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Por Rocío Cerdá Tarsetti
Domingo, 16.50 hs. Calle 4, nº 414. A mitad de cuadra, un portón de metal con un cartel pequeño indica que allí es. Al ingresar, se percibe una luz equilibrada. Precisa. Pareciera que no existen los contrastes. Hay plantas irregulares y libres que se entrelazan dejando en evidencia el camino que armaron para llegar a la luz del sol. Al sentir el olor a tierra húmeda, se descubre el suelo. Un paso, dos pasos y, casi sin darse cuenta, se está inmerso en un jardín abandonado pero acogedor.
En el centro del lugar, se presenta una zona delimitada por paredes de nylon, una puerta con marcos de madera y un piso de ladrillos. Aparece el invernadero de Patos Hembras, un segundo espacio que define dónde transcurrirá parte de la escena y el lugar del público. A la izquierda, se encuentran las butacas ordenadas y a la derecha, hay una silla de playa con una lona rayada en colores pastel y un malvón que intenta crecer. A través del techo, que también es de nylon, se puede entrever el cielo, una Santa Rita con flores magenta y algunos árboles.
“¿Y qué parte es esta?”, pregunta una chica mientras toma asiento. “Supongo que la parte de atrás, el patio del Princesa”, le responde su amigo mientras se cierra la campera.
17.00 hs. Comienza la función. Los actores aparecen en escena. Dos hombres vestidos de gris. Se posicionan de frente al público. Lo miran. Se mueven, hablan.
Uno de ellos dice: ¡el hijo soy yo!
Desde el primer momento, los colores cobran un particular protagonismo tanto por su armonía como por su correlato con el espacio. A medida que transcurre la acción, se transforman junto con el tiempo. La directora de Patos Hembras, Beatriz Catani, explica que el paso del tiempo se marca con el traspaso de la luz: “el público ingresa al espacio con luz diurna y sale de noche; ese cambio de luz evidencia también de algún modo lo que ha transcurrido. Algo ha sucedido. Me interesa el presente de la obra que, por otra parte y por necesidad, es el tiempo del teatro. La representación tiene que ser hacedora de presente”.
Las transiciones se expresan en la escenografía y es posible percibirlas también en la energía de los personajes/actores. Se está inmerso en una atmósfera que da cuenta de la intensidad de los lazos y sus contradicciones. Los personajes/ actores configuran diferentes niveles que son tanto físicos como imaginarios.
Patos Hembras propone al teatro como una experiencia en la que lo relevante no es la historia de los personajes sino lo que acontece. Como explica su directora, Beatríz Catani, “lo importante es lo que sucede con los actores y el público, lo que le sucede en la relación escena- público. La historia nunca es lo que sucede, es, más vale, una excusa, un motor, un estímulo”.
Lo narrativo se diluye y para los espectadores, el texto se convierte en un elemento más dentro de la representación. Es oportuno recordar los planteos de Jerzy Grotowski (1933-1999), director polaco, quien decía que el teatro deja de ser un fin en sí mismo para convertirse en un medio, en un instrumento, en donde las acciones deben ocupar un lugar preponderante con relación al texto, que comúnmente disfruta de un alto protagonismo. Por otra parte, Marco De Marinis, en su libro “La Parábola de Grotowski: el secreto del novecento teatral”, explica lo anterior señalando que llevar hasta las últimas consecuencias las acciones, significa para Grotowski llevar el método de las acciones físicas más allá del texto, más allá del personaje y de la representación, como sucede especialmente en la última fase de la búsqueda del director, cuando plantea la idea de arte como vehículo.
Patos Hembras, además de seducir al espectador por las variaciones y cambios, es una obra que estimula la percepción tanto por ser una puesta original, como por lo que le sucede a esos actores en el presente de la obra. Los personajes se arman y se desarman delante del público y tienen un correlato desde el actor, desde la persona. Y allí, es posible transitar y encontrarse con la tensión de la creación.
Por otra parte, es importante destacar que la obra nace de experiencias de investigación de la directora y el grupo teatral, dentro de las cuales se trabajó la voz buscando un decir diferente: “Esa experiencia se basó en la idea de darle una forma al habla. Estamos acostumbrados a atribuirle forma al cuerpo y no así al habla, se naturaliza la forma del lenguaje propio. Quisimos encontrar modos de discurso que remitieran a formas diferentes. De ese proceso, fueron quedando capas que están presentes en la obra. Por ello, primero Patos Hembras nació como una investigación abierta y luego se constituyó como obra”, explica su directora.
A través de esta forma de concebir a la experiencia teatral, que no permite una contemplación relajada, Patos Hembras logra comunicar y crear una pieza artística capaz de evidenciar que la palabra no es la única forma de comunicar. Lleva a que el espectador viva la obra en concreto y se defina en esa relación.