Tal cual estaba previsto, las exposiciones se ordenaron en torno a cuatro ejes, uno por bloque: transporte, servicios públicos y vivienda; control y seguridad; agenda urgente y Plan Rosario 2030. En primer término, se realizó una presentación de cada uno de ellos (Monteverde, Sukerman, Javkin y López Molina, en ese orden) para, luego, sí, dar lugar a ese “debate”. Allí, el orden de exposición y, también, la disposición en el estudio, fue distinta: Sukerman primero, seguido de Monteverde; luego, López Molina y, por último, el candidato del oficialismo.
Los periodistas a cargo, Sonia Marchesi y Sergio Roullier, oficiaron de meros presentadores y se limitaron a arbitrar el tiempo de alocución asignado a cada uno. La puesta en escena del debate, con lugares previamente asignados mediante sorteo, situó a cada uno de los actuales ediles de pie, frente a un atril y, por detrás, una foto en primer plano que -a excepción del gesto, menos alegre, de Javkin- mostraba a sonrientes y relajados candidatos.
Al parecer, nada salió por fuera del guión y quienes estuvieron frente al televisor se sometieron a un aburrido derrotero de propuestas de campaña; esas mismas que ya han sido puestas en circulación por otras vías de comunicación.
Ahora bien, interesa analizar ciertos rasgos de la presentación de sí -eso que el discurso más académico define como ethos-, de cada uno de los contendientes pensando no en los ejes de contenido propuestos por el propio debate sino, más bien, en los modos en que cada uno de ellos se mostró frente a la audiencia.
Un primer rasgo importante lo revela la manera en que cada uno escogió vestir, los gestos y los tonos de voz que utilizaron durante las dos horas de transmisión televisiva; pero antes, un punto que los une: se trata de cuatro candidatos varones -no ha llegado, a esta instancia y a diferencias de años anteriores, ninguna mujer- que van de los 33 a los 47 años de edad. Cierto aire de política joven se advierte, por tanto, en las próximas elecciones.
En un extremo se puede situar a Monteverde, único candidato que se presentó sin saco y quien utilizó, de manera más deliberada, un lenguaje coloquial para hablarle a sus posibles votantes. Rápido en la exposición, demasiado sonriente (incluso ante la disidencia) y con constantes movimientos que no siempre controlaba, Monteverde intentó desmarcarse del resto, participando, en ocasiones, de los escasos momentos polémicos que tuvo la noche.
En el otro extremo estaba Javkin, el más formal, de saco y corbata, quien pareció ser el que más próximo a su libreto se mantuvo; de hecho, no respondió ni a una sola de las interpelaciones o chicanas que lo tuvieron como objeto. Una cadencia lenta, por momentos algo adusta, y un discurso que para nada se corrió de lo planeado describen al candidato del oficialismo; un oficialismo que, por cierto, parecía querer ocultar o desdibujar.
En el medio, López Molina y Sukerman -ambos de saco pero sin corbata- hicieron, en parte, caso omiso de esa “grieta” que podría decirse los tiene como representantes locales. El contradestinatario era, para ambos, a quien ponían en lugar del gobierno municipal actual.
En el primer minuto de exposición, cada uno de ellos tuvo la posibilidad de “autopresentarse” y todos lo hicieron individualizando al destinatario e inscribiéndose en ese estilo que suele llamarse liderazgo de proximidad: “Buenas noches, mi nombre es Juan Monteverde, de Ciudad Futura, y hoy quiero aprovechar para contarles, no propuestas sino cosas que ya hicimos y que seguramente vos todavía no conocés”. De ese modo abrió la presentación Monteverde, proponiendo, también, la necesidad de “cambiar el mundo”.
Lo siguió Sukerman, quien, tal como había hecho cuatro años atrás, antes que nada mostró una placa con su número de teléfono móvil, apelando a cierta cercanía con el votante y enfatizando que el próximo intendente debe estar en el territorio “y no de saco y corbata en un palacio”. “Así quiero gobernar, mirándote a los ojos”, afirmó Javkin en el momento de su presentación y continuó su minuto utilizando el voseo para anticipar sus 115 medidas a realizar en caso de ser elegido intendente.
