Este 23 de marzo de 2016 será un gran día para el presidente Mauricio Macri. Cuando, a las 11.30 de esta mañana, se quede a solas con Barack Obama, podrá confirmarle personalmente –y en inglés- a un jefe de la Casa Blanca lo que, desde el año 2007, le ha venido transmitiendo a Washington a través de La Embajada, como se le llama a la sede diplomática norteamericana en Buenos Aires: que, mientras él esté al mando del gobierno argentino, Estados Unidos tendrá un aliado incondicional en América Latina, una región en la que un grupo de líderes “populistas” (los Kirchner, Lula, Chávez, Morales, Correa) había construido un eje hostil que, como mínimo, había postulado la necesidad de consolidar un nuevo orden mundial que licuara la ya amenazada hegemonía estadounidense.
La cargada decoración que muestra, desde principios de esta semana, el circuito porteño que recorrerá la comitiva extranjera, con alta concentración de banderas estadunidenses en Plaza de Mayo y, particularmente, en la sede del Poder Ejecutivo nacional, es un elemento más en el sistema gestual que viene desplegando la administración PRO. Desde que asumió la Presidencia, Macri se esmeró con una batería de señales, mensajes, acciones y medidas de gobierno orientada a ratificar el cambio de paradigma en materia de política exterior. Para muestra, dos botones:
- 11 días después de tomar el control de la Casa Rosada, el Presidente viajó a Ecuador y, en el marco de su debut en una cumbre de jefes de Estado del Mercosur, pidió sanciones para la chavista Venezuela, principal molestia para Estados Unidos en la región. La cruzada tuvo su reconocimiento: cuando el Departamento de Estado de EE.UU. (la cancillería norteamericana) anunció que Obama visitaría el país, avisó que reconocería a Macri por “sus contribuciones a la defensa de los derechos humanos en la región”, una materia en la que, según la concepción argentina de ese asunto, que es distinta a la estadounidense, el PRO hace agua.
- Inmediatamente, puso todos sus esfuerzos al servicio de su objetivo central: cerrar un acuerdo con los fondos buitre para acatar los fallos de la Justicia estadounidense, sacar al país del default, reinsertarlo en el circuito financiero internacional y, al fin, cumplir –para que no se convierta en deuda- con lo prometido en La Embajada hace casi una década: gobernar como se espera del “primer partido pro mercado y pro negocios en cerca de ochenta años de historia argentina”.
MACRILEAKS. El esfuerzo del ahora jefe del Estado argentino para obtener apoyo de la Casa Blanca en su carrera a la Presidencia, a partir de su postulación como el garante del regreso de la Argentina a relaciones íntimas con Estados Unidos, está relatada, paso a paso, en algunos de los 250 mil cables confidenciales de la diplomacia norteamericana (las comunicaciones mantenidas por sus representaciones en todo el mundo con el Departamento de Estado en Washington) que en 2010 fueron filtrados a los diarios más importantes del mundo por la organización Wikileaks, del ciberactivista australiano Julian Assange.
El capítulo argentino de esa impresionante masa de información secreta está condensado en el libro “ArgenLeaks”, del periodista Santiago O’Donnell. En el apartado específico correspondiente al actual presidente argentino, el autor señala que “seis meses antes de las elecciones presidenciales de 2007, Mauricio Macri presentó su oferta electoral a la embajada de los Estados Unidos. Y no se anduvo con vueltas: ‘Somos el primer partido pro mercado y pro negocios en cerca de ochenta años de historia argentina que está listo para asumir el poder”, lo que ocurriría ese año en la Ciudad de Buenos Aires y recién en 2015 a nivel nacional.
O´Donnell señala al respecto que “no queda claro en el despacho con qué gobierno se comparó Macri al retrotraerse ochenta años”, pero saca la cuenta y concluye que el líder del PRO habrá querido identificarse con los conservadores que dominaron la política nacional hasta la segunda década del siglo XX –los arquitectos del modelo agroexportador la Argentina granero del mundo.
Cuidadoso desde entonces con los gestos, Macri soltó aquella frase acompañado por un exitoso hombre de negocios: el empresario Nicolás Caputo, su mejor amigo, multimillonario proveedor del Gobierno porteño y ahora del Estado nacional.
