entre un espíritu romántico y una picardía infantil, María Elena será recordada por siempre como la más grande de las exponentes en su género.