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Medios y poder

Réquiem por el periodismo profesional

Los medios resucitan la etapa facciosa de inicios del SXIX en otro contexto social, económico y tecnológico. Rebusque y paradojas de la profesión en crisis.

Todo vuelve. La imagen del festejo íntimo del casamiento de un líder de opinión ligado al periodismo que eligió celebrar junto a uno de los principales caudillos partidarios hubiera extrañado –hasta avergonzado- a cualquier periodista hace 15 años, pero hoy no sorprende a nadie. La escena resulta ahora tan natural como lo hubiese sido a principios del siglo XIX, cuando la prensa era facciosa y quienes escribían notas fungían más de consejeros políticos o aspirantes a cargos electivos que de periodistas y cuando el distanciamiento con las fuentes no era practicado.

El giro profesionalista en los medios argentinos se produjo en las últimas décadas del siglo XIX, alentado por la modernización económica, sociocultural e institucional del país y el crecimiento del mercado de lectores, contemporáneo a flujos migratorios. Ese giro imprimió una ideología (la “objetividad”, la “independencia”) que las figuras más notorias del campo periodístico hoy sepultan sin pudor. Periodismo independiente, RIP.

La labor de los medios nacionales como agitadores políticos es paralela a la progresiva erosión de la confianza ciudadana en ellos y en sus animadores más famosos. El contexto favorece ambas tendencias, por el encogimiento de los mercados generalistas fruto de la polarización, por la migración de las audiencias a contenidos breves y accesibles a través de dispositivos móviles y por el acecho de las plataformas digitales, que intermedian en el negocio publicitario y afectan la economía de las empresas periodísticas.

El ex titular de FOPEA, Néstor Sclauzero, con los ministros Patricia Bullrich y Hernán Lombardi en un cocktail mientras las fuerzas de seguridad reprimían a periodistas que cubrían en el Congreso las protestas contra la reforma previsional impulsada por el gobierno de Macri el 14 de diciembre de 2017.

Es paradójico, pero, cuanta más incertidumbre propone la realidad (pandemia, inestabilidad económica global, disputa por el liderazgo geopolítico planetario, crisis alimentaria, cambio de patrón tecnológico y desastres medioambientales), menos curiosidad periodística despierta en los medios. Un título catástrofe dirigido a provocar indignación o el clickbait sobre cuestiones superficiales son los atajos preferidos frente a la laboriosa tarea de verificar hechos, consultar fuentes fiables y ceñir la narración a lo ocurrido. Que la verdad no estropee un título ingenioso.

El campo periodístico resucita una lógica de producción que subordina sus contenidos al cálculo acerca de quién capitalizará su difusión y qué impactos tendrá en el bando de los aliados y en el de los enemigos, los que aparecen nítidamente distinguidos por públicos cada vez más segmentados y polarizados. A diferencia del período profesionalista que abarcó algo más de un siglo (desde la fundación de La Nación en 1870 hasta el estallido de 2001), los medios descuidan la verificación y el cruce de versiones porque el producto dejó de ser la noticia. A más de 150 años de haber iniciado su periplo profesionalizado, el producto estrella vuelve a ser la opinión, la editorialización y la condena moral. Es más barato que hacer periodismo, además.

La indignación fideliza a un nicho compacto de la audiencia que se identifica con el sermón previsible de quien detenta el uso del micrófono para condenar y absolver en juicios sumarios y sin derecho a réplica. Los medios son puestos de combate, para tomar la figura con la que Bartolomé Mitre aludió a los diarios anteriores a La Nación, y sus tropas practican un periodismo de guerra que Julio Blanck, exeditor jefe de Clarín, describió con honestidad cuando fue entrevistado para La Izquierda Diario. Las notas son municiones y su blanco es obvio.

El rasgo militante que tanto se discutió durante los dos gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner, que dividió aguas entre quienes se autopercibían “profesionales” e “independientes” y se oponían al kirchnerismo y quienes defendían el compromiso político con la gestión, fue zanjado en forma de paradoja -una de las manifestaciones más didácticas de la historia- desde la presidencia de Mauricio Macri y hasta el presente.

Editorialización excesiva, periodismo faccioso.

Hoy, los autopercibidos “profesionales” e “independientes” no sólo abrazan con intensidad una de las opciones en las que se divide la polarizada política argentina, sino que les reprochan a sus líderes partidarios presuntas moderación y lentitud, como si la estrategia político-electoral se fraguara en sus estudios televisivos o radiales a través de sus flujos catárticos. El desborde de Alfredo Casero en uno de los espacios que el canal LN+ dedica a denostar al gobierno de Alberto Fernández tuvo un momento de lucidez cuando el actor usó el “nosotros” inclusivo para referirse a la explícita opción política de todos los integrantes de esa mesa.