O’Donnell cuenta también que “en su reunión con los diplomáticos (…) Macri (…) dijo que su fundación, Creer y Crecer, estaba trabajando con el Instituto Republicano de los Estados Unidos (y también con la fundación Konrad Adenauer de Alemania) en la formación de nuevos liderazgos”
En ese encuentro, según surge de los cables diplomáticos, Macri “fustigó la política exterior de Kirchner, a la que describió como innecesariamente confrontativa”.
Al ahora presidente le fue bien en esa visita a La Embajada. Señala O’Donnell que “el cable de 2007, firmado por el cónsul político Mike Matera, termina diciendo con tono aprobatorio que Macri es el líder de la oposición y que ‘tiene suficientes recursos y es lo suficientemente joven como para competir a largo plazo’”.
Según el relevamiento del autor, al año siguiente, en el mes de agosto de 2008, en plena crisis del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner por la reacción del campo contra la resolución 125, que establecía un sistema de retenciones móviles, “Macri le dijo a un funcionario del Congreso estadounidense que los argentinos estarían contentos de ver caer el gobierno de los Kirchner”, en tanto “su asesor de política exterior, Diego Guelar, deslizó en la misma reunión que le daba al gobierno nacional sesenta días más de vida”.
“Alzando su vaso de agua, (Macri) dijo ‘si este vaso de agua fuera los Kirchner, todos se estarían peleando por volcarlo’”, relata O`Donnell al trancribir el cable diplomático que narra ese encuentro, aunque aclara que “Macri jugó a dos puntas. Por un lado, dijo que veía débil al gobierno nacional y reclamó que el gobierno estadounidense aumentara el volumen de sus críticas, presumiblemente para debilitarlo aún más. Pero, por otro lado, dijo que él no quería la caída del gobierno porque no era bueno para el país, y que le gustaría que mejoraran las relaciones bilaterales, cosa difícil si Washington seguía su consejo de ‘confrontar más’ con la Argentina”.
En aquel tiempo, el Presidente ya hablaba del “sentimiento antiestadounidense” que anida en un sector de la sociedad argentina. Y en aquel encuentro con Carl Meacham, funcionario sénior del comité de Relaciones Exteriores del Senado estadounidense, metió cizaña: “Dijo que (ese sentimiento) es alentado desde la presidencia, que no ha dejado de criticar a los Estados Unidos”, y que “esto se ha agravado porque el involucramiento de los Estados Unidos en la Argentina ha sido demasiado ‘pasivo’ y (sus representantes) no han querido desafiar las provocaciones de los Kirchner. Lo cual, a la larga, deja la percepción de que los Estados Unidos ‘nunca están’.
En esa línea, los cables transcriben otras expresiones que le atribuyen a Macri:
"A los argentinos les gusta hacerse los antiestadounidenses (…) pero son muy sensibles a las críticas de los Estados Unidos o a su falta de atención.”
“Ellos (por los Kirchner) se lo pasan faltándole el respeto y demonizando a los líderes mundiales”.
O’Donnell agrega que el entonces alcalde porteño “urgió a los Estados Unidos a reconocer a la Argentina independientemente de sus vecinos en vez de agruparla con países como Bolivia, Ecuador y Venezuela”, y transcribe las conclusiones de la diplomacia estadounidense sobre la posición ambigua del dirigente argentino:
“Aunque expresó un gran desprecio por los Kirchner, pareció más preocupado por la falta de continuidad en la política argentina. Por lo tanto considera que CFK debe llegar al final de su término.”
“Claramente le gustaría que los Estados Unidos adopten una postura pública más dura con los Kirchner.”
“Los próximos años le darán la oportunidad de demostrar su capacidad de gestión, mientras las circunstancias y los errores del actual gobierno suman apoyo para alguien que puede definirse como diametralmente opuesto a los Kirchner.”
Macri fue perseverante. Siguió pidiéndole a La Embajada apoyo para él y críticas para los Kirchner y, después de amagar en 2011, el año pasado finalmente fue por la Casa Rosada, a la que llegó explotando su perfil de contracara del kirchnerismo y como el garante del regreso a la normalidad de las relaciones argentinas con el mundo, muy especialmente con Estados Unidos.
Por eso, este 23 de marzo de 2016 será un gran día para el Presidente: tanta vocación militante llegará por fin al clímax.