Como nunca antes en el siglo XXI, el cine es uno de los grandes protagonistas del 47º aniversario del golpe cívico-eclesiástico-militar que dio pie a la dictadura más cruenta de la historia argentina. Se debe al fenómeno multidimensional generado por Argentina, 1985, la película de Santiago Mitre que instaló en la agenda pública un revisionismo sobre el Juicio a las Juntas Militares realizado durante el año del título. Pero el cine nacional se ha ocupado de la dictadura desde mucho antes de que los derechos humanos adquirieran el status de política de Estado. A continuación, un repaso por diez títulos fundamentales para el ejercicio de la memoria.
1) Tiempo de revancha (1981)
Pasan los años y la película de Adolfo Aristarain sigue siendo la mejor ficción sobre la dictadura. Cuesta entender cómo fue posible que esta historia centrada en un empleado de una multinacional con antecedentes de sindicalista, que incluye una escena con un Ford Falcon verde tirando el cadáver de un compañero que “habló demasiado” y otra inolvidable con un corte de lengua cargado de simbolismo, haya pasado la proverbial censura impuesta por militares, pero la gesta resistente de Pedro Bengoa (Federico Luppi) es, quizás, la representación más fiel del contexto opresivo, de miradas torcidas y desconfianza absoluta hacia todo lo que lo que hay alrededor. El miedo como un ente omnipresente: terrorismo en estado puro.
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2) La historia oficial (1985)
Si, por su modernidad y su sutileza, Tiempo de revancha parece filmada ayer, el paso del tiempo le jugó una mala pasada a la ganadora del Oscar a Mejor Film de Habla no inglesa en la ceremonia de 1986, donde también estuvo nominada como Mejor guion. El tono abiertamente declamativo de los diálogos, los excesos formalistas propios del cine argentino de la década de 1980 y una trama que perseguía como objetivo máximo visibilizar aquello que estaba oculto en buena parte de la sociedad lo convierten en un título cuya importancia radica en haber sido el símbolo más importante del aperturismo de la primavera alfonsinista. De allí que sea imposible obviarla en este recorrido: sin ella, es muy probable que la relación entre el cine y los derechos humanos hubiera sido muy distinta a la que finalmente fue.
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3) Juan, como si nada hubiera sucedido (1987)
Mucho antes de que, a comienzos de este siglo, una nueva generación de directores –varios de ellos, hijos de desaparecidos– le pusiera rostro y nombre propios a las víctimas, el director barilochense Carlos Echevarría filmó este documental sobre el caso de Juan Herman, el único desaparecido de la ciudad de los estudiantes. Con el periodista Esteban Buch conduciendo la investigación y textos de Osvaldo Bayer, el film es pródigo en entrevistas a militares y funcionarios de la dictadura, a quienes no es necesario chicanear demasiado para que se enreden con testimonios contradictorios y cargados de cinismo. Una película-patada que funciona como el síntoma de una época en la que el silencio y la impunidad eran normas.
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4) Un muro de silencio (1993)
Nombre fundamental del cine argentino del último medio siglo, la productora Lita Stantic se animó a la realización con esta película que retoma la línea de La historia oficial –las consecuencias del aparato represivo en los “ciudadanos de a pie”–, aunque aplicándole un tono más reflexivo, menos apegado a la emocionalidad visceral inherente a su tema. Para eso, ayuda que el punto de vista del relato sea el de una realizadora inglesa (Vannesa Redgrave) que viaja a la Argentina para intentar filmar una película sobre los desaparecidos, sin saber que aquí se encontraría con los jirones de una sociedad arrasada.
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5) Garage Olimpo (1999)
A Marco Bechis –nacido en Chile, de padre italiano y madre chilena– le salvó la vida su pasaporte italiano. Secuestrado en abril de 1977, cuando estudiaba en el Instituto de Educación Superior Mariano Acosta de Buenos Aires, estuvo 15 días desaparecido en el Club Atlético, de donde fue expulsado al país europeo. Allí concibió esta película sobre el día a día en un centro clandestino de detención al que llega una chica que ocupa parte de su tiempo en tareas de alfabetización en las villas de emergencia. La rutina del lugar está atravesada por el horror y lo siniestro, un combo que explica cómo es posible que los soldados jueguen al ping-pong minutos después de picanear a una adolescente.
