El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, logró este domingo una polémica reelección hasta 2025, en una jornada signada por una baja participación y denuncias de un fraude masivo lanzadas a última hora por la oposición moderada.
Escrutado el 92,6% de las mesas, el Consejo Nacional Electoral afirmó que el mandatario chavista se alzaba con 5.823.000 votos, un 68% del total. Sin embargo, la nota del día fue la escasa participación, cifrada en un 48% por el CNE y en un 30% por la oposición que había llamado a la abstención.
Travestida o no, la participación anunciada por el CNE contrasta con el récord de casi el 75% de las legislativas de 2015, ayer nomás, ganadas por un antichavismo entonces unificado. También, con el promedio de las últimas tres presidenciales, cercano al 70%. Esto llevó al antichavismo duro nucleado en la Mes de la Unidad Democrática (MUD) a adjudicarse un fuerte triunfo político, por lo que se disponía a lanzar una campaña de desobediencia civil para derribar al Gobierno.
En ese clima de peligrosa polarización, las elecciones, en las que el voto era optativo, están lejos de constituir el inicio de un proceso de normalización política en el país, indispensable para siquiera pensar en un encausamiento de la desesperante situación económica y social. La distancia entre la rigidez de la formalidad institucional que consagró otra vez al “hijo de Hugo Chávez” y la endeblez de su legitimidad no podría ser mayor.
Luis Vicente León, presidente de la consultora Datanálisis y uno de los analistas políticos más importantes de Venezuela, estimó en respuesta a Letra P que “el problema es que no se trató de una elección convencional, en la que el 43% de la gente [según las mediciones de su firma] pensaba que no sería secreta y en la que hubo una movilización inducida a favor del Gobierno”.
¿Quién ganó entonces esta elección atípica? ¿Maduro, consagrado por cifras oficiales más grandes que el número de quienes creen en ellas? ¿La abstención, cuyos promotores se apoyaron en las imágenes de numerosos colegios electorales desiertos y que leyeron la jornada en términos de un masivo acto de “desobediencia civil”, todo un camino sin retorno?
Un colegio electoral vacío en Caracas (Gentileza: La Patilla).
En realidad, Venezuela sigue presa de un “empate catastrófico”. Lo único claro es que salió derrotada una oposición moderada que participó de un proceso que sabía de antemano amañado. La esperanza suele ser la perdición de los débiles.
Falcón, que a priori reunía varias condiciones para el ser el hombre de una transición por su condición de exchavista de discurso social, también quemó las naves. A los ojos de un sector amplio de la población, su única alternativa era el triunfo, a pesar de las condiciones imposibles, de la presión del régimen y del boicot de quienes hasta hace pocos meses eran sus compañeros de ruta. Las quejas de su comando de campaña sobre “cientos de irregularidades”, sobre colegios que permanecieron abiertos después de la hora de cierre a la espera solamente de votos chavistas movilizados por el aparato oficial y sobre los “abusos, atropellos y triquiñuelas” sonaron, cuando menos, ingenuas. Para sus enemigos íntimos, fueron la prueba de la traición de haber puesto el decorado para una elección que consideraron siempre una farsa.
Pablo Sepúlveda, coordinador de la campaña de Falcón, le dijo a Letra P desde Caracas que “la participación rondó el 50% y hemos vivido un proceso accidentado, en el cual se han violentado todos los acuerdos suscritos entre los candidatos y el ente rector. Tanto es así que el candidato Bertucci ya anunció el desconocimiento de los resultados”. ¿Qué hará Falcón?, se le preguntó. “Estamos en sesión permanente”, eludió.
Los abstencionistas habían justificado en esas mismas operaciones su negativa a participar. Alegaron también que el madurismo había encarcelado o inhabilitado a sus principales figuras, entre ellas sus dos precandidatos más fuertes: Leopoldo López y Henrique Capriles.
El primero, responsabilizado por las muertes que dejaron las manifestaciones violentas de “La Salida” de 2014, convocadas por él, dice el chavismo. Pero la realidad es que el Tribunal Supremo de Justicia declaró insólitamente como inconstitucional la ley de amnistía que aprobó la Asamblea Nacional opositora apenas entró en funciones. Con ese acto, el chavismo convirtió a los políticos presos en presos políticos.
Capriles, en tanto, está vedado de ejercer sus derechos políticos por irregularidades administrativas que le achacaron en su paso por el Gobierno del estado de Miranda. Nunca hubo voluntad de encontrar un cauce político para un conflicto agónico.
La oposición radical también había protestado por el adelantamiento de los comicios, que no le daba tiempo a organizarse, y por la negativa oficial a consensuar una composición algo más presentable del CNE y, sobre todo, el uso del “carnet de la patria”, un nuevo documento creado por el chavismo que identifica mediante un código QR qué votantes registrados reciben ayudas sociales o directamente trabajan para el Estado.
Este punto, la acción de los llamados “puntos rojos”, algo mencionado por Luis Vicente León, fue central en la jornada de este domingo, de acuerdo con testimonios que este medio recogió en Venezuela. Se trató básicamente de carpas improvisadas a las puertas de los colegios (en violación a la disposición den ente electoral de que no podían estar a menos de 200 metros) en las que militantes del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) controlaban que la clientela oficial efectivamente acudiera a sufragar, un modo poco sutil pero probablemente efectivo para explicitar el intercambio de votos por asistencia. Para peor, algunos de los que se acercaban reclamaban abiertamente la mercadería que Maduro mencionó en un momento de la campaña.
Un colegio electoral vacío en Caracas (Gentileza: La Patilla).
Más que nunca, el chavismo se atrinchera en su control del aparato del Estado, desde el CNE hasta el poder judicial en pleno, pasando por la maquinaria burocrática, los poderes territoriales y, hasta donde se sabe, los cuerpos militares y de seguridad.
Enfrente queda una oposición radicalizada, fortalecida por el éxito de la abstención pero a la que no le resultará fácil convertir ese “triunfo” en verdadero poder. Su apuesta descansa ya exclusivamente en la revuelta. El futuro de Venezuela tiene un aspecto lúgubre.
“Era predecible la disposición Maduro a hacer lo que fuera por preservar el poder. (El chavismo) tiene una estructura de movilización más sofisticada y controla muchos hilos que le ayudan frente a una oposición más grande pero fracturada”, explicó León.
“Mi tesis es que una elección solo producirá cambios si es capaz de generar una implosión (en el régimen), porque un Gobierno con costos de salida infinitos no saldrá por una votación moderada a favor del adversario. Y eso solo lo veo con una avalancha, lo que es algo complejo”, agregó.
¿Qué habría pasado si la oposición radical hubiese apostado, una vez más y pese al fuerte viento de proa, por la vía electoral? ¿Cómo habrían resultado las cosas si se hubiese encolumnado detrás de Falcón, apostando a superar las “triquiñuelas” de Maduro con la fuerza prepotente de una sociedad víctima de la hiperinflación, una depresión económica impactante y una escasez aguda de los bienes más imprescindibles para vivir?
Pero esa es la historia de lo que no fue. La verdad es que las dos Venezuelas optaron por el choque frontal. El último capítulo de esta saga dramática está aún por escribirse.