¿PAZ CAMBIARIA EN AÑO ELECTORAL?

Sturze-Néstor: BCRA y el dólar en un tira y afloje que remite al primer modelo K

La divisa se encumbró hasta los $17,50 y se desinfló 20 centavos en dos días. Cómo operó el Central con la “flotación lo más limpia posible”, un sistema que era casi un vicio para el patagónico.

Como casi cualquier jefe de cualquier actividad, el presidente Mauricio Macri selecciona a sus preferidos en la gestión con la vara de la practicidad y el alcance de objetivos. En el firmamento de funcionarios “M” no abundan aquellos que tienen bien en claro su norte y cómo alcanzarlo. Uno de esos pocos es el presidente del Banco Central (BCRA), Federico Sturzenegger, que consiguió una tropa que está más convencida que él mismo, más allá de las disquisiciones sobre si la batalla que libran a diario contra la inflación es más o menos simpática. Esta postura del banquero estrella de Cambiemos es la que quizás haya generado en las últimas horas el corrimiento de un velo sagrado para el Central y la administración central: el descubrimiento de que el sistema de flotación del tipo de cambio no es libre, sino más bien controlado según las necesidades económicas, financieras y políticas. Y que la macro economía se explica y se habla con terminología críptica pero se ejerce casi como una matemática simple.

 

Desde la semana pasada y sin influjo de factores exógenos, el dólar venía manifestando públicamente sus ganas de crecer en tamaño. De los $16,50 que promedió en los últimos 15 días, empezó una carrera alcista que se transformó en escalada violenta los días lunes y martes pasados, cuando la divisa extranjera alcanzó la meta más alta en muchos años, cerca de los $17,50. Pero el miércoles empezó a operar un milagro que hizo retroceder la cotización unos 10 centavos; y otros 10 el jueves. ¿Fue el propio mercado el que ordenó la situación, o esa idea parece ser un simple slogan comunicacional en el marco de un Gobierno y un Banco Central que tienen como dogma la flotación libre? En los hechos, la explicación es más sencilla y responde menos a eventos de fe.

 

En la City históricamente van a la fácil. Argumentan que ante la presión alcista los bancos empiezan a pensar que es momento de un techo y, sobre todo los públicos, intervienen vendiendo. O, como ocurrió esta semana, los agroexportadores salen en masa a liquidar divisas y equilibran así la moneda poniéndole paños fríos a la afiebrada desesperación de los ciudadanos cada vez que el “verde” amenaza con dispararse. A decir verdad, todos estos factores son ciertos, pero responden a una posición más de fondo que tiene que ver con la política silenciosa y para nada espontánea que tiene el BCRA.

 

De un tiempo a esta parte y en diferentes charlas con periodistas, uno de los más encumbrados laderos de Sturzenegger ha confesado cuál es el sistema de operación con la monedad que tienen en el Central. “Digamos que estamos operando una flotación lo más limpia posible”, detalló. Para el ciudadano de a pie, la flotación “limpia” vendría a ser algo así como que es el mercado el que dice cuánto vale la divisa; mientras que la flotación “sucia” es aquella en la que el organismo regulador -como ocurrió en el Gobierno de Cristina Fernández- hace una férrea corrección ante cualquier intento de corrida.

 

La de Sturzenegger, confesada por su propio círculo íntimo, es una especie de híbrido que para las intenciones comunicacionales del PRO debe ser protegido. Resguardado de la vista de los actores financieros, bancos, economistas, en su mayoría renuentes a la intervención estatal o, en su defecto, para-estatal si se entiende a los bancos centrales como organismos autárquicos. Los que conocieron al ex presidente Néstor Kirchner en los primeros años de su gobierno, cuando la simpatía con el establishment era casi total, cuentan con añoranza sobre su muñeca política. Su timing para pegar y esquivar. Su cintura para dar y quitar. Cuentan esos mismos que Napoleón Bonaparte, el artífice de la revolución gala, gustaba hacer algo similar con sus tropas, a las cuales elogiaba y, para evitar el relajamiento, volvía a tierra con fuertes críticas. Una y otra vez. La anécdota más recurrente para demostrar esta intención de Kirchner era, precisamente, este jugueteo con el tipo de cambio. Cuando el Gobierno necesitaba una suba, soltaba la correa y, cuando se iba un poco de caja, la ajustaba. Kirchner lo explicaba sencillo y a la vez complejo: consideraba que, para el especulador, no podía haber señales concretas de alzas o bajas. Así, con oscilaciones constantes, con tiras y aflojes, se achicaban los márgenes de presión. Naturalmente, esta idea duró lo que duró la economía en franco alza. Luego ese juego fue ampliamente superado por el poder que es capaz de ejercer el sistema cuando el poder político se debilita por sus propios errores de política económica.

 

Lo de Sturzenegger en estos días se parece bastante a ese ajuste manual de la correa, aunque con matices. Si bien el BCRA, como tampoco lo hizo Kirchner, saldrá a publicitar una intervención solapada con pedidos de favor a bancos y empresas para descomprimir, no es menos cierto que la teoría sturzeneggeriana de la flotación “lo más limpia posible” ha empezado a jugar. Fue por dos vías: una, el Gobierno necesitaba un tipo de cambio más apreciado por el alza inflacionaria aún sin control; dos, las empresas ya iniciaban en cada conversación posible la gestión para adquirir más competitividad vía tipo de cambio. El Gobierno les debe mucho a estos sectores y en la política se cumple.

 

La tercera vía de la intervención y de la flotación “menos sucia que la más sucia” fue el freno a la suba. En el BCRA aseguran que había que romper la barrera de los $17 para que, de ahora en más, sea un piso. Es que el Presupuesto de este año apunta que la divisa estará en diciembre por sobre los $18, para lo cual el billete tiene que empezar a correr más rápido.

 

Esta posición semi-intervencionista, como ocurrió con el primer Kirchner, se da en un escenario donde Cambiemos conserva un amplio respaldo político y social para no ser cuestionado por el establishment en estos pequeños grandes detalles. Y hasta para algunos es una buena señal respecto a la capacidad de reacción y la inteligencia de Sturzenegger, que sabe que su objetivo de mantener a raya la inflación volvió a quedar en riesgo con los números de junio y julio (1,3% de alza y un posible 1,6%) y no está dispuesto a correrse de la meta de precios y mucho menos perder el prestigio que su efectividad generó a los ojos presidenciales. Todo, en el marco de un Gobierno en el que la sola mención de la palabra control o intervención genera urticaria.

 

Martín Menem y Karina Milei.
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