Durante los últimos años en la agenda política y mediática se lee y se reitera una preocupación por el funcionamiento de las instituciones. Dentro de las varias críticas que se le realizaban al anterior gobierno, uno de los focos estaba puesto en la “poca institucionalidad” en la sistemática “violación a las instituciones” en la falta de “compromiso republicano.”
Ahora bien, si uno revisa desde dónde venían esas acusaciones y a qué procesos políticos terminaron apoyando, parece bastante claro que ese lugar no es el de los sectores populares, el de los trabajadores y las trabajadoras, el de las clases medias rápidamente pauperizadas. No fueron estos sectores los que desarrollaron estas críticas, ni tampoco los que hoy son tenidos en cuenta por el gobierno que capitalizó políticamente el discurso del “respeto a las instituciones.”
Tanto las instituciones, cuanto el discurso que se refiere a ellas, son espacios de construcción cultural y conceptual, y como todo ámbito en construcción está atravesado por tensiones y disputas. La estrategia que hay que desplegar en este ámbito debe estar marcada por un doble movimiento: a- por un lado desarticulando el maniqueísmo “respeto/violación” de las instituciones, y avanzando en un discurso que analice críticamente tanto el funcionamiento efectivo de las instituciones cuanto el diseño legal que dispone cómo deberían funcionar.
Es importante salir de la dicotomía porque efectivamente la vulneración pero también el respeto de las instituciones puede explicar por qué los intereses de las clases trabajadoras y medias no son tenidos en cuenta. Se pueden dejar fuera estos intereses tanto violando cuanto respetando las instituciones, por lo que es urgente repensar la lógica institucional no solamente a partir de la dicotomía “violación/respeto” sino también “recepción/no recepción” de los intereses de las clases medias y populares; por otro lado, así como no hay que tomar como “dada” la dicotomía “respeto/violación” de las instituciones, tampoco hay que aceptar acríticamente aquello que el discurso mediático llama “instituciones.”
Dicho de otra manera, hay que esforzarse por plantear que los derechos son instituciones, que los convenios colectivos son instituciones. No hay que dejar de sostener que la Legislatura o el Poder Judicial sean instituciones, sino que hay que esforzarse por mostrar que las escuelas y los hospitales también lo son.