El día que Cristina Fernández de Kirchner le dijo a Juan Manuel Abal Medina que necesitaba su cargo, después de grabar el video con el que reapareció públicamente tras su operación, ya había mantenido algunas reuniones con Jorge Milton Capitanich para hablar del futuro. Mientras se recuperaba de su salud, la Presidenta y quien estaba llamado a ser jefe de Gabinete, hicieron una minuciosa planificación de lo que sucedería en los tiempos venideros: las conferencias de prensa diarias, las medidas económicas urgentes, la necesidad de abrir nuevos canales de diálogo.
El desembarco de Capitanich en la Rosada fue reflejado como una brisa de aire fresco, incluso por los medios opositores. Pero el romance duró poco y el jefe de Gabinete se convirtió pronto en el blanco de las críticas. Ahora apuesta a que una mejora en la economía ayude a repuntar la imagen del Gobierno, y también la propia.
Es que el jefe de Gabinete sabe, desde que aceptó el cargo, que su futuro político está atado al del kirchnerismo, y trabaja obsesivamente para que sea promisorio. La apuesta es enorme. Si al Gobierno y a la Presidenta les va bien, su imagen también crecerá. Si los planes fracasan y al Ejecutivo le va mal, lo mismo pasará con él. Capitanich sabe que cualquiera de las dos opciones depende de un factor clave: la economía.
Por eso, y haciendo honor a su título de contador, dedica gran parte de su día a monitorear los números de la recaudación, y a analizar en profundidad el funcionamiento de 38 cadenas de valor, con la carne, el comercio de granos y la energía como ejes principales. Capitanich pretende intervenir en las cadenas para garantizar los precios, tal como se hizo esta semana con la petrolera Shell, que retrotrajo la suba aplicada a los combustibles en un 6 por ciento.
Según cuentan sus colaboradores, el jefe de Gabinete usó ese mismo método en Chaco, siendo gobernador, con la cadena de la carne. Para eso trabaja codo a codo con el ministro de Economía, Axel Kicillof, con quien, dicen, mantiene una excelente relación personal y laboral, y con unos pocos hombres de su confianza que trajo desde Chaco.
El manejo de la agenda pública y el IPC
Capitanich sabe que quedó expuesto a un enorme desgaste mediático con sus conferencias de prensa diarias. Pero el Gobierno supone que, aún a riesgo de recibir críticas, esa es la única forma de manejar la agenda.
“Si igual nos van a pegar, al menos impongamos los temas”, dicen desde adentro de la Rosada. La política tampoco lo trató bien y son muchos los que hablan de cómo se cayó su imagen en tan poco tiempo. “Coqui está trabajando, haciendo lo que le pidió la Presidenta, no está pendiente de esas cosas en este momento”, aseguran desde el entorno del chaqueño.
A pesar de los traspiés políticos que sufrió en los últimos días – por ejemplo, con la frustración del acuerdo con Marcelo Tinelli por el Fútbol para Todos – la atención de Capitanich está ahora puesta en otros temas relacionados con la economía: la necesidad de los exportadores de granos liquiden lo antes posible, que se cierre finalmente el acuerdo con el Club de París – el Gobierno consiguió en los últimos días apoyo de Estados Unidos en la negociación – para volver a entrar en el mercado de créditos, y volver a ganar confianza externa con el nuevo Índice de Precios al Consumidor (IPC), avalado por el Fondo Monetario Internacional.
De resolverse estos tres temas centrales, y mantenerse la estabilización del dólar lograda por la intervención del Banco Central que conduce Juan Carlos Fábrega, Capitanich tiene confianza en que la economía podría salir de la zona de crisis y, con ello, se tranquilizarían las aguas políticas.
Frentes internos y externos
Sin embargo, aún queda un tema que preocupa seriamente al equipo económico: las paritarias. “El problema va a ser marzo. Vamos a estar tranquilos cuando podamos resolver el tema de las paritarias. Va a ser muy duro”, admite un funcionario en Balcarce 50. La Presidenta ya le pidió moderación a la CGT y Capitanich confirmó que el Gobierno impulsará que la discusión salarial siga siendo anual, pero algunos sindicatos ya hablaron de pedir más de un 30 por ciento de aumento. La negociación no será fácil.
El jefe de Gabinete sabe que parte del desgaste que sufre su figura proviene de adentro del mismo Gobierno. En los pasillos de la Rosada es un secreto a voces que a Carlos Zannini, histórico hombre fuerte del kirchnerismo, no le cayó en gracia la llegada del chaqueño a la Jefatura de Gabinete, cargo para el que fogoneaba al entrerriano Sergio Urribarri.
“Son tensiones normales que se generan en todas las gestiones. El aporte que puede hacer Coqui al gobierno es muy positivo, tiene un ritmo y una capacidad de trabajo muy importantes. Y no es un hombre que se caracterice por recibir memorándum de sus funcionarios y repetirlos, sino que él mismo estudia variantes, se mete en todos los temas. Eso genera celos, pero es normal”, le decía a Letra P el mes pasado Gustavo Martínez, ministro de Desarrollo Urbanístico de Chaco y otro histórico ladero del jefe de Gabinete, explicando los roces.
Pese a los traspiés sufridos en el ámbito político, Capitanich es hoy la figura que centraliza el diálogo de la Rosada con gobernadores y dirigentes. Tanto en el kirchnerismo como en la oposición rescatan que el jefe de Gabinete “tiene el teléfono siempre abierto” para atender los problemas, algo que no sucedía con su antecesor, Abal Medina.
En efecto, en el entorno del gobernador Antonio Bonfatti, el de José Manuel de la Sota y el de Mauricio Macri, por ejemplo, reconocen que su llegada les abrió una puerta que antes estaba cerrada. “Es cierto que está muy desgastado pero al menos atiende, escucha, intenta resolver”, acotan cerca de un emblemático senador K.
Con operaciones políticas detrás, o no, lo cierto es que, desde su llegada, Capitanich quedó atrapado en internas, contradicciones y desautorizaciones que fueron desgastando su figura política, e inclusive tuvo que salir a desmentir su renuncia después del episodio del Fútbol para Todos.
Ahora, el jefe de Gabinete apuesta todas sus fichas a enderezar el rumbo de la Economía y que eso signifique una resurrección de la imagen del Gobierno y, por ende, de la suya. Un triunfo podría volver a colocarlo, quizá, en la discusión por la sucesión en 2015.