La prolongación del conflicto vacía y debilita las escuelas del estado, deja a la deriva a los hijos de los trabajadores y llena de incertidumbre a los que por convicción eligen la escuela pública.
Es doloroso ver los pibes bonaerenses de guardapolvo blanco sin la posibilidad de empezar las clases, con la ilusión interrumpida de abrir la cartuchera y empezar a escribir.
Es incomprensible ver los pibes bonaerenses de las escuelas de gestión privada, que asisten a establecimientos con subvención provincial de hasta el 100 % con su uniforme colorido y escribiendo en el cuaderno lo que le dicta un docente con el mismo salario por el que a la mañana hizo paro en la escuela estatal.
Y más incomprensible y contradictorio es aun ver que muchos de los que empezaron las clases son hijos de varios docentes y dirigentes que hace tiempo dejaron de elegir a la escuela pública como el lugar para aprender.
Es absolutamente necesario que haya una tregua. Es absolutamente necesario discutir los salarios pero también es imprescindible poner en valor el enorme esfuerzo que se viene haciendo en estos diez años mejorando la infraestructura, llenando de libros las aulas, de computadoras y poniendo en marcha el programa más ambicioso de formación de docentes que ha tenido la argentina.
Seguramente todos tarde o temprano irán a clases. Lo injusto es que otra vez en la Argentina son los mismos los que tienen que esperar.