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6) Los rubios (2003)
A principios del milenio surgió una corriente dentro del cine argentino en la que realizadores hijos de desaparecidos –en ese momento rondaban los 30 años– indagaban en las figuras de sus padres como un intento de (re)construir su identidad. Ese grupo tuvo su mascarón de proa en Los rubios, una película que mantiene su carácter de inclasificable gracias a un dispositivo en el que la ficción, el documental y el ensayo conforman un todo indivisible y doliente: actores recreando lo que la realizadora Albertina Carri cree -¿quiere creer?- que son recuerdos, visitas a lugares empapados de historia y reflexiones personales son algunos de los recursos utilizados por este film demoledor hecho de ausencia y silencios, de orfandad y vacío, de muchas preguntas y muy pocas respuestas.
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7) Calles de la memoria (2013)
¿Es posible construir una memoria activa y comunitaria? Un grupo de vecinos de Almagro y Balvanera encontró una posible respuesta colocando baldosas con inscripciones alusivas al accionar del terrorismo de Estado en diversos barrios porteños, con la idea de mantener presente el pasado con miras al futuro. El documental de Carmen Guarini adscribe a la observación más pura –la cámara como mosca que todo lo ve y oye sin interferir en la acción– para mostrar tanto el proceso creativo de los vecinos como los dilemas éticos propios de quienes avanzan en el sendero muy fino que queda entre la idealización y lo museístico. El pasado, entonces, como un acto material.
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8) La larga noche de Francisco Sanctis (2016)
El libro homónimo de Humberto Costantini –gracias a esta película tuvo una bienvenida reedición– era de esos considerados inadaptables, hasta que llegaron los directores Francisco Márquez y Andrea Testa para mostrar que no, que el derrotero del muchacho del título –un tipo que supo ser militar pero ahora, en plena dictadura, no quiere saber nada– iniciado con el pedido de una excompañera de que avise a un par de personas que esa noche irán a detenerlas podía trasponerse a la pantalla grande... y de qué manera. Con un uso magistral del fuera de campo que empapa de terror hasta la situación más anodina, una tensión depositada íntegramente sobre los hombros del protagonista Diego Velázquez –actúa como si fuera un animal agazapado– y una puesta en escena nocturna notable, La larga noche Francisco Sanctis es una película que transpira miedo.
Disponible en Cine.ar Play
9) Una casa sin cortinas (2021)
¿Alguien escuchó a un peronista hablar de María Estela Martínez Cartas de Perón? Prácticamente ausente de la esfera pública desde que abandonó en helicóptero la Casa Rosada durante la noche del 24 de marzo de 1976, Isabelita es la espina clavada en el corazón del peronismo, un sinónimo de misterio y oscurantismo cuya sola enunciación remite a los violentísimos y desnorteados años previos a la dictadura. Quizás por eso, ni siquiera durante el periodo más intenso del revisionismo audiovisual del kirchnerismo se abordó su figura, un desafío que asumió el director Julián Troksberg en este apasionante documental con testimonios –Nilda Garré, Carlos Corach y Juan Manuel Abal Medina), su abogado Juan Gabriel Labaké y hasta el vidente Octavio Aceves– e imágenes de altísima relevancia histórica, que registra el intento de lo imposible: conseguir una entrevista con esa mujer nonagenaria cuya voz nadie recuerda.
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10) El juicio (2023) – próximamente en salas
Todavía no se estrenó, pero desde abril, cuando se exhiba los viernes a las 20 en el auditorio del Malba de la Ciudad de Buenos Aires, estará entre las películas ineludibles sobre el tema. El documental de Ulises de la Orden utiliza como punto de partida 530 horas de grabaciones oficiales del Juicio a las Juntas Militares, un material cuya circulación ha sido prácticamente nula. A partir de esas cintas y con un notable trabajo de edición cortesía de Alberto Ponce, El juicio se sumerge, durante tres horas, en los testimonios de los testigos, los cruces entre los abogados defensores y la Fiscalía y los silencios piadosos del Tribunal mientras oía, de primera mano, cómo el horror puede alcanzar límites inimaginables.