El cambio de gobierno argentino en 2015 mostró una de las peores caras de la industria radiofónica argentina: la precariedad de su estructura de propiedad. Este rasgo característico tiene graves consecuencias para su sustentabilidad financiera y artística.
La crisis económica, que afecta a muchas emisoras, provocó una ola de despidos así como también un vertiginoso proceso de cambio de manos y fusiones en buena parte del mapa radiofónico porteño. Si a esto se le suma el incumplimiento de los aportes patronales por parte de otros tantos empresarios, el panorama muestra que la precarización es sistemática.
Para explicar este fenómeno el primer paso es recuperar la definición de Martín Becerra que caracteriza al sistema de medios nacional como “proto-capitalista”. Si se aplica esta definición al mercado radiofónico, se encuentra que una parte de la crisis se debe a que los ingresos de una buena porción del mercado radiofónico están supeditados a los humores del gobierno de turno. Raúl Moneta, Daniel Hadad, Sergio Szpolski, Matías Garfunkel o Cristóbal López forman o formaron parte de esta capitalismo mediático perecedero. Un dato que ilustra esta idea es el nivel de pauta oficial que destinaron a la radio distintos gobiernos nacionales. El de Cristina Fernández de Kirchner colocó en este medio el 18% del presupuesto (primer semestre de 2015) mientras el de Mauricio Macri hizo lo suyo con el 21% (primer semestre de 2016).
En Buenos Aires, además de proto-capitalistas, los empresarios dueños de las radios más comerciales son golondrinas. Llegan al mercado cuando un determinado gobierno les genera las condiciones necesarias (facilita y extiende licencias, omite aplicar la ley y ofrece incentivos económicos). Los objetivos de estos empresarios lejos están de buscar la sustentabilidad de esas unidades de negocios. En su lugar, utilizan sus radios con fines políticos o de cobertura empresarial sin preocuparse por los niveles de audiencia o los ingresos publicitarios. Como las golondrinas, cuando los vientos y las condiciones cambian, “vuelan”. Atrás quedan deudas, marcas y audiencias.
Las consecuencias de esta estructura de propiedad golondrina e inestable son de diverso calibre. La más grave se produce en el nivel de precarización de los trabajadores del medio que ven empeorar año a año sus condiciones de contratación. También se manifiesta en la continua ruptura de proyectos artísticos –léase programas y programaciones-, tan relevantes para crear en el oyente los lazos de costumbre y confianza que definen a la radio. A la larga, estos vaivenes dañan la imagen de marca y emisoras históricas para la radiodifusión argentina pasan de la gloria a la nada en pocos años (casos como Rock & Pop o Rivadavia).
Así, mientras algunas empresas prescinden de sus valores artísticos más sustentables (capital creativo esencial para la industria cultural) por razones políticas o económicas, suman a figuras de otros sectores (la televisión principalmente) o de otros medios del grupo. Esto redunda en formatos viciados (como el magazine o tertulias), pérdida de línea artística de las emisoras y audiencias que siguen a programas o conductores en lugar de una marca-radio (Radio 10 es un ejemplo claro). También se descuida la experimentación de contenidos y modelos de distribución para nuevas plataformas online en las que les surgen diversos competidores
Cuando el Estado genera condiciones favorables a estas prácticas en lugar de sancionarlas, el escenario se vuelve desalentador. La extinción de la licencia de la AM 1190 (ex América) sirve como ejemplo. Ninguno de los empresarios involucrados en su vaciamiento fue castigado. ENACOM llamó a concurso para adjudicar la licencia. El principal candidato a obtenerla es la Editorial Perfil, dueña del periódico homónimo, cuyos trabajadores protestaron durante 2016 por el incumplimiento de compromisos salariales.
La habilitación de la compra-venta de licencias que produjo el DNU 267 firmado por Macri va en la misma línea. En lugar de concursar frecuencias con irregularidades, se premia a sus dueños con la oportunidad de vender. Así, en Buenos Aires, sólo puede ser licenciatario de una AM o una FM quien cuenta con el dinero suficiente para comprarla.
La radio se vuelve, de esta forma, un medio subsidiario y con poca autonomía artística y financiera. Lejos quedan los debates por modelos artísticos-económicos sustentables y por la desmonetización del acceso a frecuencias, con su consecuente democratización.