Los desbordes expresan algo más profundo, que es la incapacidad de los protagonistas de los medios para metabolizar diferencias -incluso tenues- dentro de la familia de valores y odios que los cohesiona. El contraste de perspectivas produce impaciencia e intolerancia. La animadora que había promovido la ingesta de dióxido de cloro por tv en plena pandemia Covid_19 -ingesta que causó muertes- echó a un invitado de su programa sólo porque éste se atrevió a matizar el discurso rabioso de la conductora contra el presidente Fernández.

El ADN de la etapa facciosa y decimonónica se reactivó. Hoy las redacciones son teatros de opinión que manipulan encuadres, testean la eficacia de animadores y opinólogos, adulan a héroes y heroínas e imputan a villanos y villanas. Como hace 200 años con la “prensa (pro y anti) rivadaviana”, en el país no hay empresas de medios que aspiren a cubrir el ideal periodístico de cierta equidistancia respecto de los acontecimientos. Ni siquiera hay simulacros de equidistancia. Tampoco quedan proyectos mediáticos que definan una estrategia generalista con trato profesional a los distintos actores de la agenda pública. Todos han tomado partido, cierto que con tácticas diversas.

Por eso ya no importa tanto si cae el encendido de la tv o si la prensa gráfica horada el piso de ventas (curiosamente, tendencia no registrada en las cifras declaradas por los propios diarios al Instituto Verificador de Circulaciones), ya que los discursos, las caras, las voces y las firmas son muy parecidas, cuando no las mismas. Este es otro efecto paradojal de la mutación del ecosistema periodístico: se multiplican los medios, soportes y tecnologías de producción y distribución de contenidos, sobre todo en dispositivos móviles, pero se achica el mercado laboral. Conductores y periodistas con éxito resultan sobredemandados, hiperocupados y sobreexpuestos mientras, en simultáneo, falta trabajo, abunda el desempleo y la precarización prolifera en medios de ambos lados de la grieta. Desde una perspectiva sistémica, la sobreocupación es el Lado B de la precarización.

Paro de periodistas en Clarín, Olé, Página 12 y Perfil. El trabajo en medios gráficos de Buenos Aires está difícil.

Por su parte, la expansión del periodismo sobreocupado, interpretado por un puñado de pocas pero influyentes personas, es también una medida de limitaciones mayores. Esos periodistas, por más talento y destreza que tengan, terminan fagocitados por un sistema que les resta calidad a sus producciones, erosiona su proyección intelectual y les quita tiempo para cultivar sus capacidades y para prevenir errores. El reciclado constante de contenidos no sólo es el ADN de los canales de noticias opinadas, sino que contagia a sus valores más destacados, que terminan repitiendo en distintos formatos (escritos, audiovisuales) una misma idea a lo largo de la jornada. Ello a su vez conspira contra el interés que puede tener la sociedad en dedicarles atención, dado que se trata de discursos que, por reiteración, saturan la paciencia.

La suma de factores estructurales, determinados por el cambio tecnológico, un mercado menguante, retracción de ingresos publicitarios y ventas, y aparición de plataformas que compiten por la atención del público, es un problema que se multiplica con las decisiones y apuestas que los medios argentinos y sus caras más conocidas. Su endogamia visible en el tipo de géneros que definen, las fuentes que eligen, los temas y encuadres valorativos que toman y el sesgo ostensible de su línea editorial repliegan a los medios cada vez más sobre sus propias taras. En este marco, las métricas que se erigen como fetiche de priorización de notas, encuadres y ritmos de producción, son desaprovechadas en el potencial que tienen para indagar necesidades y opiniones del público.

La endogamia horada la curiosidad, que es un atributo inherente al periodismo. La capacidad de indagar sobre la realidad decae cuando se abraza el prejuicio de que todo lo que sucede puede codificarse en un rústico guion con buenos y malos. Por eso, también, es que los medios argentinos no piden perdón por sus frecuentes metidas de pata y son reactivos a la autocrítica, que en algunos casos constituyen verdaderas operaciones de desinformación por las que suelen culpar a las plataformas digitales, cuando el origen de las especies es incubado por su propia dirección editorial.

Así es como varios medios (y también políticos) difundieron la fake news de que Pablo Echarri y Raúl Rizzo protestaron contra la llegada al país de Robert de Niro, para perjudicar al peronismo con el que Echarri y Rizzo están identificados, días antes de que otros medios mintieran al circular una versión distorsionada del accidente automovilístico que protagonizó Franco Rinaldi, para dañar a la alianza opositora donde milita Rinaldi, Juntos.

Los arrebatos y usos facciosos coparon la agenda del periodismo a 212 años de que la Primera Junta le encomendara a Mariano Moreno producir un diario oficial y éste fundase La Gazeta de Buenos-Ayes. La evolución de aquel germen, sobre todo durante el siglo XX con el florecimiento de una industria potente y cuadros profesionales destacados en Iberoamérica, hoy es apenas distinguible entre los estertores de un periodismo que oscila entre el aturdimiento, el oportunismo, el rebusque y los golpes bajos.

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