Similar expresión de cercanía tuvo López Molina quien, a diferencia de los demás, optó por presentarse a partir de sus profesiones –abogado y escribano– pero enumerando su vínculo con la ciudad: “Acá nací, acá me crié, acá estudié, acá me formé, acá tengo a mi familia, acá tengo a mi hija Sol, acá tengo a mis amigos de toda la vida”.
Otro modo de analizar el ethos de los candidatos es la trayectoria política en la que se inscriben y los modelos a seguir a los que apelan. Fue Sukerman, por ejemplo, quien de forma reiterada mencionó a su candidato a gobernador, Omar Perotti, expresando con énfasis una necesidad de sincronía entre ciudad y provincia. A la hora de la cita de autoridad, mencionó al Papa Francisco para hablar de una “cultura del encuentro”.
Javkin, por su parte, pareció por momentos querer desvincularse del oficialismo y personalizar su candidatura (“Vamos a defender las cosas que están bien y vamos a ir por las cosas que faltan”, afirmó en su primer minuto de intervención) y, a la hora de elegir un referente, habló del reconocido neurocientífico Pablo Manes, aunque también mencionó en un punto a Hermes Binner. De Miguel Lifschitz o Mónica Fein, ni una sola palabra. Fiel al estilo apolítico y ahistórico de Cambiemos, no hubo en López Molina una inscripción en alguna trayectoria política definida sino, por el contrario, una estrategia a la que el oficialismo nacional ya nos tiene acostumbrados: el reconocimiento del error. “Sabemos que no estamos pasando momentos fáciles como país pero hoy estamos acá para elegir intendente de la ciudad de Rosario”, sentenció Roy en un intento –quizá– por despegarse de la situación nacional. Por último, Monteverde propuso una cuestión clara y disruptiva, la creación de un referéndum revocatorio, para que “el poder lo tenga la gente”. Eduardo Galeano, José “Pepe” Mujica y un personaje de la serie Game Of Thrones le imprimieron algo de emoción y disenso a la intervención del concejal de Ciudad Futura.
Interesante resulta, además, mencionar el cierre de los candidatos, dado que cada uno contó con escasos dos minutos para clausurar su intervención. Estas últimas palabras, a excepción del caso de Roy López Molina y en honor a lo que desde Aristóteles suele proponerse como signo de epílogo de todo discurso retórico, se centraron en procurar mover las pasiones del auditorio, buscaron emocionar, generar empatía.
Sukerman lo hizo ofreciendo su corazón, al estilo Fito Páez. A Monteverde se le quebró la voz cuando se mostró emocionado al hablar de su “rebeldía competente” y de la dificultad que significa llegar a esa instancia sin bajar los brazos. Javkin, explotando la estrategia del storytelling, mostró una placa con una selfie impresa en la que aparecen distintas personas de la sociedad civil en tanto miembros de diferentes colectivos de identificación: una maestra, un obrero de la construcción, una enfermera, un estudiante, una emprendedora; “para todos ellos voy a gobernar”, cerró el candidato que, además, mostró las tres grullas que obsequiaría a sus rivales políticos como signo “de esperanza y de unión”.
A diferencia de estas expresiones pathémicas, López Molina utilizó sus últimos minutos para distanciarse tanto de Javkin –a quien nombró como “el caballo de Troya del oficialismo” que busca sostenerse en el poder– como de Sukerman, a quien vinculó a la corrupción del anterior gobierno nacional.
Como ya sabemos, toda puesta en sentido es, ineludiblemente, una puesta en escena (y viceversa), de modo que nunca se nos ocurriría denunciar o cuestionar lo que todo discurso (y no sólo el mediatizado) tiene de construcción y performatividad. Lo que sí llama la atención, en el caso de este “debate” televisado, es la manera en que el dissensus, es decir, esa polémica que forma parte del núcleo duro de cualquier intercambio argumentativo en el espacio público, ocupó un lugar decididamente menor. Y esto fue tanto desde su programación por parte de las organizaciones mediáticas como desde lo planificado por los distintos candidatos y los “asesores” –que también fueron espectacularizados–. Quien quería presenciar un debate deberá aguardar hasta una próxima ocasión.